Revista Opinión
“Un año más –escribe Naranín Armanian en su artículo ‘Toreo, tradición ‘tortural’ e inzquierda’, en Público.es –, somos testigos pasivos de un espectáculo inmoral, que de paso llena el bolsillo de una industria, reliquia del medievo más tenebroso. ¿Cómo una nación que consiguió el noble objetivo de abolir la tortura y la pena de muerte es capaz de regocijarse con el suplicio de unos seres que, encima, no han hecho daño a nadie? El chupinazo es el sonido del calvario que sufren decenas de toros durante siete días. Atizados por una muchedumbre violenta, los lesionados son apartados y matados, para ser sustituido por otros sanos. Desorientados, estresados, serán objeto de la humillación de unos hombrecillos armados que crecen con el olor de la sangre de un cuerpo previamente machacado… Un negocio a costa del bolsillo del contribuyente: el ministro Wert dará más dinero al toreso por ser 'un bien cultural' y el ayuntamiento de Santander, que arrancó euros de la educación, la sanidad y la vivienda, destina a la feria taurina de Santiago tres millones de euros”.
Armanian calcula que, según datos de PACMA (Partido Animalista), en España se celebran al año unos 12.000 festejos relacionados con el toro, en los que se le tortura de mil y una maneras, desde prenderle fuego a los cuernos hasta lanzarle flechas afiladas. “Ver a los niños que participan en tales celebraciones –sin que los educadores pongan el grito al cielo– recuerda una escena de la película ‘Buda explotó por vergüenza’, de la cineasta Hana Makhmalbaf, en la que unos menores afganos cavan un hoyo para introducir a una niña y lanzarle piedras” Asegura que la crueldad hacia los animales es una patología que puede cobrarse víctimas humanas. Y que, si bien corresponde a los psicólogos determinar hasta qué punto un torero es un psicópata –‘alguien que no tiene la capacidad de sentir empatía por un ser vivo’–, la histeria colectiva que generan los festejos en torno al maltrato animal más bien podría responder a la categoría de ‘La banalidad del mal’, de Hannah Arendt, quien intentaba explicar cómo miles de personas “normales” se convirtieron en activistas nazis… “En España, donde las denuncias sobre la crueldad contra los animales suelen ser archivadas, por fin en Madrid se celebró el primer juicio contra un hombre que mató de una fuerte patada a Chula, su perra enferma de seis meses, ‘por defecar en el interior de su casa’. Padecía incontinencia”.
Nazarín Armanian acaba recordando que “La ciencia divide a los animales en la rama de los humanos (Homo sapiens) y la de los no humanos. Si, por un lado, biológicamente somos animales; por otro, los no humanos (aquí, los toros) poseen la capacidad de sentir miedo, hambre, dolor y amar. ¿Cómo un animal que aparta a la mosca que le ha picado con sus milimétricas espinitas no siente dolor cuando una espada le atraviesa el pulmón? Somos un huésped más de una tierra que compartimos con otros seres. Evolucionamos y, con ello, debemos sacudir nuestras tradiciones nacidas de cuando éramos bárbaros. En País Vasco, Bildu elimina las corridas y los circos con animales en San Sebastián. Y en Cataluña, la mentalidad de tribu prohíbe las corridas españolas,mantenido sus correbous y los toros embolados”. Recuerda que la izquierda (que se destaca por su sentido de empatía, de valores morales y solidarios, así como por su visión científica) debe posicionarse en contra de cualquier forma de causar dolor a un ser vivo e incluir la bioética animal en sus discursos. Y termina proponiendo que al Papa Francisco, quien afirma ser un devoto de Francisco de Asís, símbolo del respeto de la cristiandad hacia los animales, se le pida hacer lo que hizo el Papa Pío V en 1567: excomulgó a los toreros, negándoles una sepultura cristiana, y pidió el fin de “aquellas diversiones sangrientas, miserables y más apropiadas para los demonios que para el hombre”.