Domingo primaveral. La noche anterior me la había pasado colgando los jerseis, limpiando a fondo (a mano) la chaqueta y guardándola en el perchero. Los 20 y 25 grados hacían pensar que la primavera ya se nos había instalado y el invierno era cosa del pasado.
Domingo por la mañana. Salgo de casa. ¡Menos mal, hace calorcito y con la chaqueta fina estaré fresquito!
Fue guirar la esquina de mi casa cuando, de repente, me empezó a picar los ojos de mala manera. Pensé... "¡ah, la primavera y su polen!" por lo que decidí regresar a casa a por la mascarilla.
Volví a salir, y cuando estaba bajanda la cuesta a medio camino de la estación, levanté la mirada. El cielo estaba raro, muy raro. Todo estaba de un color a medio camino del amarillo y el marrón. Pensé... no puede haber tanto polen, y eso no es una tormenta. Aunque llevaba máscara, los ojos me picaban mucho. Era como si notara arena dentro de ellos, y entonces me acordé que las noticias dijeron acerca de una tormenta de arena proviniente del desierto del Gobi.
Parece ser que cada año por estas fechas suele suceder tales tormentas en China, pero, por alguna razón u otra, esta vez ha llegado a Japón. Los enterados dicen que es común, muy a mi pesar que en estos cuatro años no lo he sufrido nunca...
Por la noche, tras regresar a casa, vacié dos cubos de agua negra limpiando el mini-balcón. Los cachibaches estaban con una fina capa de un polvo veige oscuro. Suerte que no tenía ropa tendida aquel día.