Una entiende que corren tiempos difíciles y que poner en funcionamiento una nueva editorial no supone pocos riesgos. Pero si de ahorrar se trata, no sé si hacerlo a costa de los revisores o los traductores supone un buen negocio. Viene esto a cuenta de las ¡45! -ahí es nada- faltas de ortografía que presenta esta su primera edición. Al margen de un bricolage a la francesa -que debiera haber aparecido en cursiva o en la más castiza forma de bricolaje-, que casi es lo de menos, se derivan todas ellas del sorprendente desconocimiento por parte del traductor de que los pronombres y, sobre todo, los adverbios interrogativos, llevan tilde aunque la interrogación sea indirecta. A ello se suman además alguna que otra traducción un tanto chirriante como “la risa que le hacía su propio chiste” y una errata disculpable en que se lee “Jonjo” en lugar de “Juan”.
No sé a Vds., pero cuando yo estaba en el colegio a mí me sobraban los dedos de una mano para contar las faltas de ortografía que se nos toleraban, así que me parece indignante que un traductor profesional se permita tales “descuidos” y, aún más, que no hayan sido detectados por nadie en la editorial. Así que, aunque sea ya tarde, escribiré a Duomo con una nómina de las faltas que deben corregir con vistas a una eventual segunda edición que, espero, haga justicia en lo formal a la entretenidísima novela de William Boyd.