Revista Sociedad

Tormentas de verano

Publicado el 19 agosto 2014 por María Mayayo Vives
Estas tormentas a destiempo que van regando el mes de agosto vienen a hablarnos un poco de la primavera que no fue. Lo de la bipolaridad del tiempo es un espejo de la ruina en que nos hemos acostumbrado a vivir, con la espalda alicatada de rencores, muchas fobias, pocas filias, menos glorias y una melodía de adaptación perfumando las calles con la nitroglicerina del todo pasa. Sobre el asfalto duerme un vacío agosteño teñido de esa resignación que todo lo empapa. Y, en las aceras, quedamos unos pocos lentos de digestión bajo la bóveda de un cielo escaldado que no sabe si lucirse más o dejarnos otro rato a la sombra del temporal.
De una de estas estadísticas en las que se canta el bingo de un triunfo en función de quién haga el recuento, ha salido que España despega del suelo de la crisis con el brío de un buscapiés, en tanto que, a Alemania, Francia e Italia, vuelve a acecharlas el fantasma de la recesión. Por encima de los Pirineos, Europa se torna gris. Pero aquí ya no porque el desgaste de la política ha emprendido su carrera contrarreloj y porque aceptar que la borrasca está de vuelta sería tanto como anunciar que todos nuestros sacrificios no han servido para nada. Aquí despertamos a un nuevo día, un día de esos que a algunos nos gustan poco porque la luz se abre paso turbiamente entre los celajes. Es una mañana de amanecer arrepentido, fea, encapotada, una de esas que alumbran veladamente la certeza de que, en cualquier momento, puede hacerse de noche en pleno día.
Pero no para quienes escriben ese relato dictatorial que nos convierte en el motor de Europa o, quizá, en una marioneta apuntalada en el esqueleto de las cifras que, con esa pose tan nuestra siempre un paso por delante de donde nunca llegaremos a estar, se cree en situación de rescatar hoy a su redentor de ayer. El gobierno y sus satélites, con su insistente "fin de la cita", quieren hacernos creer que han sabido salvarnos del temporal cuando todavía resulta difícil saber con precisión cuánto de tormenta falta por pasar o cómo alcanzar la creencia de que el mañana es posible en un país en el que aún queda tanto pasado por delante.
Y puede que el cielo de la recuperación exista y que, quienes únicamente vemos que nuestro codiciado despertar hace aguas por las esquinas del sol de agosto, seamos sólo unos cenizos incapaces de ver la luz. Pero también es posible la sospecha de que el verano de la recuperación transite todavía sólo por caminos de palabras, por senderos de ida y vuelta, con chaqueta de quita y pon. Y nada ni nadie sea capaz de aclararlo.
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