No he perdido mi nombre. El paso certero en este laberinto no me ha detenido, a pesar de que sé, que esto no es ni la sombra de lo que debería de ser. Somos amigos de lo ausente y pretérito de lo imaginable. Cuando nuestra realidad tocó universo, ya éramos demasiado tarde. Esa catástrofe inevitable a la que debes mirar a los ojos y decirle: Tenía que vivirte. Eso soy, o somos, porque no sé excluirte. No sería justo detenerte en el paso de este tren desconocido hacia la nada.
No sabía que sufría vértigo, hasta que traté de escapar. Ese es un dato importante. Porque si lo hubiera sabido, hubiera cerrado los ojos antes de mirar y me hubiera atrevido a brincar. Entonces no estaríamos hablando en pasado de estas cadenas de fuego que nos arropan y que definen lo irrepetible. “Pero eras mía”, rezan aún tus poemas quemados en el ático de la casa. Pedazos de ayer que exhibiría en un museo para convencer a los que quedan que algún día fuimos algo más que solo monstruos.
Muchas cosas pasaron para que hoy te miraras de nuevo en mis ojos. No podría llamarlo casualidad. No te equivoques, que los sueños extintos murieron hace tiempo y hoy toca sentir el virar de las alas. Muy complicado cuando no sabes volar, y las alturas te dan náuseas. Hoy se trata de mirar el campo desde lejos. Quizás debí ser esa premonición que provoca el suelo estrellado de los muertos, ante el inminente impacto del suicida.
“He leído que en Los Ángeles hay un museo de las relaciones rotas”, “el mundo estallará a manos de ese demente” ,”hoy es noche de los óscares, las películas esta vez son extremadamente distintas entre sí, y todas deliciosas”, “el niño perdido se subió al tren”. “Ese estúpido no puede cantar ni bailar”, “Vértigo”, “Vértigo fue la primera película que me azotó el alma”.
Miro rápido la lápida de lo que fui, al lado tuyo. Ahora eres sólo un pensamiento. Torres más altas, siguen en pie.
Me acomodo en el sillón, hundo la cuchara en el bote de helado y cambio de nuevo el canal de la TV.
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