Tosca es una de esas óperas que llenan cualquier teatro a poco que se ofrezca con un mínimo de garantías, por lo que era de esperar que el Palau de les Arts se hiciera con una puesta en escena propia (compartida con otros teatros) que le permita reponerla con frecuencia y hacer caja, como ya ha hecho con Turandot y la tetralogía wagneriana, incluso con Fidelio, que no es un título tan llamativo para el gran público. Ya sabemos que en tiempos de crisis, la política de Doña Helga va a ser ir a lo seguro, programar obras muy populares y repetir las que salen más baratas, aquellas cuya puesta en escena es propiedad del teatro. Esta Tosca pasa a engrosar este grupo, y lo hace con honores, ya que el baratismo impregna la escena en su totalidad, desplazando al ya tradicional por estos lares minimalismo neo-soso y sustituyendo las pretensiones arty de éste por puro funcionalismo.
Jean-Louis Grinda, el encargado de esta producción, apenas se ha tomado licencias con el libreto, lo que hoy por hoy resulta casi sorprendente, y se ha limitado a intentar ser fiel a la obra con los mínimos elementos imprescindibles. El primer acto resulta demasiado desangelado, apenas dos paredes curvas y unos pocos reclinatorios para representar una iglesia inexistente, con una capilla subterránea. Mejor pensado está el segundo acto, con un juego de transparencias gracias al cual el gran mapa de Roma que preside el despacho de Scarpia hace las funciones de ventana por la que no sólo se escucha la cantata de Tosca, sino que también se la ve. Sin embargo, la idea de que un mecanismo transforme la mesa de Scarpia en la entrada de las mazmorras donde torturan a Cavaradossi parecía sacada de una película de Fu Manchú. En el tercer acto, vuelven las paredes curvas del primero, esta vez representando la azotea del Castel Sant'Angelo, aunque esta vez la aparición de la estátua del ángel que da nombre al edificio evita, lógicamente, que la escena quede desangelada.
Una peculiaridad de esta puesta en escena es la proyección de unas imágenes en las que vemos a Tosca lanzándose al vacío tanto al principio como al final de la obra. Al principio no aportan demasiado, quizá su principal función sea prepararnos para que no nos resulten chocantes cuando las volvamos a ver al final. Como cierre de la obra sí cumplen una función clara, pues evitan que veamos a la soprano simulando un suicidio que en muchas producciones resulta poco creíble. Es, junto con la cantata del segundo acto, la única buena idea de una producción correcta pero demasiado pobretona, que salvo por dos o tres detalles parece más propia de una modesta compañía del este de gira por teatros de provincias.
Pero vayamos a lo más importante, lo musical. Zubin Mehta volvió a meterse al público valenciano en el bolsillo con una dirección que empezó bien, aunque algo pesada y demasiado estridente y fue mejorando, aligerándose y ganando matices hasta un maravilloso tercer acto. Tanto la escena del amanecer, con la cancioncilla del pastor, como la introducción del adiós a la vida fueron los mayores momentos de lucimiento orquestal. El Cor de la Generalitat Valenciana y la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats impresionaron en la escena del Te Deum por volumen y calidad, como supo reconocer el público con sus aplausos.
De los tres principales solistas hay que destacar a Bryn Terfel, pletórico de voz y dominador del que posiblemente sea su papel más destacado (algo raro, tratándose como se trata de un bajo-barítono de voz pesada al que el rol, en teoría, debería quedarle demasiado ligero). Sabía que no es un cantante que se caracterice por sus sutilezas, pero lo cierto es que lo compensa con su gran magnetismo personal y su capacidad actoral. Es uno de esos casos raros de cantantes que llenan el escenario con su carisma y saben llevarse los papeles a su terreno, haciendo que la impresión general sea muy positiva.
Marcelo Álvarez, en cambio, no tuvo un buen día. Dicen quienes asisiteron a las dos funciones anteriores que en ambas estuvo mucho mejor de voz. Y es que ayer, aunque cantó con gusto y mostró su amplia gama de recursos canoros, la voz no le respondió, quedándosele atrás y sonando sin el brillo y el volumen habituales. Su Recondita armonia pasó sin pena ni gloria, como el resto de su intervención en el primer acto, en los que intentó pianissimi muy bien traidos pero apenas audibles. En el segundo acto mejoró e incluso se lanzó con unos vittoria más propios del spinto que no es que del lírico que sí es. En el tercer acto llegó lo mejor de su actuación con su adiós a la vida y su O dolci mani, cantado con gran delicadeza y, esta vez sí, de forma audible. Una lástima que la voz no le respondiera porque el buen canto sí estaba allí.
Oksana Dyka, que nos sorprendió con una gran Butterfly la temporada pasada, estuvo ayer a un nivel muy inferior. Su voz destacaba por su volumen y por un agudo seguro y potente (no así el grave, notablemente más débil), pero su canto fue algo vulgar, carente de variedad y de matices, algo que unido a su dicción le restaba credibilidad en un papel que no puede resolverse de forma satisfactoria sólo a base de agudos y de caudal sonoro. Su Vissi d'arte resultó frío y plano, aunque no todos debieron pensar así ya que se llevó su buena ración de aplausos.
Los comprimarios estuvieron todas muy bien servidos, incluso el pastorcillo del niño soprano Salvador Belda, por mucho que a mí no me simpaticen los niños soprano en las óperas. En general, y a pesar de lo floja que estuvo Dyka, del mal día de Álvarez y de la pobre puesta en escena, fue una buena tarde de ópera y el público salió encantado del teatro.