Revista Cultura y Ocio
Editorial Alianza. 221 páginas. 1ª edición de 1913, ésta de 2011.Traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres.
Si dispusiese de más tiempo no leería solamente ficción: leería ensayos, filosofía, biografías, tratados de arte, de divulgación científica… Leer libros de estos ámbitos del conocimiento humano suele ser uno de esos propósitos de año nuevo que acabo por incumplir; principalmente porque, ante el ajetreo de la vida diaria (levantarme a las 6.35, dar clases, corregir exámenes, relacionarme con los demás…), cuando tengo tiempo para quedarme a solas y abrir un libro el hedonismo me vence y elijo la ficción. Tener a medias una buena novela en la que perderme y relajarme siempre ha sido uno de mis refugios más estimables, una pausa gozosa ante el mundo real.
En algún lugar leí que las personas que de jóvenes han leído mucha ficción acaban por aborrecerla y terminan leyendo la clase de libros antes citados. El que yo no lo haya hecho (y no planee hacerlo por ahora) quizás no hable a favor de mi madurez. A mi novia, en cambio, cada vez le cuesta más creerse el mundo propuesto por los escritores de ficción y, desde hace unos años, suele leer ensayos. Me habla de ellos, le digo que parecen interesantes, que he de probar… para ir relegándolo indefinidamente.
Pero a finales de 2011 me propuse, esta vez en firme, leer algún ensayo filosófico; y aconsejado por mi novia he comenzado por Sigmund Freud (1856, Moravia, Imperio austrohúngaro-1939, Londres) y su Tótem y tabú, que puede abrirme las puertas al ensayo antropológico (algo que me interesa), ya que esta obra ha sido después ampliamente comentada y refutada por expertos en esta especialidad.
Freud comienza su libro hablando de estudios etnográficos, principalmente los llevados a cabo por Frazen y Wundt, y se centra sobre todo en las tribus del interior de Australia (en apariencia las más primitivas del planeta). A partir de estos estudios constata la presencia de comportamientos totémicos y tabús similares en muchas culturas primitivas del mundo que no han tenido contacto entre ellas. Esta idea de partida es muy llamativa: cómo estadios de evolución parejos en diferentes comunidades humanas primitivas han dado lugar a explicaciones similares ante los fenómenos que los rodean, y cómo estos tienen que ver fundamentalmente con la asunción de la muerte. Y estas comunidades, lejos del método científico, a través del pensamiento mágico, han dado soluciones comunes a sus problemas.
En realidad, Freud no quiere hablarnos solamente de la interpretación del mundo de los hombres primitivos, sino que lo que desea en este libro (como en la mayoría de los suyos, imagino) es validar sus ideas psicoanalíticas. Y para ello sigue una línea de pensamiento que, expresada en 4 pasos, sería:
a) Los pueblos primitivos, sin estar en contacto entre sí, en momentos similares de su evolución se han explicado el mundo de la misma forma. b) Los niños (en cualquier época) se sirven de pensamientos mágicos, similares a los del hombre primitivo, para explicarse un mundo al que aún no puede enfrentarse con la cultura y las ideas científicas de sus mayores.c) Los neuróticos son personas que no han conseguido abandonar el pensamiento mágico propio del niño y se comportan como tales; además, y por tanto, se comportan como hombres primitivos. “En los neuróticos encontramos regularmente restos considerables de infantilismo psíquico” (pág. 29).d) Del comportamiento de los hombres primitivos de los que Freud era contemporáneo (a principios del siglo XX) podemos deducir el comportamiento de nuestros propios antepasados y comprender de dónde vienen (de qué procesos psicológicos) instituciones como la familia, el miedo al incesto, la religión… “La vida psíquica de estos pueblos adquiere para nosotros un interés particular cuando vemos en ella una fase anterior, bien conservada, de nuestro propio desarrollo” (pág. 9).
En muchos casos Freud intenta dar la vuelta al esquema que acabo de exponer: tras describir el comportamiento del hombre primitivo –estudiado del modo más científico posible gracias a los antropólogos–, intenta explicar su visión del mundo a partir de la conducta que observa en los neuróticos que pasan por su consulta o por la de sus colegas psiquiatras. Así nos explicará que el neurótico es alguien que ha establecido para sí mismo prohibiciones tabús, y una de las características más claras de los pueblos primitivos (y por tanto de nuestros propios antepasados) es la creación y aceptación de tabús, normas de comportamiento que hay que evitar y cuyo incumplimiento, según el primitivo y el neurótico, acarrearía graves consecuencias. Para Freud una obsesión patológica también podría denominarse enfermedad del tabú.
Una de las cosas que me más me ha llamado la atención de este libro es el término ambivalencia: sobre las personas amadas también recae nuestro odio; nuestra relación con los demás es puramente ambivalente. Así describe Freud el comportamiento de un neurótico: “La actitud ambivalente del sujeto con respecto al objeto o, más bien, al acto prohibido. Experimenta de continuo el deseo de realizar dicho acto (…) pero le retiene siempre el horror que tal acto le inspira” (pág. 46), que sería similar al deseo que siente el primitivo de romper el tabú, por ejemplo el del incesto, pero no lo hace por el horror que le inspira el castigo (el tabú, según Freud, ha de responder a la prohibición social de un impulso humano. No existe ninguna prohibición social ni ningún tabú sobre, por ejemplo, poner la mano en el fuego: eso es algo que el hombre primitivo no desea hacer).
De la primera parte del libro voy a destacar esta idea: en todas las culturas primitivas existe la creencia en los espíritus. “Tales pueblos primitivos pueblan el mundo de un infinito número de seres espirituales, benéficos o maléficos, a los cuales atribuyen la causación de todos los fenómenos naturales” (pág. 104).A Freud le llama la atención que las personas queridas que fallecen se transformen, en estas culturas, en espíritus amenazantes, cuando hasta hacía poco habían sido queridas; y para dar explicación a este fenómeno se sirve de su teoría de la ambivalencia: el superviviente, aunque quería al fallecido, también le odiaba y de modo inconsciente ha deseado su muerte, y al acaecer ésta, subconscientemente se siente culpable (“reproches obsesivos”, pág. 84), ya que gracias al fenómeno de la traslación puede llegar a sentir que es ella quien le ha matado. Esto conduce, debido al fenómeno de la proyección, a lo siguiente: “El superviviente se niega haber experimentado nunca un sentimiento hostil con respecto a la persona querida muerta y piensa que es el alma de la misma la que ahora abriga ese sentimiento contra ella” (pág. 86); “La hostilidad, de la que no sabemos ni queremos saber nada, es proyectada desde la percepción interna al mundo exterior” (pág. 88); “La proyección al exterior de las tendencias perversas del individuo y su atribución a demonios forman parte de un sistema del que hablaremos (…) «concepción animista del mundo»” (pág. 91).
La visión del mundo de Freud parece en esencia pesimista y a la vez profundamente moderna; la idea de dios desaparece en su pensamiento en una línea (primero fue el tabú, luego la religión): “La conciencia tabú constituye, probablemente, la forma más antigua de la conciencia moral” (pág. 95); “La conciencia moral es la percepción interna de la repulsa de determinados deseos” (pág. 95).
Como sé que se le ha objetado a lo largo del siglo XX, muchas de las ideas de Sigmund Freud parecen más conjeturales que científicas, y al principio he leído Tótem y tabú con cierta reserva intelectual, para percatarme según avanzaba en su lectura que si estas teorías, o hipótesis, me las estuviera ofreciendo un escritor en una novela las leería embelesado. Y al final eso ha sido lo que he hecho: dejarme llevar por la fuerza de los razonamientos de Freud. Aunque al leerlos me estuviera percatando de que deducir del comportamiento de un neurótico o de un niño la creación de un corpus moral por parte del hombre primitivo o simplemente del hombre era cuanto menos aventurado, las ideas puras que vierte en su texto son, en todo caso, fascinantes.
Y además Freud deja para el final su idea más poderosa: la explicación de la cultura tótem. Por qué los pueblos primitivos veneran a algún animal con el que se identifican, del que normalmente (salvo en rituales) no comen su carne, y por qué los individuos protegidos por un mismo tótem no pueden tener relaciones sexuales entre sí (el tabú). Aquí, además de volver a las teorías de los antropólogos antes citados, se fija en la teoría de Darwin sobre la horda primitiva –que explica el comportamiento de grupos de monos– para deducir que el macho dominante de un conjunto de humanos primitivos expulsaba a los machos jóvenes y se quedaba con todas las hembras. En algún momento los machos jóvenes vencieron el miedo al macho dominante, volvieron fraternalmente para asesinarlo y, para que no se repitiera la situación anterior, establecieron el tabú de no tener relaciones sexuales con las mujeres que quedan bajo el mismo tótem que ellos. Así, el tótem representa al padre asesinado, al que se ama, se admira, se teme y se odia. Y así, cualquiera de nosotros lo que queremos es matar a nuestro padre y acostarnos con nuestra madre, teoría que constituye el complejo de Edipo.
En realidad, creo que Sigmund Freud, aunque siempre aparece fotografiado con traje y corbata, y aunque escribió este libro hace ya 100 años (con un estilo literario nada desdeñable), es el escritor más punki que he leído.
Me gustaría leer algo más de Freud antes de acercarme a los textos que rebaten sus ideas, como por ejemplo La violencia y lo sagrado de René Girard.
A un nivel muy local, centrándome en mis lecturas de los últimos meses, puedo observar, por ejemplo, que Nick Carter de Levrero, el libro que leí antes que éste, era una parodia de lo expuesto aquí; o una de las últimas novelas argentinas que he leído, Plop, de Ramiro Pinilla, puede ser también leída como una ficcionalización de las ideas de este libro.Me percato también de que muchos de los escritores a los que siempre he admirado han leído a Freud: Albert Camus, Jean Paul Sartre (y algunos lo han hecho aunque sea sólo para repudiarlo, como Vladimir Nabokov)… Y, por supuesto, constato algo que ya sabía: Sigmund Freud ha sido una de las personalidades más influyentes del siglo XX.
Si dispusiese de más tiempo no leería solamente ficción: leería ensayos, filosofía, biografías, tratados de arte, de divulgación científica… Leer libros de estos ámbitos del conocimiento humano suele ser uno de esos propósitos de año nuevo que acabo por incumplir; principalmente porque, ante el ajetreo de la vida diaria (levantarme a las 6.35, dar clases, corregir exámenes, relacionarme con los demás…), cuando tengo tiempo para quedarme a solas y abrir un libro el hedonismo me vence y elijo la ficción. Tener a medias una buena novela en la que perderme y relajarme siempre ha sido uno de mis refugios más estimables, una pausa gozosa ante el mundo real.
En algún lugar leí que las personas que de jóvenes han leído mucha ficción acaban por aborrecerla y terminan leyendo la clase de libros antes citados. El que yo no lo haya hecho (y no planee hacerlo por ahora) quizás no hable a favor de mi madurez. A mi novia, en cambio, cada vez le cuesta más creerse el mundo propuesto por los escritores de ficción y, desde hace unos años, suele leer ensayos. Me habla de ellos, le digo que parecen interesantes, que he de probar… para ir relegándolo indefinidamente.
Pero a finales de 2011 me propuse, esta vez en firme, leer algún ensayo filosófico; y aconsejado por mi novia he comenzado por Sigmund Freud (1856, Moravia, Imperio austrohúngaro-1939, Londres) y su Tótem y tabú, que puede abrirme las puertas al ensayo antropológico (algo que me interesa), ya que esta obra ha sido después ampliamente comentada y refutada por expertos en esta especialidad.
Freud comienza su libro hablando de estudios etnográficos, principalmente los llevados a cabo por Frazen y Wundt, y se centra sobre todo en las tribus del interior de Australia (en apariencia las más primitivas del planeta). A partir de estos estudios constata la presencia de comportamientos totémicos y tabús similares en muchas culturas primitivas del mundo que no han tenido contacto entre ellas. Esta idea de partida es muy llamativa: cómo estadios de evolución parejos en diferentes comunidades humanas primitivas han dado lugar a explicaciones similares ante los fenómenos que los rodean, y cómo estos tienen que ver fundamentalmente con la asunción de la muerte. Y estas comunidades, lejos del método científico, a través del pensamiento mágico, han dado soluciones comunes a sus problemas.
En realidad, Freud no quiere hablarnos solamente de la interpretación del mundo de los hombres primitivos, sino que lo que desea en este libro (como en la mayoría de los suyos, imagino) es validar sus ideas psicoanalíticas. Y para ello sigue una línea de pensamiento que, expresada en 4 pasos, sería:
a) Los pueblos primitivos, sin estar en contacto entre sí, en momentos similares de su evolución se han explicado el mundo de la misma forma. b) Los niños (en cualquier época) se sirven de pensamientos mágicos, similares a los del hombre primitivo, para explicarse un mundo al que aún no puede enfrentarse con la cultura y las ideas científicas de sus mayores.c) Los neuróticos son personas que no han conseguido abandonar el pensamiento mágico propio del niño y se comportan como tales; además, y por tanto, se comportan como hombres primitivos. “En los neuróticos encontramos regularmente restos considerables de infantilismo psíquico” (pág. 29).d) Del comportamiento de los hombres primitivos de los que Freud era contemporáneo (a principios del siglo XX) podemos deducir el comportamiento de nuestros propios antepasados y comprender de dónde vienen (de qué procesos psicológicos) instituciones como la familia, el miedo al incesto, la religión… “La vida psíquica de estos pueblos adquiere para nosotros un interés particular cuando vemos en ella una fase anterior, bien conservada, de nuestro propio desarrollo” (pág. 9).
En muchos casos Freud intenta dar la vuelta al esquema que acabo de exponer: tras describir el comportamiento del hombre primitivo –estudiado del modo más científico posible gracias a los antropólogos–, intenta explicar su visión del mundo a partir de la conducta que observa en los neuróticos que pasan por su consulta o por la de sus colegas psiquiatras. Así nos explicará que el neurótico es alguien que ha establecido para sí mismo prohibiciones tabús, y una de las características más claras de los pueblos primitivos (y por tanto de nuestros propios antepasados) es la creación y aceptación de tabús, normas de comportamiento que hay que evitar y cuyo incumplimiento, según el primitivo y el neurótico, acarrearía graves consecuencias. Para Freud una obsesión patológica también podría denominarse enfermedad del tabú.
Una de las cosas que me más me ha llamado la atención de este libro es el término ambivalencia: sobre las personas amadas también recae nuestro odio; nuestra relación con los demás es puramente ambivalente. Así describe Freud el comportamiento de un neurótico: “La actitud ambivalente del sujeto con respecto al objeto o, más bien, al acto prohibido. Experimenta de continuo el deseo de realizar dicho acto (…) pero le retiene siempre el horror que tal acto le inspira” (pág. 46), que sería similar al deseo que siente el primitivo de romper el tabú, por ejemplo el del incesto, pero no lo hace por el horror que le inspira el castigo (el tabú, según Freud, ha de responder a la prohibición social de un impulso humano. No existe ninguna prohibición social ni ningún tabú sobre, por ejemplo, poner la mano en el fuego: eso es algo que el hombre primitivo no desea hacer).
De la primera parte del libro voy a destacar esta idea: en todas las culturas primitivas existe la creencia en los espíritus. “Tales pueblos primitivos pueblan el mundo de un infinito número de seres espirituales, benéficos o maléficos, a los cuales atribuyen la causación de todos los fenómenos naturales” (pág. 104).A Freud le llama la atención que las personas queridas que fallecen se transformen, en estas culturas, en espíritus amenazantes, cuando hasta hacía poco habían sido queridas; y para dar explicación a este fenómeno se sirve de su teoría de la ambivalencia: el superviviente, aunque quería al fallecido, también le odiaba y de modo inconsciente ha deseado su muerte, y al acaecer ésta, subconscientemente se siente culpable (“reproches obsesivos”, pág. 84), ya que gracias al fenómeno de la traslación puede llegar a sentir que es ella quien le ha matado. Esto conduce, debido al fenómeno de la proyección, a lo siguiente: “El superviviente se niega haber experimentado nunca un sentimiento hostil con respecto a la persona querida muerta y piensa que es el alma de la misma la que ahora abriga ese sentimiento contra ella” (pág. 86); “La hostilidad, de la que no sabemos ni queremos saber nada, es proyectada desde la percepción interna al mundo exterior” (pág. 88); “La proyección al exterior de las tendencias perversas del individuo y su atribución a demonios forman parte de un sistema del que hablaremos (…) «concepción animista del mundo»” (pág. 91).
La visión del mundo de Freud parece en esencia pesimista y a la vez profundamente moderna; la idea de dios desaparece en su pensamiento en una línea (primero fue el tabú, luego la religión): “La conciencia tabú constituye, probablemente, la forma más antigua de la conciencia moral” (pág. 95); “La conciencia moral es la percepción interna de la repulsa de determinados deseos” (pág. 95).
Como sé que se le ha objetado a lo largo del siglo XX, muchas de las ideas de Sigmund Freud parecen más conjeturales que científicas, y al principio he leído Tótem y tabú con cierta reserva intelectual, para percatarme según avanzaba en su lectura que si estas teorías, o hipótesis, me las estuviera ofreciendo un escritor en una novela las leería embelesado. Y al final eso ha sido lo que he hecho: dejarme llevar por la fuerza de los razonamientos de Freud. Aunque al leerlos me estuviera percatando de que deducir del comportamiento de un neurótico o de un niño la creación de un corpus moral por parte del hombre primitivo o simplemente del hombre era cuanto menos aventurado, las ideas puras que vierte en su texto son, en todo caso, fascinantes.
Y además Freud deja para el final su idea más poderosa: la explicación de la cultura tótem. Por qué los pueblos primitivos veneran a algún animal con el que se identifican, del que normalmente (salvo en rituales) no comen su carne, y por qué los individuos protegidos por un mismo tótem no pueden tener relaciones sexuales entre sí (el tabú). Aquí, además de volver a las teorías de los antropólogos antes citados, se fija en la teoría de Darwin sobre la horda primitiva –que explica el comportamiento de grupos de monos– para deducir que el macho dominante de un conjunto de humanos primitivos expulsaba a los machos jóvenes y se quedaba con todas las hembras. En algún momento los machos jóvenes vencieron el miedo al macho dominante, volvieron fraternalmente para asesinarlo y, para que no se repitiera la situación anterior, establecieron el tabú de no tener relaciones sexuales con las mujeres que quedan bajo el mismo tótem que ellos. Así, el tótem representa al padre asesinado, al que se ama, se admira, se teme y se odia. Y así, cualquiera de nosotros lo que queremos es matar a nuestro padre y acostarnos con nuestra madre, teoría que constituye el complejo de Edipo.
En realidad, creo que Sigmund Freud, aunque siempre aparece fotografiado con traje y corbata, y aunque escribió este libro hace ya 100 años (con un estilo literario nada desdeñable), es el escritor más punki que he leído.
Me gustaría leer algo más de Freud antes de acercarme a los textos que rebaten sus ideas, como por ejemplo La violencia y lo sagrado de René Girard.
A un nivel muy local, centrándome en mis lecturas de los últimos meses, puedo observar, por ejemplo, que Nick Carter de Levrero, el libro que leí antes que éste, era una parodia de lo expuesto aquí; o una de las últimas novelas argentinas que he leído, Plop, de Ramiro Pinilla, puede ser también leída como una ficcionalización de las ideas de este libro.Me percato también de que muchos de los escritores a los que siempre he admirado han leído a Freud: Albert Camus, Jean Paul Sartre (y algunos lo han hecho aunque sea sólo para repudiarlo, como Vladimir Nabokov)… Y, por supuesto, constato algo que ya sabía: Sigmund Freud ha sido una de las personalidades más influyentes del siglo XX.