Revista Diario
Kinga nos sonrió ampliamente ataviado en su traje típico. Y tras las debidas presentaciones en inglés, subimos las maletas a la camioneta en la que se suponía nos transportaríamos durante todo el viaje en Bután.
El siguiente destino era Timbu, la capital del país, a tan sólo 54km de distancia pero a más de una hora de camino. A tan sólo unos 10 minutos de trayecto, algo ocurrió con la camioneta. Tuvimos que parar y esperar un taxi. Esa espera nos permitió deleitarnos con el paisaje tan verde que se presentaba alegre y con aires de inocencia.
La gente local que vivía por donde paramos no dejaba de vernos. Con una mirada huidiza al cruzar miradas, nos sonreían a cambio de otra sonrisa. Todos iban vestidos con trajes tradicionales. ¡Qué sensación de estar dentro de una historia nunca antes escuchada!
Finalmente llegó el taxi. Me llamó mucho la atención cómo los seres humanos somos tan parecidos. El chófer llevaba colgado del espejo retrovisor una serie de imágenes y objetos religiosos que me recordaron a los de México. En este taxi, en lugar de una Virgen de Guadalupe, de San Judas Tadeo, un Cristo o un escapulario, llevaba un Buda, mantras y demás objetos budistas para acompañarlo en el camino.
El recorrido en la estrecha y curveada carretera era cada vez más verde y pintoresco, con riachuelos, casas, pequeños caminos y monos (sí, changuitos) deambulando y disfrutando del calor.
Kinga era una sonrisa absoluta. Y nosotros la multiplicamos deteniéndonos cada vez que era posible para sorprendernos por ese paisaje tan distinto a todo lo que habíamos visto.