Se ha escrito mucho sobre las malas influencias de la gente tóxica, con mala energía, esas personas que nos cansan cuando las tenemos cerca más de lo recomendable, tiempo y espacio variables según el nivel de energía negativa que irradien. En esto existen auténticos agujeros negros que no conviene tener por los alrededores. Y no me refiero a personas que nos caigan mal, impertinentes o mal educadas, porque esas pueden enfadarnos o incomodarnos, pero no nos cansan, me refiero a aquellas que solo permiten conversaciones negativas de las que uno se va con menos cosas que con las que llegó, cuando por definición debería ser al revés. Ladrones de energía que se alimentan de eso porque son incapaces de producirla por sí mismos. Si escudriñamos entre bastidores, no suele faltar una intensa corriente envidiosa que pretende arrastrar a todo lo que se mueve en su espiral descendente porque no soportan la luz de arriba.
Pero ojo, cuando nos sintamos atrapados en una relación o conversación de este tipo, hagamos la reflexión de qué es lo que nos está tentando de esa persona o de esa circunstancia, porque si nos afecta de ese modo es porque algo tiene que ver con nosotros, algo nos tienta a imitarla, nos identifica, lo que de verdad no nos importa no nos afecta de ninguna manera. Quizá nos recuerde un poco a nosotros mismos. Si estamos centrados en nuestros asuntos y nuestros objetivos, estas personas serán solo un inconveniente fácilmente subsanable que no nos cansará.
Se incluyen en esta categoría tóxica los enredadores profesionales, aquellos en que su prioridad vital es enredar, enmarañar, complicar cualquier situación para alimentar o incluso crear el conflicto donde no lo hay. Los que ven el mundo en clave egocéntrica de perjudicados paranoicos. Son personas que no tienen ninguna intención de solucionar los problemas porque se alimentan de los enfrentamientos y su vida no tendría sentido sin ellos. También en esta estructura conflictiva subyace la envidia de los que no soportan la existencia de personas que consideran más felices que ellas, sin valorar el trabajo que hacen esas personas para conseguirlo y sin pensar que sería mucho más sano aprender de ellas que tratar de destruirlas. Para evitar que se alimenten de nuestra energía, no discutamos, así se diluyen, se les agotan las pilas.
Y yo no subestimaría en este apartado de toxicidades a la gente enredadora en sí misma, personas que viven enredados por falta de organización y que nos pueden enganchar, quizá sin pretenderlo, en sus redes ineficientes de vueltas viciosas sin conclusiones, puede que para evitar responsabilizarse de los resultados. También cansan, pero sobre todo comprometen nuestra propia eficiencia.
De todos ellos debemos protegernos, si no podemos apartarnos, o nos enfermarán con ellos. Porque por regla general acabarán enfermando, de neurosis ya lo están, y probablemente además de alguna otra cosa.
Una cuestión que no debemos dejar de preguntarnos es si nosotros podríamos también ser tóxicos para los demás, ¿cómo saberlo? Yo les propongo plantearse si creen que todo en la vida les está resultando un problema irresoluble, además de encadenado uno detrás de otro, si parece que todo el mundo conspira para hacerles la vida un calvario, si se consideran elegidos por la mala suerte, si también las enfermedades se les encadenan al cuerpo, si llegan a casa muy cansados y les cuesta desconectar de la actividad del día, si comen y duermen mal, si no se miman ni miman a los que tienen cerca, y también a los que no, pues entonces, háganselo ver.
Recuerden que salud es la capacidad de amar y trabajar (Sigmund Freud), y la envidia no es nada saludable.