
El álbum Toy Matinee (1990) es uno de esos discos que sorprenden porque parecen el proyecto de gente que podría dedicarse a sesiones mil y acaban creando algo con alma propia: detrás están Kevin Gilbert (voz, guitarras, teclados) y Patrick Leonard (teclados, producción), junto a músicos de alto nivel como Guy Pratt al bajo, que ya había trabajado con grandes nombres. La música mezcla pop inteligente, arreglos casi orquestales, guiños progresivos ligeros y melodías que enganchan desde la primera escucha: canciones como el inicio “Last plane out” arrancan con gancho radio-friendly pero luego se abren a paisajes más amplios; “The ballad of Jenny Ledge” o “There was a little boy” demuestran que no es solo diversión superficial, sino ideas detrás, emoción, letra comprometida.
En su breve trayectoria, Toy Matinee es el único disco que sacaron, lo que le da ese aura de gema poco explotada, de momento único antes de que los caminos de los implicados siguieran rumbo propio. En la discografía personal de cada uno queda como un hito: para Gilbert un fructífero trampolín hasta su inesperada muerte; para Leonard (ex Trillion) una incursión creativa posterior más libre y ecléctica; y para Pratt, con gran experiencia pretérita, otro gran y dilatado capítulo de colaborador de lujo.
¿Es perfecto? No del todo: a veces la abundancia de ideas da la sensación de exceso, pero precisamente ahí está su encanto: no cumple fórmulas, juega con el pop, lo expande, lo retuerce un poco. En resumen, vale muchísimo la pena: un disco que suena tan cuidado como espontáneo, que te invita a darle vueltas y descubrir nuevos matices, y que para quien guste de un pop con ambición es una joya clara
