Es difícil, por no decir imposible, pensar en el caso de una saga en la que cada entrega haya ampliado y mejorado el universo de partida. Ni siquiera en un precedente tan sagrado como El Padrino, la tercera parte pudo llegar a la altura de sus dos precuelas. Es por ello que, en Toy Story 3, la enésima exhibición de poderío llevada a cabo por la factoría Pixar alcanza cotas de mérito incalculables.
Buzz y Woody han juguetizado -permítanme un sinónimo improvisado para el término personificar- en su piel de plástico, todas las etapas que atravesaría el alma de un juguete si esta existiera. Si la primera parte hablaba del relevo que acompañaba la llegada de una tecnología superior -metáfora indiscutible de la coexistencia de animación tradicional y digital-, y la segunda se convertía en un manifiesto contra la resistencia a hacerse mayor, Toy Story 3 abarca un territorio tan imposible (o no) para una película de animación como el destierro y el olvido. Allá donde Up hablaba de la cercanía (y presencia) de la muerte, los juguetes de Andy se enfrentan a un destino igual de siniestro. Un desván, una donación o un vertedero aparecen en el horizonte como consecuencias del fin de una infancia que ellos creían eterna.
Toy Story 3 recorre su metraje a medio camino entre la luz y la oscuridad que anuncia el brillante cortometraje que la precede. En ella se citan los minutos más divertidos, emotivos y emocionantes de la saga, pero también los más inquietantes. Parte de culpa la tiene una estética intencionadamente sólida y realista -valga como ejemplo el magistral uso del siempre discutido 3D en la guardería-, pero es innegable que el virtuosismo gráfico sería inocuo de no ser por la apabullante madurez y profundidad de su historia. Como ya se demostró en Rataouille, Wall-e o Up, el ingenio de Pixar sigue en estado de gracia, y ello repercute en la que, tal vez, sea su mejor película hasta la fecha. Y hago bien en decir hasta la fecha, porque si algo sabemos de Pixar es que, a pesar de la presencia de la "nueva" Disney, seguirá sorprendiendo a propios y extraños en el futuro.
Toy Story 3 cierra, por lo tanto, una de las mejores sagas de la historia del cine, ampliando el marco en el que crecieron sus dos precuelas. Lo hace desde el homenaje a su esencia, que no es otra que la importada magia de la animación convencional -guiño innegable, a través del peluche del entrañable Totoro-, los códigos inquebrantables -casi adultos- que unen a sus personajes -esos juguetes cogidos de la mano, esperando juntos un final aparentemente inevitable-, su ingenioso sentido del humor, y un clímax capaz de dejarnos siempre con la boca abierta. Woody y Buzz nos dicen hasta siempre, pero todos sabemos que serán, por derecho propio, el juguete preferido de muchos niños. Y de muchos otros que lo fueron algún día.