Revista Opinión

Trabajad, malditos

Publicado el 29 abril 2012 por Rbesonias
Trabajad, malditosSi les nombro a David Cantolla, quizá ustedes dibujen un rictus de ignorancia en su rostro; pero si hablo de Pocoyó, enseguida sabrán que me refiero al famoso personaje infantil, embutido en licra azul. Pues bien, el señor Cantolla no es otro que el creador de Pocoyó, y además de esto, un empresario de éxito al que ahora le ha dado por pasarse al cómic de autoayuda para adultos. La novela gráfica ya de entrada tiene un título que no pretende engañar a nadie: Éxito para perdedores. Cantolla defiende su libro, apoyándose en una intención moral: ayudar a los ciudadanos agobiados por la crisis a insuflarse a sí mismos optimismo y voluntad de superación. En realidad, David Cantolla habla de sí mismo, un empresario que es ejemplo vivo del american way of life y su sueño del individuo hecho a sí mismo. “La historia de Éxito para perdedores enseña que cualquiera puede hacer cosas importantes, que hay que intentarlo siempre y no temer estrellarse”, afirma.Cuando escucho a individuos de éxito su defensa optimista del universo, me suena igual que oír a un rico decir que lo más importante en la vida no es el dinero. Te sientes estafado, y encima indigna. Si me lo dijera uno de los miles de autónomos que pululan por España, esforzándose por salir a fin de mes, entonces me quitaría el sombrero. Pero que venga un empresario de éxito a recordarte que con esfuerzo y voluntad se llega lejos, suena a recochineo. Como si los trabajadores apretados por la crisis fueran indolentes sin perspectiva, pobres mastuerzos, convencidos de que el mundo es más un valle de lágrimas que un paraíso de oportunidades. Perdonen mi enojo, no puedo evitarlo. A propósito de la anécdota del creador de Pocoyó, les voy a narrar un suceso del que fui protagonista hace unos días. Asistí en calidad de representante de mi instituto en el Centro de Profesores y Recursos (C.P.R.) a una reunión en donde una eficaz ponente nos expuso ampliamente los diferentes Programas Europeos a través de los que el alumnado podrá mejorar sus competencias lingüísticas. La reunión tuvo una duración de dos horas, a lo largo de las cuales la ponente explicó profusamente los diferentes programas y sus procedimientos de inscripción y desarrollo. Pero no fue esta exposición lo que llamó mi atención -la verdad es que la exposición fue más que tediosa-, sino la introducción de veinte minutos con la que intentó justificar moralmente la naturaleza benéfica de estos Programas Europeos. Nadie esperaba que la ponente intentara moralizar a decenas de adultos acerca de las virtudes del sacrificio y la superación personal, a fin de justificar sus contenidos. Todos esperábamos una mera exposición práctica. En primer lugar, expuso que las actuales circunstancias exigirán de los trabajadores una mayor adaptación al medio laboral, que forzará a los ciudadanos un cambio de mentalidad. Desde ya, los trabajadores deberán acostumbrarse a tener varios trabajos en un periodo de tiempo limitado. Esto requiere un modelo de formación más flexible y adaptativo, además de virtudes personales que exigirán del futuro trabajador (refiriéndose a los alumnos) un esfuerzo extra, la voluntad de ser más competitivos. Formarse no será una opción, sino una necesidad. La movilidad a lo largo y ancho de Europa en busca de un futuro será titular habitual de prensa. En este sentido, el profesorado deberá reforzar en sus alumnos valores de superación y esfuerzo, poniendo a prueba su resistencia al fracaso. El objetivo final debe ser extraer de ellos el máximo de sus capacidades -palabras literales de la ponente-, motivando en ellos actitudes que les hagan más abiertos y flexibles a la realidad laboral, con una mayor percepción de autoeficacia.En un principio, las palabras de esta especie de comisaría política me hicieron reír, pero pasados unos minutos mi sonrisa tornó en una cierta indignación. Por decirlo en cristiano, daba la sensación de que la ponente venía a vender a los docentes una biblia liberal a mayor gloria de las políticas económicas del Ejecutivo. Su homilía convertía a los alumnos en meros medios de producción, a merced del ecosistema económico; deshumanizaba la vida laboral, culpando al trabajador como único causante de sus desgracias. Una visión del universo laboral y las virtudes públicas similar al esgrimido por cualquier pedagogo oficialista del siglo XIX. Por entonces, todo ciudadano con renta y vida resuelta tenía la convicción de que los pobres lo eran por una suerte de defecto genético que les impedía tener el arrojo y la iniciativa personales que requieren ser un hombre de éxito. De ahí que ofrecer pan al indigente se viera como mera caridad cristiana, no como justicia social. No era difícil percibir en las palabras de la ponente una cierta querencia -consciente o no- por el darwinismo social, por la estratificación del ciudadano en función de su capacidad de adaptación al medio económico. Espero que esta ponencia no sea el inicio de un largo catálogo de homilías con las que justificar la incompetencia política y de paso llevar al rebaño por la senda de la salvación.Ramón Besonías Román

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