La consolidación de la productividad significa, en todos los niveles, encontrar un escenario de aportación equitativa donde cada trabajador conozca de forma clara y específica su función. En este proceso de depuración de desempeños, resulta fundamental fomentar el trabajo en equipo, de modo que las piezas sepan dónde deben encajar y en qué momento será crucial su concurso. Sin embargo, no es fácil conseguir una actuación ordenada hacia un mismo objetivo, lo cual es competencia del responsable de equipo, quien debe hacer valer su experiencia y conocimiento para evitar las incidencias internas en el ejercicio de las tareas.
Los objetivos son globales, lo cual exige una aportación equitativa en todas las áreas, donde es inadmisible la búsqueda de beneficios personales. Una vez se comprende este término, las piezas empiezan a actuar de forma solidaria, y los resultados no afectan en particular a ninguna de ellas, pero alcanzan rendimientos integrales.
No existen las batallas personales en ninguna de las áreas, porque llegar a luchar sólo por objetivos personales afecta de forma considerable al rendimiento del grupo, además de favorecer la envidia de los logros ajenos y del desprecio del avance de los departamentos vinculados al proceso global. No obstante, llegar a actuar de forma individual, en detrimento de lo colectivo, es sólo consecuencia de la mala interpretación del sistema de funcionamiento interno, tan necesario para que la maquinaria rinda debidamente.
La deficiencia de una pieza causa fallos en todo el engranaje y las anomalías se transmiten al resultado final del producto. No hay peor panorama que aquel donde se llega al lanzamiento del producto y se descubren deficiencias que podían haberse evitado con una buena organización de los compromisos o la distribución equitativa de responsabilidades. Consentir el desempeño deficiente es un grave error, porque no corregirlo puede ser interpretado como una flaqueza de los responsables de equipo, lo cual acabará en una menor aportación al ejercicio de las tareas y en un compromiso deficiente con el producto final. Siempre es más fácil desentenderse de un fallo que asumirlo.
Debe existir apoyo entre las divisiones, para afrontar con garantía las dificultades. Un equipo de trabajo, como ya hemos apuntado anteriormente, no es un grupo de secciones individuales que se deben sólo a sí mismos, por lo que es exigible que los elementos estén a disposición de sus compañeras, de modo que en los momentos de dificultad no se consienta el desapego, sino la intervención solidario que garantice la consecución de los objetivos.
Se debe evitar la sensación de favoritismo, porque es un factor capaz de socavar la voluntad de aportación de los trabajadores. Cuando alguien es favorecido por los responsables de equipo, incluso si es la pieza más rentable, enrarece el ambiente, y quienes se sienten fuera de ese círculo de favoritismo acaban alejándose del grupo, llevándose consigo todo lo que podrían aportar en beneficio de un resultado favorable. No obstante, hay que mirar este dato desde la perspectiva de los responsables de equipo, quienes deben asumir la difícil papeleta de equilibrar la exigencia razonable con la equidad incorruptible, en beneficio del equipo de trabajo.
La depresión colectiva puede ser irreversible. Naturalmente, los malos resultados siembran el desánimo; no conseguir los objetivos conlleva la pérdida de confianza y de la autoestima, y si esa deficiencia perdura en el tiempo más de lo necesario, acaba extendiéndose en el ánimo de todo el equipo. Por eso es importante identificar los fallos y trabajar en su corrección de forma inmediata. imagen: @morguefile