Han pasado apenas 20 días desde que me quedé en paro. Aunque cueste entenderlo, lo deseaba, porque después de trabajar sin cobrar casi cinco meses, la situación se había vuelto insostenible. Lo cierto es que, aunque me parece más que justificado este deseo, no consigo quitarme de encima el sentimiento de culpabilidad.
Casualmente, hoy entré en el blog de una amiga y me encontré con un artículo de Florent Marcellesi, miembro de la Comisión Gestora de Equo, que nada más empezar me aclaró bastante el porqué de esta sensación: “ Hoy día existe una norma profundamente arraigada en nuestras mentes y hábitos: trabajar de forma remunerada a tiempo completo” y sigue diciendo: “Por qué negarlo, la jornada completa, agitada frenéticamente como señuelo aún más en tiempos de crisis y de desempleo brutal, supondría para las masas trabajadoras la plena integración social así como un poder adquisitivo a la altura de sus hipotecas bancarias y de la avidez promocionada por la obsolescencia programada y la publicidad”. Y aporta un dato curioso, según la Encuesta de Población Activa, la mayoría de las personas que trabajan a tiempo parcial declara que esto se debe a las necesidades de su empresa o a la actual situación de nuestro país y no a su propio deseo. En nuestra mente está grabado con sangre que hay que trabajar aunque tengamos que soportar humillaciones, injusticias, que no se nos considere, remunere ni valore y, además, hacerlo con gratitud, sin quejarnos y con una sonrisa, porque ‘como está el percal’ somos afortunados si tenemos un puesto de trabajo.

Ilustración de Iker Ayestaran
Merece la pena leer el artículo completo. Marcellesi me enseñó un concepto desconocido por mí hasta ahora, el de la política laboral ecológica. Propone una alternativa en base a un dato que los dirigentes políticos parecen ignorar y es que, según indica, “para mantener el nivel de producción y consumo anual tan sólo se requiere que las personas activas dediquen al trabajo remunerado en torno a 25 horas de media a la semana”. Nos pide que no nos quedemos en la indignación, que nos propongamos un compromiso positivo hacia una política laboral global y ambiciosa en la que se combine justicia social y ambiental. Y para lograrlo plantea que se aplique en todos los sectores el reparto del trabajo: “trabajar menos horas para trabajar más personas”. No me suena mal del todo.
