Hace cinco años empecé, después de mucho tiempo de no hacerlo, a dar clases en la facultad.
La asignatura que dicto se llama Psiclogía del Trabajo. Tomé el curso de la noche. Mis alumnos tienen cerca de 24 años y están cursando los últimos tramos de la carrera de Psicología.
Una de las cosas que me llama la atención es el bajo porcentaje de alumnos que trabajan. Serán alrededor de un 25 % del total.
Una o dos veces por año se organizan reuniones entre los docentes, los decanos y el rector para informar o discutir temas de interés. En uno de esos encuentros plantié la cuestión pensando que, desde la facultad, se podría promover que los alumnos trabajen, sobre todo teniendo en cuenta que existe un departamento de Empleos y Pasantías que hace de nexo entre los estudiantes y graduados, y las empresas.
Para mi sopresa fui bastante criticado por mi apreciación e iniciativa. Recuerdo que el Dr. Porto comentó que la Universidad no puede hacer mucho más que exigir horas de pasantías y que, además, la tendencia en las mejores Universidades es hacia el pleno estudio: los alumnos tienen que dedicar toda su energia a trabajar y luego, cuando están bien preparados, insertarse en el mundo laboral que sabrá apreciar su formación.
No se cómo se da esto en otras partes del mundo pero si creo que, en nuestro país, es tan necesario trabajar como estudiar para tener una formación adecuada.
El interactuar con pares, relacionarse con superiores, vivir las decisiones de las empresas que se rigen por lógicas abolutamente diferentes a las que dicta la teoría, revisar un recibo de sueldo, escuchar las quejas sindicales, estar atento a las oportunidades de crecimiento, saber hacer un reclamo, competir, colaborar... y la lista podría ser interminable. Todos son elementos formativos fundamentales para lograr ser empleables.
Y ni hablar de los aspectos personales: por ejempo, la necesidad de un joven de 23 / 24 años de adquirir autonomía y sustentar sus propios gastos sin sentir la obligación de tener que explicarle a su padre que "este mes necesita plata extra" por el motivo que fuese.
O la sensación de encontrar "en qué es bueno" o "qué le gusta", reafirmando su identidad y consolidándose profesionalmente.
La semana pasada entrevisté a Manuel, un joven de 23 años, que egresó del CEMA como licenciado en economía, en noviembre del 2011. Hasta marzo de este año no había trabajado. Actualmente es el "encargado de proveedores" de una empresa que se dedica a fletes marítimos internacionales. La entrevista conmigo se da en el marco de un proceso de selección en el que Manuel esta aplicando a Asistente del Area Comercial de una empresa mutinacional de servicios de control de calidad. Quiere cambiar de trabajo porque su compañía aparentemente era un filial de una firma danesa, terminó siendo una representación. Les debe plata a la mayoría de los proveedores y el trabajo de Manuel, es: "poner la cara".
"Lo único que cambiaría del CEMA es que la distribución de las materias está hecha de tal manera que es imposible trabajar", me comenta.
"Si tuviese más experiencia, no me hubiese dejado engañar por esta gente tan trucha", agrega.
El CEMA es una institución respetada y prestigiosa, sobre todo en el área de las ciencias económicas.
Manuel se da cuenta que gran parte de su formación, todavía la debe adquirir. Que la facultad no se la dio y que podría haber ganado tiempo si hubiese empezado a trabajar antes.
En nuestro país, aprender cómo manejarse en el trabajo, es tan importante como la formación académica.
Trabajar o estudiar no debiera ser una elección, sino ser complementarios.
Los consultores podemos colaborar en que las empresas incorporen estudiantes, que les faciliten las condiciones para que sigan su carrera académica y se beneficien con los aportes de quienes tienen energía, ideas frescas y formación.