Revista Coaching

Trabajo en equipo significa hacer en soledad

Por Jofoba @jordifortunybad

Mucho se habla del trabajo en equipo como si fuese la tierra prometida, y la solución para todo. Cada día escuchamos frases como: «¡esto lo hemos logrado gracias al equipo!».

Pues el equipo en realidad no es nada. El trabajo en equipo, como dice la RAE, no es más que una estrategia de coordinación.

«en equipo 1. loc. adv. Coordinadamente entre varios».

El equipo no es una cosa tangible, lo que sí lo es son las personas que lo componen. Un equipo es incapaz de leer un libro, en todo caso lo leerán las personas.

Y estas personas están solas frente a sus responsabilidades.

Porque un equipo no tiene responsabilidades, y las personas sí. Multiple owner, no owner. Así de claro. El equipo no es un parapeto para diluir responsabilidades. Ni tampoco para asumir los éxitos. Los éxitos son de las personas.

Y si me pongo en plan crítico, si la distribución de responsabilidades no es alícuota, cuando celebramos una victoria estamos reforzando a ciertas personas que tienden a acomodarse, y penalizando a otras que siempre dan el callo. O viceversa, y aún peor. Si el equipo no lo consigue, solamente hundimos a las personas que se han entregado a él.

Si le quitamos el velo de color de rosa a la situación, esto casi siempre es así. Cuesta mucho conseguir esta distribución proporcional de responsabilidades.

Estoy de acuerdo en que no es políticamente correcto decir: «este éxito es de todos, menos de Juan y de María». Si alguien dice eso, queda condenado para siempre a ser un ogro.

En las grandes derrotas deportivas siempre sale el entrenador/a diciendo «la culpa es mía». Cuando —por ejemplo— todo el mundo tiene claro (porque se ha visto durante el partido) que hay un par de personas que han hecho el zángano.

O en los trabajos en grupo en el colegio. La instrucción siempre es que los alumnos más avanzados frenen para acompañar a los más rezagados. Pocas veces se dice a los rezagados, oye, ponte las pilas para no lastrar al grupo.

Ya sé que lo que estoy diciendo no me va a granjear demasiada popularidad. Porque lo que vende es lo que agrada, así que se dice lo que se quiere oír. Pero en la intimidad, cuando apagamos la luz de la habitación, creo que muchas personas sienten lo mismo.

Y si lo manifiesto con esta rotundidad es porque opino que podemos mejorar esta situación dejando de lado los buenísimos y yendo más al grano. Especialmente ahora, con todos los cambios que se están produciendo con el trabajo híbrido, en remoto u otras variantes.

Lo que sugiero no es otra cosa que dejar de llamar trabajo en equipo a algo que no lo es. En realidad lo que estamos haciendo —o queremos hacer— es trabajo distribuido.

Dejemos el trabajo en equipo para las cosas que efectivamente tienen que coincidir en el espacio y en el tiempo, como jugar un partido de baloncesto o preparar una calçotada con los amigos. Y aquí coordinemos bien los roles y que cada uno haga bien su trabajo.

Pero para el resto de las cosas —que son la mayoría— empecemos a considerar seriamente que pueden lograrse —y no hay nada malo en ello— trabajando en asíncrono e individualmente. Hablemos sin miedo de trabajo distribuido.

Pongamos que un grupo de personas tienen que conseguir algo. Este algo tiene un propósito. Lo primero y esencial es trabajar la claridad de este propósito en todo el grupo. El propósito debe ser coincidente y asumido por todas las personas. Y si alguien no lo ve claro, casi que mejor que se baje del tren.

A partir de aquí es necesario que cada persona de un paso al frente y que defina y concrete que puede/tiene/debe hacer para que algo ocurra. En otras palabras, concreción nítida de los compromisos/responsabilidades.

Evitemos el estrés que muchas personas sufren a consecuencia de las expectativas de los demás, o sencillamente esperando que «algo pase» y les aclare qué tienen que hacer.

Y a partir de aquí, cada persona trabaja en ello. Con foco y propósito. Manejando y compatibilizando esta responsabilidad con el resto de sus otros compromisos. Comunicándose de manera efectiva cuando sea necesario. Y también ayudando a quien lo necesite, trabajo distribuido no significa primar el individualismo.

El resultado se mide por el propio resultado, no por cuantas veces nos hemos visto, reunido o abrazado.

Como valor añadido está que en este caso sí que, efectivamente, las herramientas colaborativas nos pueden ayudar muchísimo. Y no sean únicamente armas de destrucción masiva de la atención. Podemos observar como los documentos se van creando con las distintas aportaciones individuales, y si tenemos un/a manager nervioso/a: que mire el documento —que seguro que se está moviendo—, y no persiga a la gente con reuniones o continuos mensajes.

Me gustó una expresión que escribió David Allen, y que hago mía: «En mi experiencia, los mejores «equipos», o relaciones, se establecen cuando las personas reconocen que están solas ante un esfuerzo».

¿Suena fuerte verdad? Eso quiere decir —por ejemplo— que cuando hagamos un proceso de selección, en lugar de primar la competencia de trabajo en equipo, deberíamos preguntar a las personas que cómo se sienten tirando de su propio carro.

Creo sinceramente que si empezamos a hablar de trabajo distribuido, nos acercaremos más a lo que buscamos cuando hablamos de trabajo en equipo. Y es que cómo nombremos a las cosas es importante.

Mi visión es que pase lo mismo con las palabras equipo y distribuido que lo que ha sucedido con productividad personal y efectividad. Ahora ya —casi nadie en nuestro campo— habla de productividad, porque sabemos que es un término obsoleto.

Photo by Tom Barrett on Unsplash

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