El otro día asistía a una charla de Margarita Salas sobre la mujer en la ciencia a lo largo de la historia. A parte de hablar de aquellas reconocidas, también hablaba de todas las que aun con importantes contribuciones no obtuvieron reconocimiento alguno: Hypatia de Alejandría (matemática y astrónoma griega, siglo IV a.C.), Hildegard von Bingen (médica alemana, siglo XI), Émilie du Châtelet (matemática y física francesa, siglo XVIII), Marie Curie (química y física polaca, premio Nobel 1903 y 1911), Irène Joliot-Curie (física y química francesa, premio Nobel 1935), Barbara McClintock (botánica y genetista estadounidense, premio Nobel de Medicina en 1983), Rita Levi-Montalcini (neuróloga y política italiana, premio Nobel de Medicina en 1986), Françoise Barré-Sinoussi (inmunóloga francesa, premio Nobel de Medicina en 2008), Carol Greider (bioquímica estadounidense, premio Nobel de Medicina en 2009), Ada Yonath (cristalógrafa israelí, premio Nobel de química en 2009), Rosalind Franklin (química y cristalógrafa estadounidense, participó en la hipótesis de la estructura doble helicoidal del ADN con Watson y Crick), Lise Meitner (física austríaca, trabajó en nuclear con Otto Hank)… Y tras esto, habló de su vida con tono cercano y sin ápice de soberbia.
La vida de Margarita Salas podéis verla en la Wikipedia (no voy a daros aquí la chapa). Sobre lo que quiero incidir es en el hecho de que todos sus éxitos fueron resultado de su trabajo, por supuesto. Fruto de muchos años dedicados a la lucha por la ciencia básica, horas que privó a estar con su familia o amigos por trabajar en su laboratorio sin descanso; pero por otro lado, hay hechos en su vida (como en la de todos) que no obedecen más que a la fortuna, y que sin ellos, cuesta creer que todo hubiera acaecido de la misma manera o más positivamente. En este caso concreto, Margarita nació en el mismo pueblo que el propio Severo Ochoa, convirtiéndose este en su mentor y protector durante sus inicios en ciencia: le animó a estudiar químicas en la Universidad Complutense de Madrid y tras ello a doctorarse bajo la dirección del reputado Alberto Sols. Más tarde le dio un post-doctorado a ella y su marido, Eladio Viñuela, en su laboratorio de Nueva York para, finalmente, conseguirles financiación para montar su laboratorio y comenzar a trabajar con virus cuando decidieron volver a asentarse en España.
Así sería ése dinero estadounidense “rico, rico” que trajo Margarita pa’ el CSIC
Con todo esto no pretendo quitarle mérito, sólo quiero tratar de valorar cuánto peso ha tenido la suerte en sus éxitos. Mi experiencia personal es que hasta el día de hoy, he tenido bastante fortuna y por ello considero que he de trabajar acorde con toda esta suerte, pero todo ello no me quita el temor a pensar que el día de mañana y a pesar de mi esfuerzo y trabajo, la suerte me pueda abandonar y no consiga buenos resultados o se vean frustrados mis planes. Así que también creo en que es provechoso pensar cada día en las cosas que has obtenido más por suerte que por otra cosa, catalogarlas bien y mentalizarse para tener muy en cuenta que aunque siempre haya una base de trabajo, si el día de mañana nos abandona la buena ventura no nos podemos derrumbar ni culparnos por cosas que no son del todo culpa nuestra y que sólo han sido “mala suerte“.
«Yo creo bastante en la suerte. Y he constatado que, cuanto más duro trabajo, más suerte tengo» Thomas Jefferson, 3er presidente de los Estados Unidos de América