Estaba yo a punto de agenciarme la toalla y las gafas de sol para tomarme un pequeño respiro en esto de glosar la actualidad patria, cuando han vuelto a saltar todas las alarmas. Está visto que a algunos no se les puede dejar solos porque a las primeras de cambio hacen de su capa un sayo y de su herencia una cuenta corriente en alguno de esos numerosos paraísos fiscales que quedan por el mundo a la espera de que un Sarkozy futurista reinvente el capitalismo. Hablo – ya lo habrán captado – del honorable Jordi Pujol que, compungido y arrepentido, acaba de confesar que en más de treinta años no ha tenido ni un momento de sosiego para regularizar ante Hacienda el dinero que – según él - le dejó su padre en uno de esos paraísos al que sólo van los que tienen dinero que poner a salvo.
Es normal que esto le ocurra a un hombre con una agenda tan cargada como la de Pujol, que lo mismo tenía que negociar acuerdos de gobierno con Aznar para garantizar la estabilidad política del país que llevar las riendas catalanas hacia el soberanismo final. En esas condiciones de estrés y corre que te corre, cómo iba a sacar tiempo para presentarse en la oficina de Hacienda más cercana y explicarle al funcionario de turno que él también tenía una cuenta en Suiza o en Andorra sin ir más lejos, como cualquier hijo de vecino que se precie. Así que no hagamos leña del árbol caído y perdonemos su involuntario olvido, seguro que no lo hizo con ánimo de defraudar al fisco ni cosa parecida.
Eso es impensable en alguien que siempre se ha caracterizado por exigir ejemplaridad ciudadana, que reclamó una agencia tributaria para Cataluña y que puso de modo aquello de “España nos roba” mientras él ocultaba su dinero al fisco común tal vez porque el origen no era precisamente inmaculado. Pero insisto: si sus propias lecciones de moralidad no se las aplicó a sí mismo sólo fue por falta de tiempo y no de voluntad. Sospecho que con las prisas tampoco se acordó Pujol de explicar en su explosiva nota del pasado viernes cuánto dinero le legó su padre que en paz descanse y en gloria esté o quiénes de su familia han regularizado su situación con Hacienda gracias a la comprensiva amnistía fiscal de Montoro. Y no es la menor de las lagunas de su nota la que hace referencia al origen real del dinero oculto. Una despechada ex nuera de Pujol ha dicho hoy que de herencia paterna nada de nada, que el dinero procede de las comisiones amasadas por adjudicaciones públicas durante los más de 20 años que el honorable presidió la Generalitat.
A todas esas dudas deberán contestar él, su esposa y sus vástagos, algunos de los cuales también se han caracterizado en los últimos tiempos por ser unos hábiles gestores del dinero de los demás en su propio beneficio como es notorio en los casos judiciales que tienen abiertos. Y aquí todo apunta a que han sido esas investigaciones judiciales las que estaban cerca de destapar que el patriarca tenía dinero en algún paraíso fiscal que no había sido detectado por Hacienda – el día que Hacienda detecte uno de estos fraudes millonarios me hago monje budista - y Pujol no ha tenido más remedio que tirar de su propia manta y quedarse con todas sus vergüenzas fiscales al aire para proteger a la familia.
En su vertiente política, el mea culpa del ya poco honorable Pujol echa por tierra otro de los mitos de la Transición y la imagen de político de estado de la que se hacían lenguas sus admiradores y hasta sus detractores. Pero lo que de verdad queda contra las cuerdas es el proceso soberanista catalán del que Pujol era el buque insignia y la inspiración hasta el día mismo de su confesión. Los partidos que apoyan el referéndum se apresuran ahora para establecer un amplio cortafuego que aleje de ellos y de sus planes las llamas provocadas por el descarado y vergonzoso comportamiento de Pujol, al que quieren expulsar del partido que fundó y retirarle los privilegios y emolumentos de los que aún disfruta. Empeño vano, me temo, cuando quien se presentó ante los ciudadanos como el adalid de la honradez y la virtud y casi como el padre de la moderna Cataluña resultó ser sólo un sivergüenza, eso sí, muy honorable.