Tradición

Si hacemos caso a las escrituras, hace poco más de dos mil años se lio parda. ¿Qué son dos mil años? Nada, si atendemos al registro fósil. Todo, si medimos en vidas humanas. Hace dos mil años, más o menos, el nacimiento de un niño iba a cambiar el mundo tal y como lo conocían. Dejarlo, más o menos, tal y como lo conocemos. Demasiada responsabilidad para un chiquillo engendrado por poderes, considero.

Mirando desde el lado menos trascendente de la vida, prácticamente todo lo que estamos haciendo estos días, queramos o no, tiene su punto de partida en un establo de Judea. Incluido el anciano con sobrepeso vestido de rojo. Caprichos de la sociología. También la nueva casa en la playa de Jeff Bezos. Por qué no.

Yo, que fui educado para hacerle caso a las escrituras, no he tenido nunca el cuajo (ni las ganas) de llevarles la contraria. Pasé por todo lo que toca. Primero, la familia grande con primos y abuelos y cenas desbocadas y "no, yo le pido a los Reyes". Luego, las mesas menguantes y la desidia teen y el alcohol como aventura. Más tarde, el alcohol como vehículo y la ilusión del reencuentro y más calle que mesas engalanadas. Recientemente, la distancia y la nostalgia de aquello que no sabía que añoraba (o simplemente gana en comparación).

Ahora, hoy.

Hoy puedo resignarme a seguir instalado en mi última versión navideña o resignarme (sí, también) a abrazar la que me envuelve y (aún) es ajena.

O instaurar una tradición nueva.

...

¡Sí, hombre!