Se podría decir que mis artículos suelen tener un tono bastante optimista. A veces siento que parecen escritos por una abuelita feliz y en absoluta paz. Por eso quería emprender, junto a quienes lean, un pequeño recorrido por mi interior.
El tema que quiero abordar podrá parecer algo drástico o dramático en un principio. Mi objetivo es redactar algunas reflexiones sobre aspectos de mi interioridad que a lo mejor puedan resultar prácticas para alguien más.
¡Los invito a tomar un breve paseo por mi mundo interior!
Suelo tener una actitud introspectiva bastante a menudo. En una de mis exploraciones hacia mi interior, me encontré con algo que me angustió mucho. Siguiendo el camino por el que mis pensamientos me llevaban, llegó un momento en que me sentí verdaderamente traicionado por todo, por el mundo, por la vida en sí.
Fácilmente noté que no era la primera vez que llegaba a sentirme de ese modo. Por lo que llegué a la conclusión de que una parte de mí realmente se siente traicionada a un nivel profundo. Sencillamente, esa parte de mí siente como si varios acontecimientos dolorosos de mi pasado no tuviesen explicación, como si hubiesen estado allí únicamente para lastimarme.
Sé que una parte de uno mismo que tiene un sentimiento tan profundo puede llegar a perecer “melodramática”. No creo que sea el caso, ya que conozco realmente las razones por las que en algún rincón de mi interioridad algo en mí se siente así. No entraré en gran detalle porque tampoco quiero justificar dichas percepciones y auto-compadecerme.
Algunos rincones oscuros parecen intimidantes, aunque en su interior simplemente haya una pequeña voz que desea ser escuchada.
En el momento que aquella voz empezó a sonar, tan sólo me limité a escuchar su discurso, dejar que haga lo suyo, intentando abrirme empáticamente. Era una voz que ya conocía y sabía que el lugar al que se dirigía no era el más bonito, pero justamente por conocerla de hace tiempo sé que tiene su importancia.
Todos tenemos esas voces internas que nos quieren decir algo. Siempre estarán allí, simplemente hablando para quien quiera escuchar. Dedicarles alguna cantidad de nuestro tiempo y nuestra atención es una apertura a ser empáticos con nosotros mismos, con aquellas partes que están muy adentro y no siempre logramos escuchar.
Es gracias a esa escucha atenta y activa que podemos comenzar una charla entre las distintas partes de nosotros mismos. Una vez que escuché a mi parte más dolida y dejé que sus emociones y pensamientos fluyan, decidí devolverme a un estado de calma lo más que pude. Fue desde allí, una calma cargada con comprensión hacia aquella parte que había sido lastimada, que pude contactarla con otra parte de mí con la que le serviría hablar.
Si prestamos atención y nos disponemos a escuchar, a menudo podremos encontrar voces dulces y amables que también tienen mucho para decir.
Desde que recuerdo he tenido fe en la creencia de que existe un nivel superior de la realidad que da sentido a la existencia. Un nivel que más allá de nosotros, de nuestra cotidianidad, de aquello que percibimos con nuestros sentidos y forma parte de nuestro día a día. Es una creencia que me ha traído bastante plenitud en mi experiencia humana, al tiempo que me he sentido acompañado por ella durante toda mi vida.
Es debido a la creencia que describo que aquellas experiencias dolorosas que parecen no tener sentido me duelen tanto. Por más que lo he pensado muchas veces no he logrado encontrarles “una razón de ser” o un “para qué”. Es desde aquella parte de mí que se siente traicionada que se genera una especie de choque con la parte de mí que sostiene la fe en un sentido superior en el que las experiencias de vida están contenidas.
A veces, algunas de nuestras voces entran en un choque de incongruencia entre lo que una y otra propone, como pequeños nudos que necesitamos aprender a desatar.
Durante mi infancia atravesé algunas experiencias que me han llevado a confrontar en cierto grado la maldad de la que somos capaces los seres humanos. Al mismo tiempo, fui desarrollando un sentimiento de desconexión para con mi familia. Siendo sólo un niño me sentía desorientado, como si la única respuesta que podía encontrar era que simplemente “no podía confiar en nadie”. Cualquier persona podría ser igual de peligrosa potencialmente, cualquier podría lastimarme, incluso aquellos a quienes amase.
Cada tanto me encuentro con esa parte de mí, que aún se siente traicionada, dando vueltas por mi interior. Comentaba que hace poco me encontré con ella y la dejé hablar, dejé que mis pensamientos fueran en la dirección que esa parte de mí determinase. Permitirme observarla me ayudó a clarificar ese sentimiento de “haber sido traicionado” y extender al perpetrador de dicha traición hasta la vida misma.
Sin embargo, rápidamente me di cuenta que esa parte de mí simplemente no está en armonía, en integridad, con el resto de mi ser. No estoy escribiendo esto para hacer una denuncia a la “traidora de la Vida”, ni nada por el estilo. Sino que quiero compartir la respuesta a la que llegué y pude brindar a esa dolida parte de mí.
Muy profundamente, creo que existe una parte de nosotros que decide nacer en determinadas condiciones antes de encarnar en el mundo. Me estoy refiriendo a la esencia de nuestro ser, aquello sagrado que compartimos con todos los demás seres vivos. Posee una sabiduría que va más allá de nuestro entendimiento racional, por lo que “entender por completo sus razones” podría estar fuera de nuestro alcance.
Siempre me ha interesado la búsqueda de lo trascendental, aquello de orden más elevado que da sentido a la existencia.
Si lo anterior es cierto, entonces nuestra historia personal se re-significa casi totalmente. Solemos percibir las primeras etapas de nuestro desarrollo como seres humanos como eventos que escapan totalmente ante nuestro control. Desde nuestra perspectiva habitual, como niños, somos seres absolutamente vulnerables que están a merced de los condicionamientos que recibimos de nuestro entorno. Pero todo cambia si tenemos en cuenta la posibilidad de que nuestra esencia más profunda haya podido elegir el entorno en el que creceríamos.
De ser así, todos los condicionamientos que recibimos al comienzo de nuestra vida no eran simplemente ajenos a nuestro control. Al contrario, fueron, en algún punto, aspectos elegidos de nuestra experiencia vital dentro de las posibilidades de la condición humana. Con ello no sólo se puede descartar la idea de cualquier tipo de traición, sino que aún podría existir alguna finalidad para todo aquello.
Un cambio perceptual nos puede permitir abrirnos a posibilidades y recursos antes inexplorados.
De ese modo, quedamos ante la cuestión de cuál sería el “para qué” al que nuestros condicionamientos responden. En cada caso, las condiciones a las que seremos expuestos serán diferentes, pero todas podrían servir a un mismo propósito. Sería en aquellos aspectos de la condición humana que nos han tocado experimentar, por más dolorosos que puedan haber sido, los campos en los que nuestro ser ha decido cultivarse y crecer.
Es decir, aquellas heridas profundas que tenemos son un campo de posibilidades a desarrollar sobre el cual podemos trabajar. Lo mismo tanto para con aquellos recuerdos dolorosos que nos persiguen cada tanto, como con aquellas conductas que hemos adoptado para lidiar lo más efectivamente que hemos podido con lo que nos pasaba. Éstas últimas probablemente necesiten algún tipo de revisión y reajuste con el tiempo, cuando ya no sigan siendo necesarias gracias a los avances que vayamos realizando.
Nuestro mundo interior es como una huerta donde tenemos varios recursos, como semillas maravillosas, que podemos cultivar.
En mi caso en específico, me he encontrado con un sentimiento de desconfianza hacia mí mismo y hacia los demás. Así mismo, existe en mí una dificultad de expresar sentimientos, emociones o sensaciones afectivas hacia los demás. Son sentimientos bastante profundos, es decir, que se han mantenido con constancia y que cada tano se activan con cierta intensidad. Es así como uno va encontrando el norte hacia la cual la propia brújula interna apunta, indicándonos hacia dónde dirigir nuestros esfuerzos en nuestro desarrollo personal.
Ya hace un tiempo, desde que he identificado las adversidades que mencionaba antes, así como varias otras, he intentado dedicarme a expandir mi identidad en relación a ellas. Por un lado, me he aventurado un poco a intentar confiar en otros sin esperar que grandes cosas ocurran pero sin estar alerta constantemente a recibir lo peor de ellos.
Por otro lado, de a poco he ido identificando distintos aspectos de mi sensibilidad que me acercan a los demás más de lo que habría podido imaginar antes. En esa línea el siguiente paso sería intentar dejarme llevar más por esas partes de mí y permitirles expresarse lo más abiertamente que puedan.
Bajo la superficie podemos encontrar nuestra belleza, con tan sólo ahondar con un poco de trabajo.
Sólo con esos dos aspectos de mi ser tengo trabajo interno suficiente para un tiempo considerablemente largo. He conseguido algunos avances y estoy contento con mis logros hasta ahora. A veces siento como si hubiese retrocedido, porque el desarrollo personal no siempre es como dar un paseo por un rosedal. Pero es precisamente gracias a esos momentos de supuestos retrocesos que puedo ver con claridad todo el camino andado y el que aún queda por recorrer.
Realmente creo en las ideas que comparto, lo que no quita que yo también tenga mis momentos, mis días, mis períodos y partes de mí que no estén del todo integradas a ello. Aun así hago el intento cotidiano de ir armonizando mi interior lo más que puedo. No es un trabajo fácil, ni se da de un día para el otro, incluso puede que no acabe en esta vida. Pero simplemente es algo sin lo cual no sentiría ninguna plenitud en mi experiencia vital.
En conclusión, Sí, una parte de mí todavía se siente traicionada por la vida, y Sí, también otras partes de mí se sienten cada vez más contenidas por un universo cálido y lleno de posibilidades. Todavía estoy en proceso de desarrollo, como probablemente todos lo estemos, siendo exactamente eso lo divertido de estar presentes formando parte de esta vida. Escuchar con auto-empatía a las distintas partes de nosotros mismos, sin importar cuan contradictorias puedan parecer, es uno de los mejores regalos que sólo uno se puede dar a sí mismo.
Intentemos, poco a poco, ir recibiendo con apertura a los distintos mensajes que tenemos para regalarnos a nosotros mismos.
“Confío en la Evolución Humana y deseo todo aquello que sea necesario para la misma. Así mismo, espero ser un agente activo en su proceder tanto como esté dentro de mis posibilidades. Es por ello que espero que estas palabras sean útiles para el desarrollo de quien se tome el tiempo de leerlas”.
Exequiel I. Galeano.