La realidad del país en los primeros meses del año que corre no puede ser más catastrófica. O tal vez sí. Sólo hay que darle tiempo.
Lo cierto es que aquí se alcanza ya el millón y medio de hogares con todos sus miembros en paro y que un 22,5% de la población subsiste con unos exiguos 500 euros mensuales.
El riesgo de pobreza y exclusión se extiende ya a más del 25% de los españoles y hemos superado con holgura los cinco millones de parados. Tampoco se descarta que podamos alcanzar los seis millones antes de finalizar el año.
Por contraste, los bancos lograron unos beneficios de 9.328 millones en el peor año de la crisis, aunque sigan insistiendo en la necesidad de profundizar en las reformas llamadas “estructurales”. Aún así, todavía somos demasiados los que resistimos y nos negamos a coger las maletas, como hicieron antaño muchos de nuestros antepasados y buscar un lugar mejor para vivir. Pero la cifra que se decide a hacerlo no para de aumentar.
Este es el panorama desolador de aquel universo del euro en el que todo eran bondades que nos prometieron hace ya trece años. Desde entonces hasta aquí, los salarios sólo han subido un pírrico 14%, mientras el coste de la vida lo ha hecho un 48%.
Ante este trampantojo esperpéntico, el partido encargado de gobernar la nación ha optado por anteponer un giro ideológico y político consistente en reformar la Ley del Aborto y suprimir la asignatura Educación para la Ciudadanía, algo que sin duda otorgará un impulso extra a nuestra depauperada economía.
Y una vez arreglado nuestro desvío espiritual, se ha puesto manos a la obra con las cosas de andar por casa y ha subido los impuestos haciendo recaer el grueso de recaudación en pensionistas y trabajadores.
Para disimular, ha elaborado un plan de lucha contra el fraude fiscal que prevé recaudar este año 8.171 millones, una minucia si se compara con el montante del coste sanitario español, que es su alcance real.
Además ha aumentado la previsión de déficit en casi dos puntos, por si nos relajamos, lo que supondrá un recorte de 40.000 millones de euros. Dicen que si no lo hubiesen hecho ellos lo habría ordenado Bruselas, pero lo cierto es que son los socios europeos quienes no se fían ahora de la desviación.
Por si nuestro poso espiritual sufre nuevas alteraciones, la iglesia sale incólume de todo este desaguisado, así estará mejor preparada para los imprevistos, mientras cierran empresas por centenares y ponen en marcha una reforma laboral que deja el despido a precio de ganga. La creación de empleo a base de destruir el poco existente.
La guinda del pastel la ponen los integrantes del principal partido de la oposición que, a falta de ver rendijas por donde colar propuestas alternativas ante este desbarajuste descomunal, andan apuñalándose por las esquinas por una poltrona de espectador de primera fila de la hecatombe. Como para no dormir tranquilos.