Por Alfonso Reece Dousdebés | @AlfonsoReece | [email protected]
(Publicado originalmente por diario El Universo, Guayaquil, el lunes, 8 de diciembre, 2014 )
Y después de todo hay ventajas de ser un opaco columnista en el Tercer Mundo, porque uno puede discutirle a un genio mundial sin correr el riesgo de que le conteste y lo apabulle. Por eso, sans façon, puedo dirigirme a Stephen Hawking y decirle que está equivocado. Piensa ese gran científico que la inteligencia artificial está cerca de ser mayor que la humana y que seremos dominados por las máquinas. Ayer terminé un texto sobre novelas que tratan de artilugios mecánicos o biológicos que se rebelaron contra sus creadores y les hicieron daño: Frankenstein, el Golem, la Eva futura de Villiers, los robots de Capek y Asimov, sin olvidar a Pinocho, que acaba bien, pero solo tras causar muchos quebrantos a Gepeto. La distopía de la máquina triunfante se repite una y otra vez, en decenas de novelas y películas de desigual calidad, demostrando la curiosa desconfianza que el animal racional tiene a las obras de sus semejantes.
Muchas personas super-bien-formadas creen que las computadoras son máquinas que piensan, no es así, son máquinas para pensar, hacen más eficiente y potencian el pensamiento humano, pero no piensan. Son como la máquina de escribir, que no es un mecanismo “que escribe”, sino que sirve para escribir. Hasta hoy ninguna computadora, ni aún las más grandes y sofisticadas, ha hecho algo que no se le haya enseñado. Por otra parte, las máquinas, a medida que se perfeccionan, no se vuelven más autónomas, sino todo lo contrario, más obedientes. Un automóvil con dirección hidráulica obedece mejor que uno que la tiene puramente mecánica. Cuando un aparato, cualquiera, comienza a hacer cosas distintas de las que le pedimos no decimos que se ha vuelto más inteligente, sino que está dañado. Y hay muchas más razones para pensar que es imposible que las máquinas tomen un día el gobierno del mundo.
Entonces, ¿tranquilo Mr. Hawking? No, de ninguna manera. Si bien no habrá jamás máquinas dominadoras (así como no hay máquinas escritoras) sí pueden existir máquinas de dominar. De hecho ya existen, las más modernas técnicas electrónicas y audiovisuales se usan para aherrojar a los pueblos. Los omnipresentes sistemas de control mediante cámaras, micrófonos y sensores conspiran todo el tiempo contra nuestra intimidad y contra las libertades de movimiento y opinión. Estas redes de información y espionaje se vuelven letales en manos de dictaduras (con precisión de aquellos gobiernos que en días pasados votaron en Naciones Unidas contra las sanciones a Corea del Norte) cuyo propósito final es transformar a sus ciudadanos en robots o en autómatas obedientes y repetitivos, si no vean cómo funcionan los parlamentos y congresos de tales países. Sin embargo, los llamados Estados democráticos no son menos peligrosos, como se ha demostrado en recientes revelaciones sobre abusos de los servicios de inteligencia. En este punto del desarrollo de la humanidad se hace más que nunca forzoso ir a situaciones de Estado mínimo, en los cuales la prioridad sea proteger a los ciudadanos de sus gobiernos.
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