Desde hace un buen tiempo, pequeñas y pequeños se han encarando por siglos a una educación desarrollada y también incorporada para una era que ya no existe. Con salas de clases que no se han alterado en prácticamente nada desde el siglo XVIII; muestras arqueológicas dignas de un museo, no de escuelas en pleno siglo veintiuno.
Ambientes de aprendizaje que promovían la memorización metódica, ordenada, universal y verbalista fueron incorporados para dar una educación alineada a las necesidades que producía la revolución industrial. Se requería apresurar el desarrollo económico, con lo que se formó mano de obra calificada de forma masiva. Y en esas seguimos estando, cuando todo, alrededor de la Escuela y la Universidad, ha cambiado.
Los objetivos de la educación reflejaban los puntos de vista de las clases altas de la sociedad; instruir a la clase media con disciplina, alfabetizando a muchos pequeños en escaso tiempo con el propósito de moralizar, amaestrar y también integrar a nuevas generaciones de trabajadores para sostener el desarrollo económico, transformándose de esta manera en los Stormtroopers de la revolución industrial.
La educación en el siglo XVIII sirvió primordialmente para otorgar una base de opiniones y entendimientos comunes, para preparar a los estudiantes para una realidad que existía.
Pasaron los siglos, y los objetivos reaccionarios de la educación creada en la era de la industrialización se sostuvieron. Nuevas generaciones se formaban de igual manera que hace doscientos años, en un planeta con una realidad plenamente diferente.
Se empezaba a ver, por parte de algunos visionarios, que se necesita un impulso a la integración de la educación en la enseñanza y buscar así como localizar el procedimiento que dejase a los enseñantes instruir menos, y a los pupilos aprender más.
Por medio de la observación, se llegó a la conclusión de que los pequeños son capaces de examinar todo por sí solos, sin abdicación frente a la autoridad adulta. Se empieza a ver necesario por ello la implementación de una pedagogía activa, donde los practicantes se sientan implicados verdaderamente en el proceso de aprendizaje. Este proceso se desarrolla desde la observación de la naturaleza y el respeto de sus leyes, y es el único procedimiento eficaz,
Las palabras solo han de ser aprendidas y enseñadas en su asociación con las cosas, ¿qué son las palabras sino más bien el vestido o bien la envoltura de las cosas?
Tristemente, estos trabajos, de pensadores como Comenius fueron básicamente ignotos hasta el siglo veinte. En la década de los cincuenta, sus obras fueron traducidas a diferentes idiomas, y la UNESCO hizo conocidos sus aportes, por medio de la celebración del tercer centenario de la publicación de su insigne obra: Opera educativa omnia.
Movimientos como la “nueva escuela” empezaron a florecer y extenderse a fines del siglo XIX. Didactas como Dewey, Montessori, Freinet y Piaget empezaron a levantar sus voces a lo largo del siglo venidero, sobre una educación activa centrada en los estudiantes.
La sociedad de forma lenta empezó a ser consciente de la necesidad de mudar los objetivos culturales, tanto por los avances en la entendimiento de los procesos de aprendizaje y de enseñanza como por la concientización de crear un futuro mejor y sustentable.
Para crear un futuro sustentable, debemos lidiar con la dificultad de los retos globales; el cambio climático o bien la exterminación del hambre, por servirnos de un ejemplo, son llamados “wicked problems” o bien “problemas retorcidos”. Estos “problemas retorcidos” no pueden ser solucionados usando enfoques disciplinarios, ni interdisciplinarios. Solo van a poder ser, de alguna forma, resueltos mediante un trabajo transdisciplinario. Esta es la nueva realidad de nuestro planeta.
Esto es que especialistas que representan diferentes disciplinas deben interaccionar de forma colectiva. Cada área va a deber amoldar su enfoque para negociar una resolución renovadora con otros miembros del equipo, siendo el fin el de descubrir las conexiones ocultas entre diferentes disciplinas, que es donde reside la real posibilidad de solventarlos. Si nos detenemos a meditar, la especialización prosigue siendo precisa para solucionar estos retos, mas la clave se encuentra en la integración de los conocimientos y el desarrollo de las competencias para poder llegar a la cooperación entre los actores.
Entonces, ¿de qué forma conseguimos que la educación forme a estas generaciones de “resolvedores” de retos complejos?.
Una forma conveniente es incorporando enfoques educativos transdisciplinarios. Estos enfoques tienen como fin la integración curricular, disolviendo los límites entre las disciplinas usuales. Organizar la enseñanza y el aprendizaje en torno a la construcción de significado, en el contexto de inconvenientes o bien temas del planeta real. Los estudiantes son los que experimentan en primera persona en qué consiste el proceso de trabajo transdisciplinar. Uno de los enfoques transdisciplinarios más conocidos hoy en día, es el enfoque STEM-STEAM.
Es nuestro deber como adultos, respaldar, desarrollar y también incorporar los cambios que la educación requiere en esta nueva realidad, para darles a nuestros pequeños y jóvenes las competencias que precisarán para enfrentar un futuro desafiante y también dudoso.
El siglo veintiuno nos ofrece la ocasión de abrazar los retos con convicción todos: enseñantes, instituciones educativas, gobiernos y familias.