No recuerdo la primera vez que escuché hablar de transexuales, probablemente fue en mi adolescencia. Lo que sí recuerdo es que la definición de transexual venía acompañada de la diferencia entre transexual y travestista (o travesti, como se les solía llamar en los años 90 del siglo pasado). Seguramente en ese entonces no entendiera demasiado el concepto de transexual y lo asociara a enfermedad mental, por aquello de que tu cabeza sienta de forma diferente a lo que tu cuerpo expresa. Afortunadamente la edad y las circunstancias me han hecho más reflexivo y más abierto a aceptar cosas que en mi adolescencia me parecían marcianas.
Ahora entiendo que existen diferencias entre sexo biológico y lo que solemos llamar género. Sé que el género es una construcción cultural basada en el sexo biológico y, sobre todo, en el papel social que la mujer ha tenido en la historia, sobre todo desde que la agricultura estableció una diferenciación entre las tareas del hombre y las de la mujer y esas "diferencias" quedaran sacralizadas y escritas en piedra gracias a la mayoría de religiones mayoritaria. Desde entonces asociamos el género femenino y la feminidad a una serie de cosas que no son inherentes a su sexo biológico, sino a esa construcción social y cultural que les hemos impuesto en las sociedades heteropatriarcales, supeditadas y sometidas al género masculino y esa otra construcción cultural que es la masculinidad. Yuval Noah Harari escribe sobre esto en su famoso libro ' Sapiens, de animales a hombres ':
"[...] Así pues, tiene poco sentido decir que la función natural de las mujeres es parir, o que la homosexualidad es antinatural. La mayoría de las leyes, normas, derechos y obligaciones que definen la masculinidad o la feminidad reflejan más la imaginación humana que la realidad biológica. [...] Para hacer que las cosas sean menos confusas, los estudiosos suelen distinguir entre "sexo", que es una categoría biológica, y "género", una categoría cultural. El sexo se divide en machos y hembras, y las cualidades de esta división son objetivas y han permanecido constantes a lo largo de la historia. El género se divide entre hombres y mujeres (y algunas culturas reconocen otras categorías). Las cualidades denominadas "masculinas" y "femeninas" son intersubjetivas y experimentan cambios constantes. Por ejemplo, existen diferencias en el comportamiento, deseos, indumentaria e incluso postura corporal entre las mujeres de la Atenas clásica y las mujeres de la Atenas moderna. [...] El sexo es un juego de niños, pero el género es un asunto serio. Conseguir ser un miembro del sexo masculino es la cosa más sencilla del mundo. Uno solo necesita haber nacido con un cromosoma X y uno Y. Conseguir ser hembra es igualmente simple. Un par de cromosomas X bastan. En contraste, convertirse en un hombre o una mujer es una empresa muy complicada y exigente. Puesto que la mayoría de las cualidades masculinas y femeninas son culturales y no biológicas, ninguna sociedad corona automáticamente a cada macho como hombre ni a cada hembra como mujer. Ni estos títulos son laureles sobre los que uno pueda descansar una vez que se han adquirido."
Las personas transgénero, contrariamente a lo que intentan ver desde algunos sectores, no son un invento del posmodernismo. Existen desde que existe el ser humano. Y desde la invención de las religiones y el reparto de papeles han sido continuamente silenciadas y despreciadas, tratadas como enfermas en el mejor de los casos y como emisarios del infierno en los peores momentos de nuestra historia. Hoy día es más fácil que nunca ser conscientes de esa diferenciación entre el papel y el trato a la mujer en nuestra sociedad con respecto al hombre, un ejemplo relacionado con el tema de este post es darse cuenta de que la polémica reciente sobre la llamada ley trans ha afectado a nivel mediático y social prácticamente solo a las mujeres trans y no a los hombres trans. Pareciera que, si vistes, te sientes, te comportas y hablas como un hombre, todo está bien; pero si te vistes, sientes, te comportas y hablas como una mujer, debes seguir sufriendo la suspicacia, el rechazo, el odio o la vergüenza. Nadie parece haberse preocupado, por ejemplo, porque haya hombres transgénero que pueden parir que necesitan consultas ginecológicas a las que no pueden tener acceso. Solo parece preocupar que las mujeres transgénero puedan entrar en baños femeninos o violar a otras mujeres en cárceles femeninas. Las mujeres transgénero sufren una doble discriminación: por su construcción de género (es decir, por ser mujeres) y por ser trans.
Sin embargo y lo más importante es que, pensemos lo que pensemos de lo masculino y lo femenino, de en lo que creamos que consiste ser un hombre o una mujer, van a seguir exisitiendo personas cuya forma de ver y entender el mundo, la vida y su propio yo, no se corresponda con el papel que otros han decidido que les toca según su cuerpo. Algunos y algunas decidirán pasar por un proceso médico terrible para cambiar ese cuerpo y adecuarlo a su propia realidad. Otras y otros decidirán que no desean ni necesitan pasar por ese proceso o por parte de él, o que no puedan hacerlo, lo que no cambia lo que son ni invalida la construcción de su propia identidad. A los demás nos toca aceptar que esas personas no pueden quedarse fuera de los derechos a los que nosotros sí podemos acceder; porque el mundo va a seguir cambiando de formas que, en muchos aspectos, nos serán muy difíciles de comprender. Hoy no entendemos que una mujer pueda tener pene o un hombre vagina de la misma forma que, en el pasado, nuestros tatarabuelos no podían entender por qué una mujer necesitaría trabajar o votar o por qué un hombre se sentiría atraído sexual y románticamente por otro hombre. Porque todo pasa a través de nuestro propio filtro cultural, aún demasiado influenciado por prejuicios de origen religioso.
Por eso, porque el mundo va a seguir cambiando a nuestro pesar, nunca deberíamos pensar que esos problemas son de otros y que no van con nosotros. Porque el odio acaba siempre expandiéndose y salpicando alrededor. Para muestra, dos ejemplos recientes. El primero el de una chica cishetero con pelo muy corto y apariencia ¿masculina? que sufre insultos en redes por parte de gente que piensa que es un hombre o que es trans:
El segundo, el de una mujer con problemas de alopecia que fue obligada a levantarse la camiseta para probar su género y poder acceder a un baño de mujeres:
Mujer cis con alopecia fue forzada a levantarse su camiseta para "demostrar su género" usando un baño.
- Unión Trans Obrera (@TransObrera) November 2, 2021
Lo hemos dicho ya varias veces: el discurso transfobo no solo es peligroso para las personas trans, sino para cualquier persona cis no normativa pic.twitter.com/xUWsh4ocv1
Habrá quien piense que estos dos ejemplos son anécdotas que no reflejan la norma. Puede ser. Pero en ese caso también lo son la mayoría de las excusas que mucha gente pone para oponerse a considerar a una mujer transgénero como una mujer de pleno derecho. La realidad y lo que debería ser norma es que nadie debería verse discriminado, menospreciado ni odiado por su aspecto, por su sexo biológico, por su orientación sexual, ni por su propia construcción de género. No es posmodernismo. Son derechos humanos.