El autor reivindica un humanismo renovado que abrace la técnica sin perder la trascendencia ni olvidar la fragilidad compartida
Por: Alberto Berenguer / Instagram: @tukoberenguer; @delecturaobligada

Su libro plantea un “humanismo integral” frente al empuje del transhumanismo. ¿Qué entiende por este humanismo y en qué se diferencia de las visiones que lo reducen a lo puramente biológico o tecnológico?
Claramente, y eso lo vio de algún modo Maritain a principios del siglo, que el humanismo occidental presenta serias lagunas, o bien porque caracteriza al ser humano como un dominador déspota o bien porque lo aleja de la auténtica trascendencia. “Transhumanismo integral” significa ante todo que no todo tipo de humanismo es válido, especialmente el que yo llamo una “humanismo excluyente”, no solo de Dios, sino del cuidado y la mejora en plenitud del otro, de la naturaleza y de los deberes cívicos. Además el humanismo ha desatendido, tanto conscientemente como inconscientemente, la tecnicidad humana y eso es una grave omisión: hemos evolucionado a la par con nuestra dimensión natural técnica.
Muchos defensores del transhumanismo ven la inmortalidad como el gran horizonte humano. ¿Qué riesgos éticos y existenciales encierra este deseo de vivir para siempre?
Este es un punto que debe reorientarse en el transhumanismo. Es reconocible, entre gran parte de los transhumanistas, el deseo de vivir para siempre. Pero no hay consenso ni claridad en cómo se materializa ese deseo ni qué entienden por inmortalidad, la cual puede ser simplemente “no morir”, si bien algunos creen que se trata de un estadio materialmente mayor y transformado con tintes apocalipticistas en el que el dolor, el sufrimiento y la misma muerte desaparecerán. El problema de esto es que, al trasladar su discurso hacia el futuro, no asumen ni la muerte ni la vulnerabilidad como un rasgo éticamente fecundo: aceptar el propio límite te ayuda a aceptar el límite de los otros, su fragilidad, y así, a intentar superar muchas dificultades.
Usted afirma que el humanismo debe renovarse para no quedar obsoleto frente a los discursos tecnológicos. ¿Qué bases habría que actualizar de forma más urgente?
Quiero aclarar que mi propuesta de un transhumanismo integral no es en absoluto una postura buenista: se trata de una propuesta provocadoramente irónica porque los transhumanistas, en vez de explayar lo más excelente y óptimo de la naturaleza humana, optan simplemente por cancelarla en una huída hacia adelante. Por ello soy claro al considerar esto un utopismo tecnológico que nos puede llevar a desatender el mundo real, sobre todo las desigualdades sociales y el sufrimiento a gritos de tantas personas que no tienen acceso a muchas de las biotecnologías avanzadas y que se mueren de hambre y de enfermedades por falta de recursos. Un humanismo que habla del ser humano solamente con un discurso ingenuo y romanticista, lejos del peligro real de la intervención tecnológica en el propio cuerpo es, además de contrafáctico, muy peligroso. Esta intervención existe y todo apunta a que seguirá desarrollándose más y más en el futuro. Sé que a algunas personas de la academia les sorprende que en vez de ponerme como un francotirador contra el transhumanismo (esta es la actitud imperante) intente dialogar a su interior mismo y provocar hacia ambos lados: solo atacar desde fuera es fácil, ofrecer una propuesta de sentido es más complicado.
¿Cómo pueden dialogar la filosofía, la teología y la inteligencia artificial para iluminar el futuro del ser humano sin caer en reduccionismos?
Pienso que es saludable que las tres se interroguen y se provoquen mutuamente. La filosofía desafía a una vida acomodaticia y dócil ante los poderes del mundo, los cuales son cada vez más tecnocráticos. La teología nos impulsa a transgredir el recorte intencionado del espesor de la realidad por parte del materialismo, que se concreta en unas tecnologías para el cuerpo y no para la persona integral. El reduccionismo ejerce una violencia inusitada contra la persona, de modo que ambas, filosofía y teología, pueden ayudar a una inteligencia artificial que no sea un dispositivo del poder y a que se abra a temas y horizontes mayores de trascendencia.

En Transhumanismo integral insiste en que el arte puede ser un acto de resistencia y compañía. ¿Puede también el pensamiento humanista desempeñar esa función frente a la tecnificación total de la vida?
La técnica misma es un arte, un arte que por desgracia solo se desvirtúa para dominar y manipular. Por ello en Transhumanismo integral defiendo que la técnica puede convertirse en una acción efectiva de amar al servicio del bien más auténtico de la persona en la casa común. El pensamiento humanista a menudo solo ha subrayado el lado más perverso de la técnica (cuando la tecnificación es sinónimo de descorazonamiento), olvidando que el concepto griego de techné incluía el amor, la retórica, las artes, así como todo aquello sublime entre las creaciones humanas y más allá de lo humano. La técnica puede convertirse en una ars magna de nuestro cuidado y mejora integrales. Por eso el transhumanismo integral da un paso al frente que el humanismo no había dado, se sitúa en el quicio mismo de la técnica como ars amandi.
¿Qué papel juega la espiritualidad, más allá de credos particulares, en su propuesta de un humanismo capaz de convivir con el avance tecnológico?
La espiritualidad es la base de la vida auténtica y nace de una religación fundamental al absoluto. Solo cuando se reconoce esta pertenencia indeleble y se ahonda en ella podemos desarrollar la inteligencia espiritual y expresarla en lo que yo llamo “trascendentalidad”, esto es, esa tendencia a expresar, crear y buscar lo que más nos plenifica. La espiritualidad es sinónimo de libertad interior y exterior, por lo que una tecnología que no reconozca la espiritualidad humana será nuestra mayor enemiga porque al final nos hará sus esclavos. El transhumanismo integral está pensado para combatir que se entiendan las nuevas tecnologías como sustitutivos o apósitos de nuestra espiritualidad. Ese es mi objetivo en mi libro.
Si tuviera que elegir una idea de Transhumanismo integral que el lector debería llevarse consigo tras cerrar el libro, ¿cuál sería?
Las nuevas tecnologías pueden ayudar a mejorar la vida humana y esto será cada vez más potente, pero ¿hasta qué punto y en qué condiciones? El transhumanismo integral, favorable y crítico hacia el progreso tecnológico, es una propuesta nueva al servicio del bien pleno de la persona, de la sociedad y de la naturaleza. Se trata, por tanto, de una propuesta tecnofílica crítica pero abierta a aquellas novedades tecnológicas que contribuyan a que reluzca nuestra dignidad de personas.

En Haikus de duelo, otro de sus últimos libros, explora la pérdida desde la tradición poética japonesa. ¿Qué le llevó a escoger el haiku como vehículo para expresar el duelo?
Fue el haiku quien me escogió a mí pues su lectura desde siemrpe me ha cautivado pues permite conjugar en este género oriental la simplicidad y la intensidad de las propias vivencias. Cuando leía a Basho desde mi más tierna juventud me quedé impactado por cómo se puede decir tanto en tan pocas palabras y ser tan profundo con el lenguaje de un niño. Tras la pérdida precoz de mi madre encontré en el haiku, como afirma el filósofo Francesc Torralba en su prólogo, un bote al que agarrarme en el momento del dolor más grande de mi vida.
El libro entrecruza mitología nipona y espiritualidad occidental. ¿Qué lecciones universales encontró en ese diálogo de culturas a la hora de hablar del dolor y la esperanza?
El haiku parece sencillo cuando se lee pero su antigua técnica es muy elaborada y requiere una destreza trabajada y paciente. La cultura oriental, especialmente la japonesa, es muy rica en favorecer la expresión concisa de la propia espiritualidad y eso es algo que siempre me ha atraído. Obviamente yo soy occidental y católico, de modo que no pretendo en Haikus de duelo hacerme pasar por una persona nacida en el país nipón. Si así lo hiciera no superaría lo kitsch, Mi obra es la de un occidental que dialoga y que, ante el riesgo permanente de la nada, escribe no para sortear sino para experimentar y esperar en la mayor crudeza el dolor. Algo que me ha sorprendido mucho al publicar mi obra es la cantidad de lectores que me dicen “leerte me ha ayudado”, o que me dicen el haiku en concreto que les ha tocado y a veces me muestran que escriben lo que sienten en el blanco de la página. Eso te deja pasmado.
En Haikus de duelo trabajó con Editorial Verbum y en Transhumanismo integral con Ediciones Encuentro. ¿Qué diferencias más significativas ha encontrado entre publicar poesía y ensayo en editoriales tan distintas, y qué le ha aportado cada experiencia a su trayectoria como autor?
No se trata de una doble vida. Son aspectos de mi vida. Separar la reflexión profunda de la expresión bella no es muy recomendable, aunque hoy estamos acostumbrados a la obsesión por la especialización y que el lenguaje de los filósofos hagan trampas con su presunta neutralidad. María Zambrano, a la que cito en Transhumanismo integral, supo escribir su pensamiento como filósofa con una bella prosa poética. Heidegger afirmaba que la filosofía se interroga por el ser y la poesía por lo sagrado: no creo que haya que separarlas tan drásticamente.
Como lector, ¿qué libros o autores contemporáneos lo acompañan y han influido en su forma de pensar tanto en filosofía como en poesía?
Es difícil concretar pues soy un lector voraz pero en filosofía me ha tocado muchísimo Tomás de Aquino y Nietzsche. En poesía es difícil también pero mucho Basho, Lope, Costa i Llobera, Machado, Borges…
Actualmente es vicario de la Sagrada Familia, uno de los templos más visitados del mundo. ¿Cómo influye ese entorno único en su mirada sobre el ser humano, la trascendencia y la cultura?
La Sagrada Familia es poesía en piedra y trencadís. Antoni Gaudí fue un poeta de la arquitectura. ¿Cómo puede ser crear tanta belleza en detalles altísimos, en las torres por ejemplo, que no se ven a ojo humano? Será porque crear belleza no es solo para el aplauso humano sino donde desaparecen las miradas recelosas, donde hay libertad, una ofrenda para lo más alto y puro. La Sagrada Familia, donde he podido dialogar con la cultura del país e internacional, siempre moldea mi mirada espiritual, intelectual y estética.
Aprovechando esta conversación, ¿cómo valora el legado que dejó el papa Francisco, el primer papa latinoamericano, y qué opinión le merece la elección del papa León XIV? ¿Qué espera de su labor al frente de la Iglesia en los próximos años?
Yo le llamo el “huracán Francisco” por su fuerte personalidad y enorme carisma. Ya lo dijo el cardenal Re en la homilía de su funeral. Creo que necesitaremos tiempo para valorar y entender todo su legado. Es todavía muy triste y reciente su fallecimiento… Lo que está claro es que con León XIV la Iglesia seguirá peregrinando y evangelizando con la mano tendida a todos los que buscan con sinceridad la verdad y el bien. No estaremos metidos en un búnker, eso por descontado, y estoy convencido de que este papa, el cual me alegra que afronte sin miedo la era digital, hará lo imposible, con su inteligencia y sabiduría, para trabajar por la unidad de la Iglesia y del mundo, por el anuncio de la verdad y la edificación de la paz.
Por último, si tuviera que condensar en una sola idea el mensaje que desea dejar tanto con su poesía como con su reflexión filosófica, ¿cuál sería la huella que le gustaría transmitir a los lectores del presente y del futuro?
Te lo diré simplemente con unos versos de Machado: “Late corazón… no todo se lo ha tragado la tierra”.
