Puede ser que el empleo hasta ahora conocido se haya terminado y no haya trabajo para todos, en las condiciones y duración tradicionales, -Jeremy Rifkin escribió en 1994 ‘El fin del trabajo’, aquí publicado por Paidós en 1996- puede ser que la salida tenga que contemplar una distribución del empleo existente en jornadas menores para más personas, disfrutando de mayor ocio la humanidad en su conjunto.
También puede ser que algún día se produzca un vuelco en las relaciones de poder y control de los medios de producción y cambio, etc.etc. Mientras tanto convendría modificar las condiciones que hicieran posible vivir mejor a los españoles.
Si leyeron los escritos anteriores habrán visto por donde transitan mis ideas en este mundo del paro, y mi inclinación a considerar prioritario reducir el ‘gap’ que tenemos en relación con otros países europeos, ya que el neoliberalismo, la explotación, injusticias etc. son similares en toda Europa, por lo que no me parece adecuado esperar a no se sabe qué revolución, para que millones de españoles puedan tener condiciones de vida parecidas, a los franceses, por ejemplo. Por tanto enuncio la búsqueda de soluciones españolas, sin pretender hacer una lista de nichos de empleo posible, o deseable, -conceptos con enormes distancias de uno a otro en bastantes ocasiones-. Planes y listas de empleos se pueden encontrar en los sindicatos y en todos los partidos que las facilitan en sus programas con las correspondientes preferencias ideológicas.
En primer lugar, es fundamental, reconocer como el principal problema de España, y por tanto de los españoles, la falta de trabajo remunerado, digno y estable, por consiguiente es en esa dirección hacia la que hay que sumar mayores esfuerzos. Lo cual implica hoy integrar y sumar a cualquier política respecto a la deuda, acciones concretas de crecimiento, -hay que forzar ya al BCE a bajar los tipos de interés, desplazar, dilatar varios años los objetivos de déficit, sumarse a nuevos aliados con objetivos similares, como la socialdemocracia francesa y los demócratas estadounidenses…-
En segundo lugar es necesario considerar que cualquier solución lo será, si y solo si, es consensuada y por tanto aceptada por ser convencida la mayoría de la ciudadanía sobre la bondad de la misma. Es necesario un discurso común pactado. En política de poco sirve tener razón, si no tenemos fuerza, si no somos capaces de convencer y sumar mayorías de población, así que cualquiera de las soluciones a corto o largo plazo, sean sobre políticas concretas, por ejemplo sobre nichos de empleo, o las globales de doblegar al capitalismo financiero, solo serán útiles por cuanto posibles si se mantienen físicamente en un espacio grande y perduran en el tiempo, lo cual solo será realizable sumando voluntades de decenas de millones de personas.
Aceptar que ninguna opción política podrá derrotar a sus contrarios hasta extinguirlos, ayudaría mucho en la búsqueda de caminos, porque implica aceptar que en nuestra vida compartiremos el mismo espacio físico y temporal junto con otras personas, fuerzas e intereses, coincidiendo individuos de diferente signo ideológico y político, con diferentes preferencias y distintos intereses que se oponen a los nuestros. Entender la política principalmente como una cuestión voluntarista de querer imponer nuestros deseos al resto, como si ellos no tuvieran sus preferencias, y sus fuerzas, impide encontrar soluciones concretas para problemas reales de millones de personas.
En tercer lugar, corolario de los dos anteriores, solo tendremos posibilidad de encontrar soluciones válidas, susceptibles de aplicarse con fuerza en la práctica concreta, con intensidad y estabilidad temporal, mediante un pacto social, un plan por el empleo, entre todas las fuerzas políticas y sindicales, patronales y sociales. Si la búsqueda de salidas queda en manos de una sola fuerza política, como ocurre ahora con el PP, el desastre para los menos favorecidos será inmenso, la creación de una nueva sociedad distinta a la actual está en puertas y la estrategia de no participar en las reformas profundas que necesita este país conduce las tinieblas.
En la lucha política, tan inútil es pretender luchar contra el petróleo, como contra el capital o la religión, si no se es capaz de: 1) explicar por qué son perjudiciales; 2) contar los proyectos alternativos de cómo sería posible vivir; 3) sin discutir, discutir y discutir no se avanzará nunca; y 4) el objetivo es convencer, sumar personas en la dirección de las ideas, entendiendo que cuanto mayor número, necesario para gobernar, menor pureza de sueños.
Así que no se trata de confundir las soluciones con las ocurrencias, ni siquiera con tener buenas ideas, defecto que nos podemos permitir los particulares, pero no los partidos políticos. Un partido, -sí, intelectual colectivo-, mediante la acción debe buscar el poder, para impulsar acciones que impliquen avances en la solución de problemas y ello es imposible sin movilizar millones de personas en la misma dirección, que siempre encontrarán enfrente otras fuerzas, oponiendo otros intereses, siempre habrá millones de personas con ideas, cuanto menos, diferentes. Es necesario este recordatorio porque los militantes y partidos actuales parece olvidaron las esencias de la política cuando las acciones políticas las justifican con consideraciones morales, que manifiestan del tenor de ‘es que no quieren, son torpes, burros ignorantes, son unos traidores y vendidos, son unos neoliberales, son malos, solo quieren explotar al pueblo…’.