Revista Libros
Juan Manuel Macías.
Tránsito.DVD Ediciones. Madrid, 2011.
0. La elegía blanca
La segunda entrega de Juan Manuel Macías llega precedida de una bella definición del poemario como “un orden de fantasía”, esa disposición se determina por una serie de poetas amigos a quienes van dirigido algunos poemas, es el caso de Juan Andrés García Román o Juan Vico, quien se encarga de realizar la reseña de la contraportada del libro y de paso aporta algunas intuiciones sobre el mismo.
De este modo, estamos frente a algunas paradojas que desarrollan esa definición anteriormente aludida, así, además de fantasía y orden, observamos en un vistazo inicial lo siguiente: sutileza y exuberancia, vitalismo y melancolía, simetría y laberinto; esta primera disposición versal de equilibrada utopía se presenta como una unión de aparentes opuestos. Se trata, en un primer momento, de una visión básica e impresionista, la sacudida elemental, y si esa impresión es generosa con el lector los poemas normalmente no suelen defraudarnos. Esta ecuación se resuelve de manera sobresaliente en Tránsito. Se nota que es un libro muy trabajado, en el que la idea, la imagen y el ritmo van unidos de manera extrema, con una estructura impecable, en la que los textos están dispuestos en una casi equidad organizativa: vemos una división en cuatro partes formada por cinco poemas, a excepción de una sección en la que se dispone de siete textos, con un total de veinte y dos. Sabiduría y paciencia apunta Juan Vico en su entradilla, y es que este segundo poemario de Juan Manuel Macías ha salido a la luz a sus cuarenta y un años; en los tiempos líquidos que nos ha tocado vivir, en esta edad de vates más contextuales que textuales, donde la foto y el juego de las amistades triunfan, un poeta que se dedique con calma a la artesanía de los versos se manifiesta como un logro.
1. Licuar el olvido
Todos estos poemas están bajo el yugo de un título que nos remite a una temporalidad pasajera, la cual se transfiere como una constante y que se multiplica en otros títulos, por ejemplo, “Los dioses”: “Su voz murmuradora, persuasiva como un reloj de arena/se estira horadando los rincones” o “Canícula”: “y en las regiones confusas por el tráfico insoportable de los/crepúsculos/unas manos afiladas, delicadísimas,/emprendían el vuelo para dibujar las horas”. Por eso se nos presentan instantes de evocación, pero sin acabar en una nostalgia lacrimosa o un discurso sentimental, tan expuesto hace años y ya tan manido y obsoleto. No se queda el poeta cartaginense aquí, todos estos escalones no son testimoniales sino que sobresalen para dar lugar a la reflexión profunda y acertada, a la expresión lingüística generosa en sus contenidos y brillante en su imaginería.
Y desde esa introspección en la temporalidad se nos transporta a otro ámbito: la anatomía de la palabra. Un segundo estadio cuyo enlace es la memoria, recojo unas palabras de su poética vertidas en el blog afinidades literarias, que me sirven para justificar mi observación: “Más allá de las enfermedades del conceptismo, concibo un poema como un objeto fabricado de pura memoria. Un objeto cantable. Y, si hay suerte, hasta bailable”. Y nos es casual que uno de los poemas seleccionados en ese blog, ocupe también en Tránsito un lugar destacable, me refiero a “Cadencia”, texto que se diferencia de los demás por su extensión, pero que con todos ellos muestra una serie de punto comunes: esa escultura de la imagen exuberante, compacta y sugerente, las referencias a una realidad que se entrevé y una contenida irracionalidad que atrae y envuelve. Todo ello se pone a modo de marco para esa reflexión sobre los signos poéticos, sobre sus límites y sus inmensidades, y sobre todo, una vez que se sabe de sus fronteras surge la necesidad de música, como si se quisiera o se necesitara ir hacia el origen de la palabra poética, como si toda sombra del lenguaje fuese una sinfonía: aquellos días en que el mensaje se cantaba y se bailaba. Por esta razón, se comienza con “Partenio”, título que se refiere a una composición coral de la lírica griega y que en palabras del autor fue concebido de la siguiente manera: “como una suerte de regreso onírico, desordenado, al Partenio primero de Alcmán, poeta griego del siglo VII antes de Cristo. La obra de Alcmán, como sucede con el resto de la poesía griega llamada «arcaica», se nos ha transmitido irremediablemente fragmentada y perpetuamente incompleta. Pero también esa catástrofe general de papiros rotos y conjeturas de gabinete erudito nos regala a los oídos modernos la agradable sensación de que un poema no tiene principio ni final, y de que la poesía es un rumor incesante, tal vez como ese tiovivo donde cabalgan las vírgenes corales del partenio con las claves de una primavera mitológica, cerrada sobre sí misma, donde ya no se puede regresar.” Esta bellísima reflexión es pareja a la calidad del poema, y se presenta entrelazada al mismo con una convicción y lealtad tal que nos trasmite ese alimento que todos necesitamos al leer. La voz de la memoria, quizás Hegesícora, la de los hermosos tobillos, prosigue en “Canícula”, con sus verbos en imperfectos, listos para evocar y describir, volver a un tiempo “trémulo de brillo”, con sabor elegíaco y clásico, con ese leve estribillo de “No me dejes…”; o también en “Secuela” a modo de origen, de nacimiento, en cuanto a sexo y “confusión y tránsito” por la muerte.
Otro de los aspectos más interesantes es ese clasicismo bien digerido, su helenismo, y digo “bien” porque en los últimos años se ha dado una poesía de corte clásico de caballete y cartón piedra, de versos relamidos en sus formalismos y que al darle varios golpecitos, varias lecturas, se rompen por su fragilidad de contenidos. No es el caso de Juan Manuel Macías, de hecho su poesía supone un adelanto en este asunto por varias razones. Una de ellas se manifiesta a través de ese modo estratificación lingüística, en la cual los versos de corte realista, impresionistas, surrealista, etc se fusionan; pero todo ello con una suavidad y de un modo tan compacto que no disuena. Otra razón de este paso más adelante está en su renovación topoi literarios, en darle una vuelta de tuerca a lo esencial y que parezca novedoso sin caer en modas gelatinosas. Y también para terminar estas razones debo subrayar esa reflexión cercano a lo abstracto, rozando lo hermético, en una claroscuro lleno de sorpresas.
2. Mejor a solas
Juan Manuel Macías como bien dice Juan Vico es una de las voces más personales de su generación, el caso es que un poeta así no tiene y no necesita generación, este redil está hecho para aquellos que buscan lo gregario, el refugio de lo mediocre (normalmente) y el engancharse como sea una primera fila sin saber muy bien qué decir. Tránsito es una de las obras que más me ha impactado en los últimos años, es junto con los Heridos graves de Julieta Valero o El fósforo astillado un libro clave para entender qué es la poesía española de los últimos años.
Julio César Galán