TOLEDO Y LA TRANSMISIÓN DE CULTURA INTELECTUAL
La situación de frontera entre dos civilizaciones permitió a Toledo jugar un papel decisivo como lugar de transmisión de cultura, a través de las traducciones del árabe al romance, y de éste al latín, de numerosas obras de filósofos y científicos musulmanes y griegos, que hasta el siglo XII no había conocido Europa.
En aquella tarea destacaron, primero, algunas ciudades del valle del Ebro, como Tarazona y Zaragoza, pero desde 1160, aproximadamente, Toledo alcanzó la primacía absoluta.
La importancia de los centros de traducción hispanos, en especial el de Toledo, fue posiblemente superior a la del centro siciliano, por la continuidad y cantidad de las traducciones. En todo caso, en torno al Toledo de los siglos XII y XIII, se produjo el primer gran impulso intelectual que experimentó la España medieval.
No es cierto, sin embargo, que haya existido una «Escuela de Traductores de Toledo», bajo el mecenazgo inicial del arzobispo toledano Raimundo (1126-1152). Hubo diversos traductores, a lo largo de casi dos siglos, y varios mecenazgos, arzobispales o reales, pero no una Escuela dotada de continuidad y sentido de conjunto.
Trabajaron como traductores judíos y mozárabes —conocedores del árabe—, clérigos castellanos y, sobre todo, ultrapirenaicos, que vertían las obras al latín y trasladaban el resultado del trabajo a sus respectivos países.
Veamos algunos nombres y momentos principales: Entre 1120 y 1160 trabajó intensamente el mozárabe Juan de Sevilla, traductor de numerosas obras de astronomía, meteorología y matemá- tica, entre ellas las famosas Tablas astronómicas que el toledano Azar- 89 quiel había puesto a punto en el siglo XI. Fue también muy importante la colaboración entre el arcediano de la catedral toledana, Domingo Gundisalvo, y el mozárabe Juan David, ambos bajo el mecenazgo del arzobispo Raimundo: tradujeron diversas obras de metafísica de Avicena, Al-Gassalí, Al-Farabí e Ibn Gabirol, que contribuyeron a la formación de la filosofía europea. Recordemos también la figura del judío Pearo de Toledo que, entre otras cosas, tradujo al latín el Corán por encargo del abad de Cluny, Pedro el Venerable, durante el viaje que éste hizo por tierras hispanas en 1142.
Desde 1160 se convirtió Toledo en centro principal de las traducciones realizadas en suelo ibérico. Sin abandonar los temas y autores anteriores, el interés se centró en la obra filosófica y científica de Aristóteles. En su busca acudieron a Toledo diversos sabios extranjeros. Por ejemplo, Gerardo de Cremona, entre 1167 y 1187, que se valió de los servicios del mozárabe Galib, pero aprendió árabe él mismo para traducir a Tolomeo, Galeno, Avicena y, sobre todo, a Aristóteles. O Miguel Scoto, hacia 1217, que continuó su obra de traductor de Aristó- teles en Palermo, bajo la protección de Federico II, e hizo lo propio con los comentarios aristotélicos de Averroes, hacia 1230, poco antes de que los tradujese también en Toledo Hermann el Alemán, en torno a 1240: las bases del averroísmo latino y de la influencia de Averroes sobre el mismo Santo Tomás estaban puestas.
En la segunda mitad del siglo XIII la actividad traductora se renueva en Toledo, bajo el patrocinio del rey Alfonso X el Sabio, que utilizó rabinos judíos y alfaquíes musulmanes, junto con clérigos cristianos, para traducir del árabe al castellano, con mayor frecuencia que al latín. Apenas citaré algunos nombres significativos: Abraham alfaquí, Bernardo el arábigo, Juda ben Mosé, Salomón, o los clérigos Garci Pérez, Juan de Aspa y Alvaro de Oviedo.
Algunos de aquellos traductores actuaron también en Sevilla, Murcia e incluso tendrían relación con la presencia de traductores judíos en Montpellier, a comienzos del XIV. Con su colaboración, la obra cultural de Alfonso X alcanzó dimensiones nuevas: se tradujo el Calila e Dimna, los Bocados de Oro y el Poridad de Poridades, colecciones de cuentos orientales, diversos tratados de astronomía que sirvieron de base a los Libros del Saber de Astronomía, del Rey Sabio; algunos textos agronómicos hispano-musulmanes del siglo XI, y, una vez más, a Avicena y Averroes.
Cuando termina la actividad de los últimos traductores, hacia 1285, muere un episodio singular e importante de la historia cultural europea que tuvo en Toledo las condiciones más propicias para su realización.
Miguel Ángel Ladero Quesada Universidad Complutense. Madridhttps://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/7136/1/HM_03_03.pdf&version;
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