De Atapuerca para acá, el nacionalismo es una dudosa operación mental que oscila entre el egoísmo tribal y un explícito racismo. Por otro lado, sus acólitos jamás exponen un aserto rebatible (o demostrable) por el raciocinio habitual en Occidente. Se acorchan en postulados vagos, sentimentaloides, y te arrastran al engrudo donde el corazón tiene razones que la razón no entiende.
En la película "Algunos hombres buenos", Jack Nicholson encarna al coronel Nathan Jessup, un cabronazo al mando de Guantánamo. El tipo cita al "espejo": el soldado cubano que vigila y apunta a cada marine. Juego del ratón, pataleando en un carrusel idiota que no va a ninguna parte. Ojo con empantanarse en un debate con nacionalistas. Ellos siempre llevan la razón -por definición, dado que los demás "no comprendemos su herida"- y sin remedio te convertirás en "espejo" del pimpampum.
Ahora pican de nuevo con la senyera estelada. ¿Un símbolo o un trapo? Depende de cada cual: para mí es un trapo, un burdo cortapega fantasmoso, que han llegado a insertar en cuadros históricos tapando la bandera española y aun la senyera oficial, para inventar una "tradición" apenas risible. ¿Que hay quien la toma por símbolo? Él sabrá: que la lleve en la solapa, la saque de procesión a la moreneta, la grabe en su cubertería o se la endilgue al hijo lactante para hacer más bulto en la manifa. El que se sulibeye con la gangosa sardana (me suena gangosa y aburrida, qué quieren) la usará hasta de pololos. Sin embargo, identificarla con un club deportivo, una ciudad, una región, incluso una nación, es un despiporre. No la aceptan todos los catalanes, ni siquiera los de mayor raigambre ampurdanesa; no todos la sienten "suya", pues en el fondo son gente de orden, incluso adeptos de la ancestral religión pujoliana, cuyos discípulos parecen caganers.
Los "indepes" hacen bien en flamearla, siquiera para reconocerse entre sí, como antaño los homosexuales asomaban un pañuelo del bolsillo trasero, o eso fingía Al Pacino en "A la caza". Que la ondeen orgullosamente, incluso que ofendan al intelecto con la bobada de que en España hay desahucios y corrupción, pero no en una hipotética Cataluña estelada. Es una idea absurda, ofensiva contra el sentido común y la decencia, insisto, pero a la postre es banal, apenas una leve ictericia por ese trapo agitado hasta aburrir.
Europa se toma muy en serio la violencia y el racismo en las gradas de fútbol. Desde Heysel se han repetido dramas intolerables, hasta el punto de que mueren más niños por bengalas en el puto fútbol que de hambre en Copenhague. En Europa no cuela hacer de los estadios -con su obvio apasionamiento- parlamentos broncáceos y pifostios dizque políticos. Se aspira en Europa a que el fútbol sea lo que es, un deporte vibrante, imprevisible, versátil, y además un espectáculo donde el gentío se eduque en el respeto a la limpieza competitiva. Educarse, ¡también los niños!, en lo sano y lúdico de un simple juego.
En Europa te la cargas si llevas una bufanda rijosa, no digamos una esvástica. Te la cargas si te pillan, claro, pero más allá de lo individual los clubes se andan con mucho tiento, porque una proclama racista, una injuria al árbitro o una colilla arrojada al campo les depara una multa de cojones, una sanción competitiva y hasta el descenso a la mismísima tercera división. ¡A mamarla!
Igual que no recibe al zangolotino de Puigdemont, Europa no contemporiza con esteladas, como es inimaginable que un graderío de boches se lance a pitar "La Marsellesa", por el "motivo" de ser boches borrachos en París la nuit. No, señor. Así que todos los clubes, desde luego todos los prestigiosos que alcanzan finales de enjundia, se protegen con vigilantes a mansalva y cámaras de video por doquier, no sea que un tontol´haba o un infeliz trujamán le supongan una multarraca de órdago o la descalificación crónica.
Sin embargo, personalmente me niego a destinar centenares de policías a registrar si Homo catalanensis lleva banderolas de extranjis. Yo no pago mis impuestos para derrocharlos, puteando a las fuerzas de seguridads en tareas que no les competen, o no del todo. Que la Policía luche contra los ladrones de casas (que en Cantabria dirigen un negocio boyante), que persiga al cuatrero que me ha limpiado 5 ovejas, cinco; que le ajuste la golilla al maltratador, que no se haga la longuis mientras Granados y Marjaliza encienden euros y habanos como si los regalaran.
No, hombre, no. Que lo verifiquen los morroscos de la seguridad privada, pero una vez en el estadio, si se sacan los pies del tiesto, la cosa va así. Manifa improcedente de trapos provocativos, se suspende el partido. Pitos al himno, se suspende el partido. Por megafonía se ordena que todo Cristo marche p´a casa, que el partido se suspende y se celebrará a puerta cerrada entre semana y sin cámaras de TV. Todos p'a casa, los que pitan y los que no, el Rey también, porque algún día hay que empezar y ese día alguno se sentirá zaherido, pero no podemos acabar como brasileños, liándola parda porque fulanito se tiró en el área o Casillas detuvo un balón, hecho por demás milagroso. La peña p'a cas a, al rincón de pensar, como parvulitos.
¡Y ahora viene lo bueno! Se identifica a los tarados en los videos, con satélites de la NASA si es preciso; se les identifica personalmente y se les asesta su merecida bigornia. Si son socios de algún club, éste afloja unos eurillos y se lo descalifica 2 años. Profilaxis de la buena, sin monsergas; te haces el gracioso, provocando al prójimo, y las instituciones del prójimo te largan una estocada en el hoyo de las agujas, y entonces te metes tus trapitos por donde suben los supositorios.
Y no importa que no asistan los políticos, en grosera propaganda de sí mismos. Si no quieren, que no vayan. (De hecho, creo que no deberían asistir por la jeró.) Pero si un presidente bocas, pongamos el del Barcelona, declina acudir al palco sin motivo, faltando a la deportividad y la cortesía, se declara su derrota por incomparecencia y se lo aparta 3 años de la competición. Como mínimo. Porque nadie se imagina a Nadal largando un raquetazo a Djokovic al despedirse en la red, o a Tiger Woods atizando en la cresta con el hierro 6 a un propio que tuviera el cuajo de expresar: "Negro, vete al algodón".