Sumido en este verano vuvuzélico y rojigualdo, en el que el calor es sólo un tópico, el mundo se ha vuelto loco. Os cuento.
En mis 18 años de vida, he vivido 5 mundiales de los cuales 4 recuerdo como si fuesen ayer: Francia 98′, Corea y Japón 02′, Alemania 06′, Sudáfrica 10′. En los anteriores encuentros mundialistas nunca había visto tanta ilusión en la selección nacional como la presente, puede que los miembros del combinado nacional tuviesen menos calidad que los actuales (lo que no asegura el fracaso ni el éxito, en el mundo del fútbol nunca se sabe) o que las principales potencias Brasil, Argentina, Italia se encontrasen en un momento álgido. Nuestra participación en la Copa del Mundo era una anécdota.
La conquista española de la Eurocopa de 08′ inyectó una dosis de optimismo extra a una excepcional plantilla que enamoraba allá donde jugaba, dejadme que os cuente, bordaban el fútbol como ninguna escuadra de la historia lo había hecho nunca. Los amistosos y partidos de clasificación para el mundial fueron puros trámites donde el aficcionado al deporte rey presenció lo que buscaba: goles, espectáculo y deportividad. Tan solo un punto negro, derrota de la Copa Confederaciones a mano de EEUU, en tan impecable trayectoria.
Todo normal, hasta que sonó el silbato del árbitro en el partido inaugural en el estadio Soccer City Stadium. Las banderas empezaron a invadir balcones, coches, incluso estados de redes sociales, España entera se dibujó rojigualda. En un país normal, este acto hubiese sido normal pero hay que aclarar que esto es España donde nos apuntamos al carro ganador para proclamar ideales reprimidos por una sociedad avanzada, propia del S.XXI, en la que muchos individuos reniegan de sus ideas encubriéndolas con excusas deportivas. El icono nacional, la bandera nacional, ha pasado en pocos días ha ser el orgullo del mundo cuando hace apenas dos meses una serie de individuos, dueños de la misma bandera, sentaban en el banquillo de los acusados a un juez que hacía su trabajo; luchar por la libertad. Incluso balcones y coches que proclamaban “La tercera” ondean tres franjas en las que, si no me he vuelto daltónico, falta un color.
Pero claro, tanta euforia desatada no es cuestión de los dotes futbolísticos de la selección española, no se engañen. Es el fruto de un periodo decadente en el que la población necesita agarrarse a un clavo ardiendo para no sentir que cae al vacío; es fruto de la crisis político-económica.
Pensándolo bien todo sigue igual La Roja, con bandera rojigualda en las calzonas.