No podía abrir la puerta. Más bien, no debía. Desde que empezó, le decían que ni por nada del mundo abriera la puerta. La número 15. La curiosidad era inevitable, crecía dentro de él, y aumentaba al saber que tenía la llave de ese apartamento. Y deseaba saber cuál era la razón para semejante insistencia para no abrir aquella puerta, pero por el contrario, la idea de ser despedido por quebrar las normas le hacía mantener guardado ese deseo.
En sus rondas, al tener el turno de noche y no haber apenas problemas durante la noche, no podía evitar fantasear con el apartamento 15. Era consciente de al tener la prohibición de entrar debía ser por algún asunto serio, angustioso o incluso, peligroso.
La cuestión es ¿que es tan malo como para no entrar?
Esa curiosidad se tornó ansia, necesidad de entrar y averiguar que o quien se situaba tras aquella puerta. Su semblante tranquilo y paciente, cambió a uno de inquietud e irrealidad, causado por un sueño entrecortado, como si una luz estuviera amenazando con apagarse si no la cambiaban. El sueño mostraba oscuridad pero con la suficiente luz como para ver a personas altas y con una delgadez extrema moviéndose con una extraña energía, cosas amontonadas que al recibir golpes sonaban blando y húmedo, como a carne, carne amontonada. El caer de la silla fue lo que le volvió al vigilante a la realidad.
Se levantó y cogió el manojo de llaves con torpeza, acalorado por los nervios y el miedo, se dirigió a las escaleras con paso acelerado. Lo único que cabía en su cabeza era la imagen de la puerta del apartamento 15. Subidos los tres pisos y llegado a la mitad del pasillo, se encontraba ya delante de la puerta. Varios segundos fueron necesarios para hallar la llave del apartamento y separarla del resto. Fue consciente de lo que estaba haciendo en ese momento, cuando dos o tres centímetros separaban la cerradura de la llave.
Ya al fin, la puerta abierta completamente con la llave aun en la cerradura. Oscuridad. Encendiera el chico loa linterna de su cinturón reglamentario, adentrándose seguidamente en la vivienda. Un olor le golpeó la nariz, un olor de comida en mal estado. Mientras se adentraba el olor se intensificó, obligando al chico a taparse boca y nariz con la manga. De las pocas habitaciones que había, se encontraban cerradas pero con el extraño detalle de haber sido forzadas sin éxito. Plantando en el comedor, colocados pulcramente pequeños montones de sacos. Grandes sacos con manchas varias.
Un golpe sordo retumbó en la vivienda. La puerta se había cerrado. ¿Como? Sin viento que corriera por el edificio y siendo él, el único despierto, la situación resultaba aterrador. Entonces se hicieron oír. Ni encima ni debajo ni fuera del apartamento, sino dentro.
El guarda, quedó congelado, oyendo como los pasos lentos se acercaban. Se volvía a escuchar el silencio, pero un silencio muy angustioso al saber que, los pasos pararon a su lado. Y sin saber porque lo hacía, porque se movía, giró paulatinamente a la derecha. Sus ojos deseaban salirse de las cuencas, al ver una figura humana, delgada extrema, sin rostro y alta hasta casi tocar el techo. Su piel mezcla un color gris con el rojo carmesí de la sangre. Aquélla acción, fue la última que hizo en vida.