Tras las palabras siempre hay un punto de partida
Lo sé: no soy más que una palabra entre otras tantas que, uniéndose en una especie de matrimonio de conveniencia sin ningún compromiso de fidelidad, consiguen describirte y narrarte todo aquello que ves, escuchas y sientes, trasladarte a algún lugar del mundo, evocarte algún recuerdo, o incluso pintar en ti un lienzo de sentimientos con los colores que haya decidido utilizar tu ánimo en ese preciso momento. Ahora mismo no soy más que una palabra entre tantas, una palabra a la que no esperas, que ni te busca ni encuentras, una utopía o incluso una quimera, un término que ni siquiera crees que exista fuera de un diccionario, un dogma de fe para un ateo... Pero permíteme, con la ayuda de mis compañeras “las palabras”, convencerte de que existo y puedo llevarte al punto de partida de un camino por el que quieres caminar pero al que, por más que lo intentas, no consigues llegar.
Sé que, desde hace un tiempo, crees que “la soledad” es y será tu única y más fiel compañera. También sé que su sola presencia te resulta tan insoportable que te propusiste dedicar todos tus esfuerzos a buscar “la compañía”, como un científico busca la cura a una terrible y mortal enfermedad. Tras haber puesto todo tu empeño en su búsqueda, crees haberla encontrado compartiendo cafés de una tarde en rincones de un local con encanto o en soleadas terrazas a pie de calle; haberla escuchado en conversaciones triviales con personas desconocidas que te han prometido una amistad con esa fecha de caducidad que intuyes, pero te niegas a reconocer; haberla atrapado en unos abrazos sin el menor rastro de esos sentimientos que son capaces de impedir que se rompan; haberla conquistado en unos besos que han sido robados por la impaciencia y la necesidad de sentir una caricia en tus labios huérfanos; o haberla experimentado en aquellas camas frías, iluminadas por noches sin luna ni estrellas, en las que vuestros cuerpos se presentaron y conocieron en un momento, para olvidarse en el siguiente... ¿Has logrado escuchar tu voz, entre los gritos de toda esa gente de la que te has rodeado, para sentirte acompañado? ¿Has dejado de sentirte solo con quienes no te han dicho absolutamente nada que pueda guiarte para salir de ese vacío que te sigue ahogando?
Sé que el tiempo acabará revelándote toda la verdad que intentas esconder bajo el escenario de ese teatro construido en un búnker en el que te aíslas y proteges de tu insoportable realidad, un escenario en el que se representa una ficción por la que desfilan innumerables y desconocidos figurantes, dispuestos a participar en ese carnaval que disfraza de compañía a tu soledad. ¿Has pensado en cómo te sentirás cuando descubras que, quienes considerabas protagonistas, no son más que meros espectadores de tu artificial y frágil felicidad? ¿Aceptarás entonces que tu única y más fiel compañera siempre ha estado y estará contigo, siempre formará parte de ti, incluso como efecto secundario de una compañía, en apariencia desmedida pero en el fondo vacía, en la que, de vez en cuando, decides depositar tu ansiado bienestar?
Sé que la soledad y la compañía, la tristeza y la alegría, la indiferencia y el amor, están repletos de insinuaciones que se te antojan como mapas de un tesoro enterrados en el alma. También sé que en algún momento de tu vida tendrás que encontrarte a ti mismo, a poder ser a propósito. Y no será la soledad, que siempre te acompañará y en muchos momentos te ayudará, quien te impida hacerlo ni, mucho menos, conseguirlo. Verás que todo lo que buscabas estaba en ti, esperando a que lo encontrases para ofrecértelo primero a ti mismo y después a los demás. Serás capaz, incluso, de escuchar a quien te susurra a lo lejos, entre el gentío, y encontrarás a quien te acompañará de verdad, sin prejuicios, sin condiciones, sin importar ni el tiempo ni el espacio, solo un “vosotros”.
Lo sé: no crees en mi porque no me tienes. No soy más que una palabra entre otras tantas. Pero tras las palabras, siempre hay un punto de partida.
Firmado: “Esperanza”.