Recuerdo haber visto su rostro pintado en las paredes acompañando consignas políticas; en los afiches de los salones de clase; en la sección cultural de los periódicos y en los billetes y camisetas; en la puerta de entrada de un colegio público que había sido denominado haciendo uso de su nombre. Recuerdo que era una cosa obligatoria aprenderse de memoria sus poemas y declamarlos aunque no entendieras nada ni nadie se preocupara en ayudarte a "descifrar" sus metáforas y su relevancia como artista. Todos lo conocían aunque nadie lo había leído; hasta los muchachos que nunca habíamos pasado de leer el diario deportivo llevábamos la imagen de su rostro en la camiseta de algún equipo de fulbito del barrio y no teníamos ni idea de qué había escrito pero sabíamos quién era: un poeta o escritor o algo así, ¿no?
Camisetas con la imagen de Vallejo. Foto de la página http://elpais.com/
Llegó la secundaria y el interés por la lectura se me agudizó y entonces empecé a leerlo más y mejor aunque con las obvias limitaciones que una mente adolescente puede arrastrar. Luego leí alguna que otra cosa que me “tradujese” sus poemas y poco a poco se me fue revelando ese sol negro que destellaba detrás de toda esas palabras que en su momento me parecieron cabalísticas, difíciles, impenetrables. Ese fue un gran momento y lo admiré más: César Vallejo, o mejor dicho, sus palabras, entraron a formar parte de lo más alto de esa jerarquía de querencias literarias que me he inventado. Como ven, él debe ser uno de esos extraños casos de poetas que tienen una presencia perenne y son admirados en lugares donde ni siquiera se leen sus libros porque los libros normalmente brillaban por su ausencia en barrios bastante complicados como en el que me tocó vivir. Hablo de Comas, un barrio de la periferia limeña. (Hay un divertido y pequeño escrito de David Valdez que ilustra muy bien esto: "Un lugar llamado César Vallejo")
Flaco favor le hizo quien le denominase: “Poeta del dolor humano”; y además de ello se quedó corto. Desde entonces los peruanos lo hemos querido ver como una especie de imagen que representa una supuesta identidad nacional basada en el sufrimiento y el dolor. Para ello hemos usado hasta el hartazgo su imagen y la leyenda de su vida de cholo inmigrante y pobre que padece todas las injusticias del poderoso. Él (su vida, no su obra) es una especie de hilo que sirve para unir y remendar la desestructurada, dividida y fragmentada identidad peruana… aunque muchos allí ni lo hayan leído. ¡Ah! Perú, Perú. País sin igual para las contradicciones. Nos inventamos señas de identidad usando íconos que están alejadísimos de la idea de “lo peruano”. Sí, claro que sí; porque, ¿qué es menos peruano y más cosmopolita que un hombre que escribe versos casi siempre libres del colorismo local y que, más bien, experimenta e inventa una rabiosa modernidad que desafía a lo mejor de la cultura vanguardista del primer mundo con esos poemas que apenas podrían ser entendidos por la inmensa mayoría del pueblo peruano?, ¿Qué es más sofisticado que un hombre que se sumerge en el ideario del comunismo ruso y español y que apenas si se interesa por la vida política del Perú, país conservador donde los haya y donde cualquier atisbo de cambio era abortado casi de inmediato?, ¿Qué está en las antípodas de la idea de identidad peruana que este hombre a quien su propio país trató de la peor manera y adonde ni siquiera tuvo la intención de volver (y espero que no lo haga ni después de muerto y que sus restos sigan donde deben estar)?
Pero no todo es beneplácito ni admiración. Si hay algunos, muchos, que ven en Vallejo una especie de salvavidas a la que aferrarse para no hundirse en el incierto mar donde se diluye cualquier identidad nacional, hay otros, pavitontos, besugos carentes de lucidez, que le endilgan el poco honroso honor de ser el culpable de ese eterno y supuesto sentimiento de derrotismo y frustración del que los peruanos no nos podemos desempolvar. Pobre don César, descuartizado en medio de la arena adonde tirios y troyanos van raudos a coger el pedazo más conveniente de su herencia que sirva para edificar el pensamiento que más les conviene: unos para crear “lo peruano”, otros para denunciar lo peor de lo mismo. Al poeta “del dolor humano” le siguen cayendo palos (de eso él ya se quejaba en algún poema), incluso hasta después de muerto.
Foto de la página http://nalochiquian.blogspot.com.es
Foto de la página http://nalochiquian.blogspot.com.es
Imagen de Cherman http://chermanperu.blogspot.com.es/
Decía que flaco favor le hicieron a Vallejo al ponerle el mote de bardo que solo canta el dolor del hombre porque él no solo es eso, sino también eso. No hay que ser muy versado ni ser una eminencia para darse cuenta que en sus poemas este hombre le cantó no solo al dolor, sino también al amor universal, a la revolución, al movimiento, al deseo de vivir (“siempre me gusta vivir”), a motivar al hombre a no resignarse con su suerte sino más bien a luchar incluso desafiando al mismo Dios ("Y el hombre sí te sufre: ¡el Dios es él!”). Qué poeta más revolucionario e inconformista tuvimos que él que se sacó de encima el asfixiante embozo del provincianismo peruano, pero sobre todo limeño, y se puso a escribir desde la periferia como si estuviera en la capital que producía las ideas. Qué escritor nos puso a la altura de la grandeza literaria mundial sino César Vallejo. Ponerle el sambenito de nuestras flaquezas derrotistas y carencias a un escritor por su obra es una de las cosas más estúpidas e imbéciles de las que me haya podido enterar.La literatura, ya se sabe, no crea un mundo, un país, una idiosincrasia; solo la refleja. Y al Perú no lo empeoran ni lo cambian las novelas o los poemas sino nosotros mismos, nuestra maldita actitud de eterna irresponsabilidad e indiferencia. Todo gran intelectual comprometido es, o al menos lo solía ser, la insufrible piedra en el zapato del conformismo; el escozor en la grasienta piel del poderoso que prefiere tenernos callados e ignorantes. Y eso fue Vallejo. No un ser humano que se pasó la vida escribiendo de dolores y quejas, sino alguien que resumió en su verso las luces de la condición humana. Y por ello se escribe, para hacer evidentes esas injusticias y dolores que crecen en el cuerpo pustuloso de un país como el Perú donde hasta ahora se práctica a la perfección eso de que mucho para pocos y poco para los demás. Donde las diferencias y las injusticias siguen siendo abismales. No se escribe para beneplácito de tecnócratas ni de sombríos ministerios que hacen falsa algazara del avance de unos pocos como si fuera el de todo un país.
Vaya memez esa de que tener un escritor como él es un lastre, una rémora que no nos permite ver el divino sol del desarrollo y el crecimiento como si países tan avanzados no tuvieran un tétrico Poe, un doloroso Elliot o un pesimista y tremebundo Bernhard. Parece que a varios les ha obnubilado el frágil entusiasmo que nos hace ver al Perú como un país que se ha subido al tren de la modernidad pero que nos ha pillado con diferencias en la casa que no se han solucionado ni parece que se quieran solucionar. Hay avances, sí; se ha mejorado el autoestima, aunque a veces hasta alcanzar el chovinismo, sí; pero si las cosas se ven tan bien desde una oficina del distrito de San Isidro ¿por qué siguen habiendo campesinos quejándose por la contaminación de sus campos que abusivas mineras les hacen sufrir?; ¿por qué mandamos a las “fuerzas del orden” a reprimir, incluso matando, a gente que reclama ser consultada antes de que le metan orugas y máquinas a sus tierras y los contaminen y después les dejen sin nada?; ¿por qué la delincuencia campea y hace de Lima una ciudad insegura hasta en sus barrios más confortables y la gente tiene que seguir trabajando 10 u 12 horas porque si no mejor decir adiós?; ¿por qué hay gente, muchos de ellos inocentes, que siguen pidiendo que el Estado les responda por el abuso a los que lo sometieron durante la guerra de los 80´s cuando les desaparecieron una hija, un padre, un hermano? Los verdugos tienen una envidiable facilidad para “mirar siempre adelante” y dejar atrás lo hecho a otros pues es más fácil olvidar cuando los agravios las ha padecido otra gente. Justo allí, en ese preciso instante, es cuando es importante el poeta, el novelista, el intelectual: para airear un poco el ambiente de las deletéreas miasmas de la “verdad oficial”; para hacerle incómodo al dueño de esa verdad su estancia en el reino de la oprobiosa mentira. Excúseme (el improbable) lector o lectora esta perorata, pero me puede más la verborrea cuando algo me indigna.
Toda esta introducción puede parecer algo trasnochada pues no hace mucho se han celebrado los 120 años del nacimiento de Vallejo y como él es un “tema nacional” ha habido de todo en la red: pifias, insultos, opiniones a favor y en contra, consenso para el griterío, favoritismo por la invectiva. Como dije líneas arriba, hay quien ha recurrido a la imagen y obra de César Vallejo para buscar la raíz de nuestros problemas y otros han respondido a esa idea usando la imagen del poeta de Santiago de Chuco como la base de una idea de peruanidad que exuda fundamentalismo. Y en medio de todo esa confrontación de pacotilla ha quedado relegada lo más importante: la genial obra vallejiana. Hay gente, verdaderos especialistas, que haciendo gala de una envidiable lucidez han dado un poco de claridad a este asunto y han explicado todo mucho mejor que yo. No es mi intención defender a Vallejo pues no lo necesita, su obra por sí sola se impone, pero como es mi blog y escribo aquí lo que se me antoja no quería dejar de decir algunas cosas sobre ello, aunque sea un poco tarde.
Doodle de Google con la imagen de Vallejo.
Pues bien, aproveché la oportunidad de haber viajado a París (las entradas anteriores hablan algo sobre esa ciudad) para poder ir tras los pasos del gran César Vallejo y a modo de modesto homenaje escribir algo sobre sus días en la capital gala. Esta ruta (sobre la que escribiré en las dos próximas entradas) incluye los lugares donde el poeta vivió, padeció, amó y experimentó alegrías, que las tuvo y muchas. Iremos por el centro mismo de la ciudad, por los cafés donde Vallejo escribió y que todavía existen, caminaremos por las puertas del Louvre y atravesaremos gran parte del largo jardín de las Tullerías. Cruzaremos al otro lado del río Sena para vagar un poco por la orilla izquierda, por el bohemio barrio de Montparnasse y llegaremos hasta la tumba donde yacen los restos del escritor peruano.
Es menester decir me he valido del recorrido que ha creado el INSTITUTO CERVANTES DE PARIS, una idea digna de elogio, y que he consultado sobre todo el libro CORRESPONDENCIA COMPLETA de la EDITORIAL PRE – TEXTOS, además de varias páginas web que indicaré, a modo de BIBLIOGRAFIA, al final. Espero que los datos aquí expuestos sirvan para quien quiera usarlos y, sino, pues ya ha sido un gran placer escribirlo y conocer más la vida y obra del inmenso Vallejo.
Pablo
Les dejo una excelente canción cantada por Susana Baca y compuesta basado en un poema de Vallejo llamado HECES.