Un temprano interés por la imagen personal o las dietas pueden ser síntoma de un trastorno en la alimentación
Así como está en manos de los padres el saber para que los ‘peques’ lleven unos hábitos de vida saludables, el modo en que nuestros hijos perciben la comida, o la imagen de su propio cuerpo, muchas veces se escapa del control parental, llegando a convertirse en un serio problema de salud si no se controla y ‘ataja’ a tiempo.
Los desórdenes alimentarios, como la temida anorexia o bulimia, comienzan a gestarse a una edad cada vez más temprana: factores tan dispares como el entorno social, episodios repetidos de ansiedad o estrés en el ‘cole’ o en casa, la constante sobreexposición a los medios, la baja autoestima, muchas veces presente entre pre-adolescentes y adolescentes, o la predisposición genética o biológica, pueden desencadenar un trastorno de este tipo, donde la comida, en lugar de verse como una forma divertida y saludable de proveernos energía, pasa a transformarse en un enemigo a evitar a toda costa.
Lo franjas de edad con mayor tendencia a desarrollar anorexia o bulimia: entre los 11 y los 13 años (aunque se han llegado a detectar casos aún más tempranos), con una fuerte presencia entre las niñas por encima de los chicos. Los expertos coinciden en que, de detectar alguno de los síntomas asociados a esta enfermedad potencialmente peligrosa, los padres han de ser cuidadosos y consultar rápidamente con un medico o experto en nutrición.
Ansiedad, autocritica, perfeccionismo, miedo a engordar… una de cada 25 chicas desarrollará una enfermedad de estas características a lo largo de su vida, y un índice aun mayor manifestará uno o más de sus síntomas, casi siempre producto de una percepción irreal del canon de belleza aplicado al propio cuerpo.
La falta de nutrientes, especialmente durante las etapas de crecimiento, puede marcar a los pequeños, pues, de por vida: desde el momento en que nuestra hija manifieste su insatisfacción por su aspecto físico, un desmedido interés por adelgazar o un incremento sustancial en las horas de actividad física diaria, fuera de los márgenes de lo común entre otros niños de su edad, no está de más interesarse por cuáles son sus motivaciones o sus puntos de vista. Otras señales de alarma: la pérdida repentina de peso, cambios en la conducta sobre la mesa (rechazar comer pan o el postre, negarse a terminar el plato, comer menos de lo habitual o por el contrario comer mucho de una sentada y luego sentir una gran frustración), ‘escaparse’ al baño tras la comida, cambios de humor, mareos, sensación de frío permanente por la falta de calorías o la pérdida del período entre las niñas una vez llegada la pubertad.