Posted on 16 enero, 2012 by juanmartorano Esther Pineda G.
La modernidad apremia cambios, la apertura a nuevos destinos, surgen nuevas problemáticas sociales (reales o inducidas), como también nuevas formas de solapar la desigualdad; en una sociedad inmersa en un modelo político y económico de corte liberal, donde el lujo, la vanidad y el status apremian, las necesidades básicas e imprescindibles de la mayoría de la población son pospuestas y a menudo olvidadas.
Como bien sabemos, dicho modelo económico se ha pre configurado y orientado no a la satisfacción de las necesidades básicas de los individuos sino a la creación y promoción de necesidades nuevas, secundarias y prescindibles.
Entre estas necesidades básicas, la más apremiante será la satisfacción del hambre, hambre históricamente asesina de nuestros pueblos oprimidos producto de la explotación y la monopolización de los recursos en pocas manos, hambre que ha menguado las capacidades de los individuos, invalidando, limitando, y excluyendo; hambre que ha llevado a los sujetos al trabajo explotador, alienante, castrante y reductivo como único medio para la insuficiente y deficiente satisfacción de las necesidades básicas.
Sin embargo, el sistema capitalista históricamente ha negado el hambre, argumentando que esta es producto de la incapacidad de los llamados pueblos del tercer mundo, ligada a nuestra herencia étnica. Se nos dirá que somos un pueblo atrasado, incapaz de satisfacer nuestra hambre, la que el sistema sembró en aquellas tierras expoliadas, hambre a la que fuimos condenados mediante la manipulación y explotación de nuestros recursos, hambre de nuestros pueblos que alimentó a nuestro opresor.
No obstante, el sistema pretende quitarnos ese castigo que fue privilegio nuestro durante siglos, el hambre deja de ser monopolio de los pobres.
¿Parece casual el creciente impacto de la anorexia, la bulimia y los múltiples trastornos alimenticios emergentes en nuestras sociedades? Parece por el contrario un mecanismo del capitalismo para desviar la atención de esa hambre producida en el seno de la inequidad económica.
Pero ¿Es posible comparar el hambre producida por la necesidad apremiante y la imposibilidad de satisfacerla por la ausencia o escasez de recursos, con aquella hambre producida por elección en quienes tienen diversidad y abundantes recursos alimenticios?
Si bien es innegable el carácter patológico y sociopático de los desórdenes alimenticios, es posible identificarlos como patologías surgidas en el curso y desarrollo de la dinámica social moderna, como patología inducida, mecanismo solapador del hambre real emanada de políticas económicas perversas y devoradoras.
El sistema ridiculiza y promueve el asco por los modos alimenticios alternativos desarrollados por los pueblos para la satisfacción de sus necesidades, al mismo tiempo que trivializa el hambre; le será dada mayor cobertura e interés a la pérdida de peso y trastornos alimenticios de las estrellas de Hollywood que los altos niveles de morbilidad infantil producto de la desnutrición e inanición por la intrincada pobreza en los distintos lugares del mundo.
De esta forma, al ser colocada la atención en aquellos que se privan y restringen de las bondades alimenticias ligado a intereses estéticos, es posible desviar la atención de los millones de niños, niñas, adolescentes, hombres y mujeres que mueren por la inequidad de un sistema que convirtió el hambre en comercio, la alimentación en un lujo, y el comer para mantener la vida un privilegio.
¿Es entonces la anorexia y la bulimia un ejercicio libre de voluntad producida por patologías psicológicas o por el contrario una sociopatía económicamente inducida?
El sistema ha comercializado el hambre, nos dirá cuando y como tener hambre, que y como debemos, queremos y podemos comer, no obstante, el hambre, la alimentación, la salud y la soberanía alimentaria de los pueblos no es una opción.
Socióloga
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