El otoño me recuerda a mi primer beso. Bajo una lluvia torrencial la noche más fría de la historia de los otoños. Un beso que culminó con una década de relación epistolar y que coronó con la mejor de las posdatas imaginables. Con la pérdida de hojas de los árboles revivo también cómo cayó Obi para siempre, y desapareció el gatito color pan. Color de la estación en la que su escenario adquiere el matiz dorado por excelencia. Meses en los que aquello que viven nuestros ojos se transforma del verde al oro al rojo al púrpura... que diría Vitale.
El otoño era eje de su obra, como lo fue la poesía de Juan Ramón Jiménez. Es imposible hacer caso omiso al grito del cielo cuando llueve, cuando aúlla y nos ofrece el festival de colores y de intensidad. Porque la naturaleza en esos días no se queda quieta, todo muta. El tono, la frondosidad, la temperatura... ¿cómo no atender tal aspaviento?¿Cómo vivir sin inmutarse y sin escribir sobre esa manera de caer la tarde?
"LLUEVE. El suelo se rompe y se llena de colores, de espejos, de imájenes. Es como un blando rompimiento silencioso de cristales. La calle se ha complicado, las piedras tienen frondas, cielos, infinitos. [...] La tarde va cayendo. El cielo abre cristales amarillos, de un agrio amarillo de limón, amarillos de siemprevivas, de ocaso de noviembre..."
Juan Ramón Jiménez lo sentía, lo vivía, como así le transmitió a Ida Vitale y ella plasmó también en sus versos. Porque las gotas que caen, traviesas en recreo, dejan de ser lluvia en cuanto impactan contra la realidad. Ya no lo son, se funden y no forman parte ya de su todo. Todo es cambiante, todo se deshace o se mimetiza. O te unes a la tormenta o te arrastra con ella.
También apuntó Hardwick en su Noches insomnes " Todo gime bajo el peso de la traición. La hierba armarilla y sedienta se queja cuando la lluvia, implacable, la traiciona día tras día." Nunca llueve a gusto de todos, y no es lo mismo el aguacero otoñal que el de la primavera. No es necesario de igual manera, ni se recibe con ánimo idéntico. Los que admiramos el cielo sin descanso y a los que nos maravillan los colores que nos rodean, las nubes de otoño nos encandilan día sí y día también. Anotamos sus formas y colores, sabemos qué nos dicen y cómo nos hacen sentir. Porque son tristeza, nostalgia, melancolía... son cambiantes, volubles. Se adaptan a nuestro aliento y a nuestra urgencia.
Para los mal contentos, que diría Marta Sanz, los versos lluviosos de JR Jiménez nos llevan a Ida Vitale. Por eso mismo nos alegró el Premio Cervantes, por eso mismo recogemos hojas y les bordamos sus versos, por necesidad. Porque ella nos dice que las gotas se funden para amarse, que corren libres por vidrios y barandas cuando se desprenden de la lluvia... ¿Se hieren y se funden? Trasueñan otra muerte. Seamos, bordemos, gotas.