Cuando vivimos en un amor feliz, la confianza nos lleva a expresar cariño, acariciar al otro, besarlo, darle las gracias por querer compartir una parte de su vida con nosotros. Cuando lo que se transmite es ternura, alegría o amor todo es fácil. Esas emociones suelen guiar a nuestra comunicación, y entonces nuestros gestos, nuestro cuerpo, nuestra voz o nuestras palabras se ponen de acuerdo y aparece una comunicación congruente y cálida.
Pero que vivamos en un amor feliz no quiere decir que todo sea perfecto y que no tengamos la necesidad de expresar dolor, ansiedad o sufrimiento. Cuando esas emociones negativas no tienen nada que ver con nuestra pareja no suele pasar nada malo, el amor guía también nuestra comunicación y la confianza nos lleva a compartir y expresar esas emociones a nuestra pareja de forma adecuada(salvo que haya algún problema psicopatológico, como la ansiedad generalizada o la depresión, que puedan enturbiar nuestra comunicación). El problema surge cuando el dolor, la ansiedad o el sufrimiento tienen que ver con nuestra pareja. Cuando nos sentimos incomprendidos o atacados por el otro, cuando queremos decirle no al otro, cuando necesitamos pedir un cambio. Entonces la confianza puede ser un arma de doble filo. Es necesario decir las cosas con tacto, con cuidado. Decirlas… Sí, por supuesto, porque nos queremos, pero con cuidado. Y es ahí cuando yo propongo que nos hablemos, que nos cuidemos como si fuéramos desconocidos. Con cuidado, con respeto, diciendo todas las palabras que queramos decir pero no todo lo que nos salga por la boca. Es en esos momentos cuando más hay que cuidar las palabras, comprender que no todo lo que sintamos o pensamos tiene porque ser cierto, que el otro puede no ver las cosas igual, que es necesario extremar la precaución para defender nuestra postura sin que el otro se sienta atacado, cuidando las formas.Porque si la confianza es buena en lo positivo puede ser muy destructiva cuando se trata de expresar lo negativo.