Autobús hacia casa. Diez de la noche.
-Pues mi Jaime tiene ya diecisiete años -le dice la señora que tengo detrás a su acompañante.
- Y qué, ¿ya acabó Secundaria? -le pregunta la otra. Me acomodo en el asiento: el tema promete por lo cotidiano, tiene su punto de interés por aquello de ser pan diario.
- ¡Huy, no! Si yo ya sabía que no le gustaba lo de estudiar y too, ya -explica la otra-. Cuando cumplió dieciséis dijo que ya no iba a estudiar, y claro... Si es que a mi Jaime no le van las letras estas -puntualiza.
-Estará trabajando entonces... -inicia su amiga. Sonrío. ¿Trabajar siendo joven? El 40% de nuestros jóvenes están en paro actualmente, señora.- Mi chica es que está con el Bachillerato -le restriega a la primera.
- No, no, ¡qué va! Ná de eso. Está con un curso del Inem, porque no aprobó la prueba de acceso a los módulos esos de FP - explica tristemente la madre de su Jaime. Pongo los ojos en blanco mientras sigo la trayectoria del púber: suspendiendo, repitiendo seguramente y encima, sin las nociones básicas de la prueba: leer, entender un texto, resumir, algunas sencillas operaciones matemáticas-. Está muy contento, porque no tiene que ir a clase y le dan todos los meses 180 euros, para sus gastos -Controlo mis músculos, preparados ya para programar una cara de estupor ante la noticia.
- Está muy bien eso, así tiene para sus gastos -le anima la amiga.
- Pues sí, para sus fines de semana -remarca la feliz madre-. No les hubiera costado nada a sus profesores aprobar al Jaime. Yo es que creo que se traumó con eso, claro, y por eso no quiso estudiar.
Claro.
Si es que es evidente.