Me despido de ustedes, apreciados lectores, durante los meses estivales. Antes de ello, aprovecho este impass, para agradecer su interés por estas páginas, algo que ciertamente debería hacer más a menudo.
Igualmente quisiera despedirme intentando dejar un mejor sabor de boca del que probablemente les haya quedado tras la últimas entradas a este blog. No movido por un ánimo buenista, ni siquiera por simple cortesía, sino para resaltar que la moneda del trauma tiene otra cara de la que hay que ser consciente.
Si bien el trauma psicológico es una mazazo, devastador en ocasiones, sobre el acristalado espejo de nuestra personalidad, tras el impacto, esta no tiene porqué haberse despedazado ni tiene porqué haberse desmoronado. Las fracturas serán de variada consideración: quizá solo unas pocas, bien delimitadas, o puede que muchas y ramificadas; algunas de hondo alcance y otras más superficiales; abarcando diversas dimensiones de nuestra persona, o,con suerte, solo afecten a alguna.
Pero recuerden que no todos los cristales son frágiles. Algunos son más resistentes que otros, e incluso los hay con propiedades flexibles (como los protectores de pantalla de los nuevos teléfonos móviles). En cualquier caso, el punto crítico es el grado en que nos afecte e interfiera en nuestra vida. Por descontado que los efectos psicológicos, somáticos o emocionales que sufriremos serán dolorosos, posiblemente limitantes, incluso incapacitantes; pero hay esperanza.
Sí, hay esperanza. Pero hay que saber interpretar este término, por que no hablo de la pueril expectativa de creer que podemos volver a lo que antes fue nuestra vida normal. Una creencia así solo puede deparar frustración y desengaño. El quid de la cuestión está en asumir la vida, como quiera que nos halla quedado, y aceptar nuestras circunstancias de la manera más realista.
Hay personas que tras sufrir una depresión mayor logran superarla y volver a un estado asimilable a lo que fue anteriormente su vida (aquella normalidad). No obstante, otras personas pueden sufrir esquizofrenia y la intervención (psicoterapia+farmacoterapia) les permitirá llevar una vida funcional, en muchas ocasiones bastante aceptable. No, no lograrán volver a "las cosas tal y como fueron antes", pero pueden convivir con su trastorno. Enfrentarse a él, aceptar su condición, y tratar de llevar una vida que merezca la pena ser vivida.
La persona traumatizada debe utilizar todos los recursos a su alcance para minimizar los efectos traumáticos que le angustian. Y aquí me estoy refiriendo tanto a los recursos psicoterapéuticos como a las prescripciones del especialista médico, pero también a aquellos no tan usuales, menos "oficiales" (acupuntura, teatro, baile, yoga etc...), siempre que cumplan la condición de ayudarle a entender mejor sus síntomas y aprender a lidiar con ellos; a soportar su presencia y empezar a asumirlos. Aceptarlos de la misma forma que el cojo ha de admitir que no volverá a tener pierna nunca más o el cadiópata que su corazón tiene unas limitaciones que no puede obviar.
Como diría Albert Espinosa, todo un experto en soportar adversidades: "Traumas de la infancia, al fin y al cabo, eso es lo que somos cada uno de nosotros, traumas de la infancia".