Otra vez por las Dehesas de Cercedilla; otra vez en el aparcamiento de Majavilán; otra vez escuchando trinos entre los pinos que contemplan nuestro lento caminar en la ascensión al Collado de Marichiva; otra vez pasamos la portillera que nos traslada a los pinos del lado segoviano en el largo y llano sendero camino del Nacimiento de Río Moros en la falda del Cerro Minguete y el Montón de Trigo.
Aquí está una de las surgencias del Río Moros.
Otra vez, sí. Y volveré aún más, Deo volente, a estos lugares ya conocidos y siempre con novedades de silencio y serena musicalidad. En mi corazón describo algún altibajo antes de llegar, apuro el caminar para sosegar después una parada ante la vista de las dos cumbres de La Mujer Muerta: La Pinareja y El Oso; en mi espíritu recuento los numerosos pinos nuevos que están a punto de cerrar el sendero muy cerca del paso entre el amplio roquedo, a punto de cerrar hacia la izquierda la última curva que remata en pespuntes de verdor el valle donde nace el Río Moros.
A partir de este punto, la senda que recorremos va sembrando nuestro espíritu de novedad; nunca habíamos recorrido estos ciento ochenta y cuatro metros de novedad entre enhiestos pinares con un breve tramo especialmente pindio para hacer más lenta la marcha y más volátil el espíritu antes de llegar al espacio abierto entre las dos cumbres de La Mujer Muerta y el Montón de Trigo acunados por el oloroso amarillo del brezo en diferentes especies y culminar el Collado de Tirobarra.
El Collado de Tirobarra está muy concurrido en dirección Montón de Trigo Mujer Muerta; para bajar hacia la Fuente de la Reina solamente estamos Jose y yo.
Mirlo, acentor, pechiazul… suenan trinos y gorjeos que animan nuestro caminar entre las retamas de brillos amarillos mientras descendemos ligeramente por tierras de Segovia en un suave caminar hasta depositarnos en una especie de meseta mirador aun sin árboles. Enseguida encontramos un sendero que se retuerce hacia nuestra derecha en rápido desnivel; se mezclan las piedras, que requieren especial atención en la pisada, con pinceladas de pradera, regresan los pinos, despuntan arroyos, el camino se difumina entre praderas.
Descenso entre el collado de Tirobarra y los Corrales de las Cabras.
Estamos en la explanada de los Corrales de las Cabras o del Regajo.
El Arroyo de Las Cabras, también llamado del Regajo apenas apunta hileras de agua entre los helechos y los juncos. Se amplía la pradera donde unas vacas pacen indolentes a nuestra llegada entre las ruinas de lo que fueron rediles y cuadras.
El sendero continúa, ahora escondido por el tiempo y las urces, por los pinos y las rebollas, bajo el vuelo del verderón con brillos verdes y amarillos y la aguda mirada del águila altiva que hace círculos interminables en el cielo con imperceptible movimiento.
El Chozo conserva su antigua figura para recordar a los montañeros la dureza idílica de los pastores antiguos.
Camino adelante, se despeja el matorral y la senda se amplía entre verdor de praderas y acariciadores árboles, cruzamos livianos arroyos de temporada efímera. Pronto encontramos un chozo circular de piedra en las paredes y ramajes y paja en el tejado. Nos detenemos porque queremos conversar con el alma sosegada de los antiguos pastores de estos valles. Más adelante, nos dicen, salid del amplio camino y buscad a vuestra derecha una salida que os depositará en la carretera frente a la Fuente de la Reina.
Fuente de la Reina. Aquí nos lavamos el rostro y damos cuenta de un buen bocadillo.
Subimos por la Antigua Calzada Romana, en un recorrido realizado varias veces con anterioridad, hasta el Puerto de la Fuenfría. A la altura de los antiguos Corrales de la Majada de Minguete encontramos una rara mariposa que nos esperó y continuó sobre la misma piedra tras nuestra marcha.
Esta vistosa mariposa es nocturna, es la mariposa isabelina; se llama Graellsia isabelae, descubierta por el naturalista español Mariano de Paz Graells en Peguerinos en mil ochocientos cuarenta y ocho; él la bautizó como Saturnia isabellae como homenaje a la reina Isabel II. Posteriormente pasó a llamarse Graellsia isabelae en honor a su descubridor.
Desde el Puerto de la Fuenfría regresamos por el antiguo Camino de Segovia, anchurosa senda muchas veces recorrida y siempre admirada.
Javier Agra