Como volver a la ciudad donde viviste una buena parte de tu vida y rencontrarte con los viejos amigos, así ha sido mi visionado de la segunda temporada de Treme. Porque los echaba de menos. Porque es imposible no querer saber de alguien que se te ha metido dentro. Porque la vida sigue su curso por muy mal que lo hayamos pasado, y yo quiero estar ahí para verlo, a ver si aprendo algo útil de la condición humana. Sigamos...
Si en la primera temporada conocimos a unos personajes en plena crisis tras el huracán Katrina, en esta segunda asistimos a su recomposición personal, tanto de sus vidas como de sus almas deshechas. Treme ya ha dejado de ser una ficción nacida desde su germen con vocación de serie de culto, para ser algo más. No sólo ha crecido, se ha hecho enorme, profundamente uniforme, infinitamente compleja, capaz ya de abofetearte el corazón sin apenas mover un musculo del interior de sus tramas.
Sus historias, pequeñas, minúsculas comparadas con la inmensidad de un todo, gigantes, se te meten bajo la piel y como un virus te llegan al corazón y te matan desde dentro de alegría y tristeza. Como si fuese una montaña rusa de emociones, una montaña rusa lenta pero no por ello menos divertida, la música te protege de los vaivenes de las curvas y los golpes. Ésta también sirve como ese asidero donde agarrarte cuando las tramas se vuelven algo imprecisas o mucho más contemplativas de lo habitual. Porque, al fin y al cabo, la música es la tabla de salvación de la mayoría de sus personajes como también la nuestra muchas veces en nuestro día a día.
La serie a veces duele físicamente pero reconforta porque en su esencia, y al contrario que su hermana mayor The Wire, es profundamente optimista. Nunca un relato televisivo ha sido tan locuaz sin ser excesivamente discursivo y con tan pocos recursos argumentales. Siempre parece como si no pasara nada y sin embargo lo está pasando todo ante nuestras narices y, lo que es mejor, lo estamos viendo y sintiendo en nuestras carnes. Porque la vida es así: anárquica, confusa, indeterminada, incierta, pero ante todo intensa.
Y por último quiero hablaros de sus personajes que, a fin de cuentas, siempre han sido y serán la esencia de Treme.
Me gustaría acordarme del Gran Jefe, más terco que nunca y no por ello menos interesante ni menos cercano a nosotros. Y de su hijo, que lucha desesperadamente por acercarse sin éxito al corazón de un padre lleno de odio y resentimiento.
De Toni, que no sólo tiene esta temporada que luchar contra la burocracia y la corrupción de una ciudad en reconstrucción, sino que ha de estar constantemente pendiente del alma rota de su hija Sofía.
Y cómo no de Sonny y su redención tardía y llena de dudas.
Y también de Annie, y Davis, esa pareja, maravillosamente imposible, que no cesa nunca de buscar su lugar en ese mundo hostil que les ha tocado vivir, él siempre con una sonrisa, y ella siempre con un ligero gesto de tristeza en la cara.
Y qué decir de Antoine Batiste y sus apóstoles del Soul que nunca acabaron de encontrar su sitio por más que lo buscaron. Y de Janette y su aventura en la Gran Manzana que parece que, poco a poco, va hallando su camino gracias a esos pequeños golpes de suerte que tanto le faltaron en el pasado.
Por su parte Ladonna sigue formando parte de la cara más oscura y desgarradora de la serie. En esta ocasión descubriendo lo peor y lo mejor de sí misma por culpa de unos hechos que parece se hayan ido apoderando de ella y de la ciudad poco a poco.
También en esta temporada hemos conocido a un encantador oportunista recién llegado a la ciudad dispuesto a sacarle todo su jugo a base de cheques, mientras hemos ido profundizando en las entrañas de un agente de la ley dispuesto a luchar contra viento y marea para que se pudiesen hacer bien las cosas de una vez por todas.
En definitiva, retazos de un puñado de vidas descosidas luchando por recomponerse a base de música, pasión, e ilusiones prestadas. Así ha sido Treme en su segunda tanda de episodios.
Como dijo Davis en la última secuencia de la temporada: ……………………… ……………………………………………………………….... ”Perdón por el silencio, ésta me llegó”.