Maria Antónia Marinho Leite nació el 25 de mayo de 1940 en una familia burguesa y conservadora. Tuvo una educación religiosa que -como la burguesía y el conservadurismo- la llenó de contradicciones y de inquietudes.
En 1957, con diecisiete años de edad, ingresó en la Escuela de Bellas Artes de Oporto, donde en seguida destacó como una de las mejores alumnas, si no la mejor, y una de las más díscolas, si no la más. Tenía un talento indiscutible que pasmó a sus profesores desde el primer momento, pero no se dejaba aconsejar ni guiar por ellos, ni se plegaba a las enseñanzas regladas. Al tercer año dejó la carrera, como estaba cantado.
Álvaro Siza Vieira nació también en el seno de una familia burguesa y religiosa, siete años menos un mes antes que Maria Antonia: el 25 de junio de 1933. Su padre era ingeniero y en principio parecía natural que él también acabara estudiando ingeniería.
No obstante, de niño padeció "una primera infección", una amenaza terrible que anunciaba un principio (o al menos un cierto atisbo) de tuberculosis. Así que sus padres lo mandaron al campo, a casa de su abuela, para que respirase aire puro y, más que curarse, no permitiese la entrada a la entonces terrible enfermedad.
En casa de su abuela, por mor de la protección, vivió dos meses prácticamente encerrado en su cuarto, mirando el campo a través de una ventana cuadrada y dejando pasar las horas y los días.
Un tío suyo, soltero y que vivía con los abuelos, le puso a dibujar para matar el tiempo.
En una deliciosa entrevista (aquí la tenéis) se lo cuenta a Anatxu Zabalbeascoa. Ella deduce: "O sea, que fue su tío quien le enseñó a dibujar", y Siza le dice que no, que su tío no tenía ni idea de dibujo, que era un negado absoluto, pero que le puso a echar horas por buscarle alguna distracción, y él acabó aprendiendo a dibujar.
El caso es que esa "primera infección", esa estancia con su abuela y ese tío pesado y férreo hicieron nacer en él la pasión por el dibujo, de manera que años después, cuando le tocó elegir carrera, Siza estaba loco por ser escultor, pero como con eso nadie podía ganarse la vida, y además su padre era muy buena persona y él no quería darle un disgusto, eligió estudiar arquitectura. (En aquella época estudiar arquitectura era algo digno y respetable; casi tanto como estudiar ingeniería).
La opción por la arquitectura fue porque le dejaba una puerta abierta para "contaminarse" de bellas artes y tal vez (solo tal vez) asistir también a alguna clase de dibujo y de escultura.
Allí, en la universidad y en el ambiente estudiantil con inquietudes artísticas, conoció a Maria Antónia (los más próximos la llamaban Totó). Le impresionó mucho su talento indiscutible y brillante, y también su alegría de vivir, su fuerza y su optimismo. Se enamoraron, y en 1961 se casaron.
Totó mostraba una gran libertad personal en una época dictatorial muy dura y muy gris. Dibujaba brillantemente y a la primera, a primer trazo. Empezaba por un extremo del papel y terminaba por el otro, de una vez, a pluma, sin encajar ni planificar. Enlazaba figuras humanas retorcidas que llenaban el espacio y lo hacían bailar y retorcerse. Sus dibujos eran atormentados, tensos, a menudo trágicos.
Totó tenía dos caras contrarias: la luminosa y la oscura, la alegría y el dolor, el optimismo y el pesimismo, la explosión de júbilo y el silencio reconcentrado. Una personalidad bipolar muy compleja.
En sus dibujos no se ve solo el virtuosismo, la soltura de quien lo hace muy bien. Se ve también un drama. Son dibujos expresionistas, algunos incluso violentos.
En sus fases buenas tenía mucho humor, era muy festiva. Bailaba. (Siza dice: "Entraba en una habitación y la llenaba. Yo entraba y no llenaba nada").
En el año 1962 nació su hijo Álvaro, y en 1964 Joana. En ese año 1964 la personalidad bipolar de Totó sufrió una profunda crisis postparto que ya le duró para siempre, con sucesivas mejorías y recaídas.
Recibía atención psiquiátrica y tomaba muchos medicamentos, especialmente estimulantes y pastillas para dormir. En los períodos buenos era la alegría de la familia y de la pandilla de amigos, pero en los malos hasta le temblaban las manos y se abandonaba a la desidia. Ni podía ni quería dibujar. No podía hacer nada. No podía con el peso de su vida.
La mañana del 11 de enero de 1973, a las seis y media, debió de dar un último suspiro fuerte, un estertor que despertó súbitamente a su marido. Álvaro la vio yerta, con una línea de sangre deslizándose por la comisura de la boca. La llamó, imploró que no se fuera, que no lo dejara solo. Lloró desesperado. Llamó a una ambulancia, pero también a los amigos. Pidió socorro.
Su esposa, Totó, estaba muerta. Tenía treinta y dos años de edad.
Se habló de suicidio. Incluso los amigos lo pensaron. Totó estaba muy deprimida; sufría mucho. Pero no hay ningún motivo para pensar eso: El certificado médico de defunción dice "embolia pulmonar". Maria Antónia tomaba muchos medicamentos, tenía fiebres altas desde noviembre y en la pasada navidad estaba muy decaída, tanto que la hicieron unas pruebas médicas cuyos resultados salieron ya después de su muerte y eran muy malos. El edema pulmonar se relaciona con la insuficiencia cardíaca que padecía desde niña. Todo ello da coherencia al parte médico y descarta toda sospecha de suicidio.
Siza sin su mujer, sin la fuerza que ella le transmitía, quedó sumido en el desamparo. Justo en esa época su profesión le sonreía. Se estaba dando a conocer y cada vez era más apreciado. Todo parecía apuntar a que llegaría a ser un arquitecto ilustre. Pero justo entonces toda su vida se le hundió.
Se dedicó a sus hijos, pero a la vez le llamaban de muchos sitios, tenía que viajar. Necesitaba concentrarse en su obra. No podía permitirse el lujo de hundirse.
Entonces tomaron las riendas las abuelas -la madre y la suegra de Siza-, y se sumaron todos los tíos y tías de los niños. También los amigos. La familia se abrió. Ya no fueron los cuatro del piso de la Rua da Alegria (mamá, papá, Alvarinho y Joana), sino el clan entero y numeroso. Siza siempre vivió con sus hijos, hasta que estos hicieron su vida independiente, pero las abuelas sujetaron el núcleo íntimo de los tres y lo expandieron hasta cubrir la ciudad y el mundo. Las abuelas vertebraron la vida de los niños y posibilitaron la paz, el consuelo y la trayectoria profesional del joven viudo.
(Así que ya sabéis: Cuando estéis ante una obra de Álvaro Siza y la disfrutéis y la agradezcáis, pensad en las abuelas que la hicieron posible).
Siza le dice a Zabalbeascoa que siente que no se ha dedicado lo suficiente a sus hijos, pero este remordimiento es inevitable y lo tenemos todos los padres.
Álvaro Siza ha mantenido su viudez. Ha mantenido vivo el recuerdo de Maria Antónia.
En cuanto a su arte, la defiende sin duda alguna. Defiende su opción por la figuración, por el cuerpo humano retorcido cuando todo el mundo en esa época hacía abstracción y aquello parecía superado y sin interés.
Maria Antónia dejó más de mil dibujos, pero apenas unos pocos cuadros al óleo. Siza dice que aquella dibujante prodigiosa estaba descubriéndose como pintora. ¿Dónde habría llegado si hubiera vivido en buena forma unas cuantas décadas más? Conocemos algunas acuarelas que son preciosas y delicadas iluminaciones de los dibujos, pero no tienen autonomía como pintura. En cuanto a los poquísimos óleos... No los conocemos. Una suerte de pudor los recubre y los aparta de nuestra vista.
Maria Antónia en vida hizo una sola exposición. Fue en Oporto, en la cooperativa Arbore, en 1970. Gustó mucho a quienes fueron. Los amigos estaban entusiasmados. Pero la crítica no se hizo eco. Al fin y al cabo ella no era nadie.
Muchos años después, con Siza ya famosísimo, se hizo una nueva exposición en Oporto y en Madrid (pero sin los óleos), y entonces ya sí: catálogo, artículos en prensa, etcétera. Siza nunca había deseado que a Maria Antónia se la conociera por él. Ella tenía fuerza y talento propios más que suficientes. Pero la vida se la llevó por delante demasiado pronto y no le dio tiempo a abrirse camino, así que su marido, ya con toda la gloria y la fama conseguidas, aprovechó para hacérnosla conocer y admirar. Al fin y al cabo, aunque no fuera la situación ideal, al menos así gente como yo y como vosotros la hemos podido apreciar.
La portada del catálogo de la exposición de 2002 en el
Círculo de Bellas Artes de Madrid. Y ya sí: El nombre Maria Antónia
muy pequeño y el apellido Siza enorme. Siza: Lo que cuenta es Siza.
No sé a qué se debe esto. Supongo que a marketing y esas cosas.
Hoy, 25 de mayo de 2019, cuando esta artista atormentada, brillante, talentosa, alegre, triste y secreta habría cumplido setenta y nueve años, publico esta entrada en el blog para que os intereséis por ella quienes aún no la conocierais y, sobre todo, y como reza el título, para homenajear a las abuelas que se hacen cargo de la supervivencia emocional (y a veces incluso física) de sus nietos, que extienden el círculo familiar añadiendo a tíos solteros que exigen a sus sobrinos dibujar aunque ellos mismos no tengan ni idea, y que protegen a todos de las turbias sombras de la desesperación y de la muerte.