Revista Cine

Tres años sin dios

Publicado el 11 noviembre 2011 por Jesuscortes
TRES AÑOS SIN DIOSSi una de las funciones - en el caso de que debiera tenerlas - de un escrito sobre cine (no de cualquier escrito sobre cine, los puntos de vista sobre esto son divergentes) es invitar a ver, despertar el apetito, compartir el entusiasmo experimentado, el efecto puede ser muy válido cuando se habla de películas maltratadas, de películas olvidadas que alguna vez tuvieron sus defensores, obras pequeñas o que nos han resultado divertidas, gratificantes cuando no esperábamos nada de ellas o a lo sumo cuando, contra todo pronóstico, las hemos encontrado muy interesantes.
De todas ellas, hay una expectativa, quizá distorsionada; se han vertido opiniones, tal vez injustas.
Cuando se trata de hablar de un ignoto monumento como "Tatlong taóng walang Diyos" queda sin embargo una extraña sensación de impotencia, de que no se va a poder con las palabras transmitir el asombro de ver un film de este calibre. Una frustración que es en si misma una alerta de cara al futuro, a la ingente cantidad de material que a cada cual le quede por ver y una "cura de humildad" para hablar del pasado y el presente, que en cualquier momento quedan alterados.
Ese imaginario puzzle que con los años y las películas vistas va completándose, esa historia del cine que se arma en la cabeza de cada cual, se ve sacudida con piezas como esta, que no complementa ni es seguidista de lo más visto o mejor recordado, que se atreve a ir por libre, que vuelca en el tapete sin contemplaciones esas otras piezas ya conocidas, desafiando a recomenzar la tarea.
El filipino de padre americano Mario O'Hara, por entones un cuasidebutante (1976) del que no se han tenido noticias en Occidente hasta por lo menos veinticinco años depués, filma este meteorito y a saber cuántos más similares o hasta superiores tendrá, que hace sospechar que la historia del cine asiático quedará definida cuando pasen los años y salgan a la luz, si tal cosa sucede, las toneladas de bobinas que se filmaron en la misma Filipinas, Indonesia, India, Japón, China y demás y seamos capaces de "poner orden" en ellas. De O'Hara, aún en activo, poca cosa se sabe y lo que se comenta - que debido a que padece claustrofobia no acude a festivales ni sale de su país - sólo parece una pobre excusa (quizá esgrimida por él mismo con el objetivo de que le dejen tranquilo) para programadores y curators varios, pero no sirve para exculpar a compañías distribuidoras que fácilmente controlan la popularidad y las posibilidades internacionales de un realizador por muy minoritario que sea, acudiendo a los datos arrojados por la proyección de sus films en su país, que siempre fueron buenos.
TRES AÑOS SIN DIOSDe momento y hace ya casi una década desde que se pudo ver su extraordinaria "Babae sa breakwater" (2002), sólo puede encontrarse también "Fatima Buen story" (94) y ahora se edita en DVD "Tatlong taóng walang Diyos", el film que pone en guardia al más escéptico sobre su talento como cineasta. Un gran replanteamiento de lo conocido llega con "Tatlong...", ya que si en las dos primeras que pudieron verse, primaba un fuerte contenido político y social, siempre sin embargo utilizado como marco de referencia, sin que las ideas sean nunca más importantes que llegar al final del día, fuesen corales o reducidas a una celda y muy pocos personajes, "Tatlong..." añade una visión elítptica, tangencial e integradora, en paz con la historia, pero sin olvidar los desagravios.
Se enmarca la película en lo que, incluso para los que han tenido acceso a gran parte del material conservado, es conocida como la gran etapa, la inmediatamente posterior a la fundacional de este cine casi sin pasado, que prácticamente no existía cuando algunos ya habíamos nacido. En todo caso, si estos son, hagamos la traslación, los años 40 o 50 del cine filipino, Mario O'Hara parece muy centrado aún en los pioneros y nada lejos anda su omnicomprensivo y limpio estilo de Griffith, Henry King, DeMille, Dwan o Stroheim y asombrosamente no parece nada contaminado ni casi influido por ningún cineasta ni moda de aquellos años. Será una característica común a otros compatriotas posteriores (en particular Raya Martin y Lav Diaz, pero antes también el gran Ishmael Bernal), surgidos de la nada, incluso siendo jovencísimos y ya con una capacidad fuera de lo común para emprender cualquier reto, pero O'Hara se saca de la manga este impresionante, múltiple y concentradísimo melodrama de más de dos horas esculpido en los alrededores de una contienda que cambió la cara también a esa parte del planeta, como si fuese la cosa más natural del mundo (parece "Tatlong taóng walang Diyos" una de esas películas cumbre en el devenir de la práctica del oficio de un director, por fin conseguida quizá tras previas tentativas), prestando atención alternativamente a lo grande y a lo pequeño, lo personal y lo colectivo, lo interiorizado y lo que irrumpe intolerablemente en una pacífica y humilde existencia.
Apenas unos instantes musicales, una determinada textura fotográfica (como siempre magnífica y parece que barata y rápida de Conrado Baltazar) y algún efecto aislado - que son también los únicos contratiempos y aristas que pueden regateársele - permiten averiguar su ubicación temporal, en tiempos de qué y de quién fue realizada. Pero eso no significa que sea una obra extemporánea. El hecho de hundir sus raíces narrativas, los ingredientes que utiliza, dónde se posa o hacia dónde desvía la mirada, qué queda fuera de cuadro y por qué, dónde se ubica la cámara en las muy variadas escenas climáticas que jalonan el film, propicia que el cine de Mario O'Hara, conecte con el de directores que en teoría no pueden andar más lejos "culturalmente" de él como Michael Cimino o Sam Peckinpah. TRES AÑOS SIN DIOSLo que en el cine de O'Hara hay que extraerlo, volver a detenerse para encontrarlo, tener paciencia para que llegue, saber quitar la corteza sentimental de sus personajes, nada mundanos, se diría que triviales sin el drama azotándoles, para detectar su mirada, termina derivando lógicamente, por presión, en ese puro exceso torrencial, deslumbrantes cuentas de un collar que no parece que tenga engarces, que mezclaba en el cine de los antes citados a Dovzhenko y Pudovkin con Vidor y Ford. Sin transiciones, sin momentos baldíos, cualquier episodio acontecido a Rosario (Nora Aunor, que fue una especie de niña prodigio y con la que sigue contando hoy día), Crispin y el soldado japonés criado en Manila, Masugi, y en especial la escena del linchamiento, la de la borrachera, la de la violación, la del regreso de la guerra, la del sacrificio del bebé o la final en la Iglesia pudieron estar en "Hearts of the world", "America" o "The birth of a nation", en "Heaven's gate" o "The deer hunter", en "Major Dundee" o "Bring me the head of Alfredo Garcia", en "The Jack-Knife man", en "Sgt. Rutledge" o "Cheyenne  autumn", en "Ganga bruta", en "The young one".

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