Está bastante claro que las libertades artísticas viven un moneto de regresión en occidente. Y la razón no es el advenimiento de una nueva ola de totalitarismo, como la que acechó a Europa en los años treinta - aunque la llegada de Trump a la Casa Blanca pudiera hacer pensar lo contrario -, sino la dictadura de lo políticamente correcto, cada vez más evidente en los últimos productos que Hollywood está produciendo. Es estupendo que se lancen nuevas historias protagonizadas y dirigidas por mujeres y que otorguen visivilidad a minorías que hasta ahora solo han tenido cabida en la pantalla grande como estereotipos. Un ejemplo positivo de esta nueva tendencia es la magnífica serie Happy Valley, que muestra a una protagonista cuya heroicidad cotidiana es tan humana como imperfecta, por lo que sus capítulos se insertan en una realidad verosímil. Pero, al final, el infierno está empederado de buenas intenciones: decirle a los creadores qué historias deben contar, qué género deben tener sus protagonistas, qué razas son las opresoras y cuáles las oprimidas hace que surjan productos tan inverosímiles como la nueva película de McDonagh, que suspende absurdamente su credibilidad en pos de un discurso ideológico muy concreto.
Tres anuncios en las afueras (y aviso que a partir de aquí voy a desvelar partes esenciales de la trama), nos presenta a Mildred Hayes, una mujer madura que acaba de perder a su hija de la peor manera posible: violada y asesinada. Como estima que la policía de su localidad no ha hecho gran cosa para capturar al asesino, decide denunciar la situación pagando la instalación de tres anuncios en las afueras del pueblo que culpabilizan directamente al jefe de policía, William Willoughby, un profesional honesto y muy apreciado por sus conciudadanos y que, para más inri, es víctima de una enfermedad terminal, aunque eso no le impide seguir vistiendo el uniforme.
Con esta premisa de inicio, el conflicto entre la madre coraje y el resto de los personajes está servido. Mildred no acepta las explicaciones que le da el jefe de policía en el sentido de que se ha hecho todo lo posible por resolver el caso. Ella es una madre justificadamente airada, que no es capaz de observar nada más allá de su dolor. Para complicarlo todo más aparecen en escena otros elementos: un policía racista y el marido de Mildred, un maltratador que la ha dejado para irse a vivir con una jovencita de diecinueve años. Ya antes del asesinato de su hija la vida de Mildred era un eterno conflicto familiar. En cierto momento de la película nos enteramos que la noche fatal de la violación y asesinato, se negó a dejarle el coche a su hija. "Pues volveré andando, puede que me violen", le dice la hija. "Ojalá te violen", contesta la madre. Todo muy tremendo.
Pero es que Tres anuncios en las afueras no solo dibuja situaciones y personajes con trazo grueso, sino que suspende la credibilidad de la trama en numerosas ocasiones: el policía racista le pega una paliza a un ciudadano y lo arroja por la ventana a plena luz del día y frente a la comisaría. El nuevo comisario - un negro que llama blanquitos a sus subordinados - asiste impasible a la escena y luego le pide la placa y el arma al violento policía y le deja ir a casa, como si un intento de asesinato realizado por un representante de la autoridad no tuviera más consecuencias. Esa noche, Mildred, harta de todo, arroja numerosos cócteles Molotov a la Comisaría y la incendia. Al parecer, la Comisaría tiene un horario parecido al de El Corte inglés y cierra por las noches, aunque, a diferencia de los grandes almacenes, la policía no estima que haya que dejar en la misma vigilancia alguna. Casualmente, el policía racista, que ha sido suspendido en la escena anterior, estaba dentro, porque le han dejado realizar una última visita, a solas, para recoger una carta que le escribió el jefe de policía poco antes de suicidarse, para evitar a su familia la agonía de verle sucumbir a la enfermedad. A punto de morir abrasado, el policía racista es ingresado - también casualmente - en la misma habitación del joven al que ha estado a punto de matar. Como es lógico, el joven, al reconocerle, le perdona de inmediato y le ofrece un zumo en señal de amistad. Como es lógico también, la consecuencia de todo ello es que el policía racista cambie de repente y se convierta de la noche a la mañana en un ser concienciado, hasta el punto de que convierta la lucha de su hasta entonces odiada Mildred en una cruzada personal.
Pero es que no acaban aquí las escenas surrealistas: en un determinado momento Mildred recibe la visita de su marido, el maltratador. Como éste no soporta su actitud borde y su lenguaje soez, no se le ocurre otra cosa que agarrarla fuertemente del cuello contra la pared de la cocina. Viendo la situación, el hijo de ambos no duda en tomar un cuchillo y ponerlo en el cuello de su padre. A todo esto, entra en la habitación la joven novia del maltratador. Echa una mirada a la situación, sonríe y pregunta dónde está el baño. Se lo indican y los tres que estaban a punto de matarse se tranquilizan inmediatamente, se sientan a desayunar y Mildred abraza a su exmarido cuando éste recuerda a la hija muerta: todo muy creíble. Como la trama tiene que tener un final, el director se inventa la visita de un tipo a la tienda que regenta la protagonista que, sin comerlo ni beberlo, insinùa que es un violador y luego se marcha. Posteriormente, el expolicía racista escucha por casualidad a ese mismo tipo alardeando de su hazaña: se pelea con él (una sutil treta para conseguir una muestra de su sangre) y con ella va triunfante a la Comisaría de la que le echaron (por cierto, tampoco conocemos cómo es tan rápida y milagrosa la recuperación de un tipo con medio cuerpo quemado, pese a las terribles secuelas que muestra), dónde no tienen problema en cotejarla con los archivos a nivel nacional. El resultado es negativo: el tipo no es el violador de la hija de Mildred. Pero a pesar de todo, es un violador. ¿No ha alardeado él mismo de ello? ¿qué otras pruebas harian falta? Así que lo más lógico, al menos desde el punto de vista de Mildred y el expolicía racista es buscarlo y matarlo. Ni siquiera Harry el sucio se hubiera atrevido a tanto, pero así son estos tiempos. Las garantías jurídicas pueden quedar suspendidas en ciertos casos y no estaría mal - según dice Mildred en un determinado momento - crear un registro genético que incluya a todos los hombres nada más nacer, para así tener bajo a control a todos los potenciales violadores, que incluyen al cien por cien de la población masculina. Por suerte, el perturbado discurso de Mildred, propio de una madre dolorida y desesperada, es contestado por el jefe de policía (esta escena transcurre poco antes de su suicidio), recordándole que los derechos civiles todavía existen.
Desde un punto de vista formal, Tres anuncios en las afueras es una película solvente, pero con un guión desastroso, repleto de agujeros, cuyo único afán es mostrar un determinado discurso ideológico a costa de lo que haga falta. Antes, muchos críticos cinematográficos tildaban las películas de Harry el sucio o las protagonizadas por Charles Bronson en su eterno papel de justiciero urbano, como de ideología fascista, simplemente porque los protagonistas se tomaban la justicia por su mano y mostraban al espectador que sus métodos eran infinitamente más efectivos que una justicia excesivamente garantista, lenta y ineficaz. ¿De veras Tres anuncios en las afueras puede calificarse de película progresista? Y si es así ¿hasta que cotas está llegando el llamado progresismo, que era un concepto muy distinto hace solo un par de décadas?