por Mario Alonso Puig
El concepto de empowerment se creó hace muchos años, aunque sigue teniendo hoy en día una extraordinaria vigencia. Lo que esta palabra refleja es la capacidad de influir en otras personas para que desarrollen su autoconciencia, su automotivación, su autoresponsabilidad y su autoconfianza. Cuando dicho empowerment se produce, la persona va madurando de forma progresiva y así, poco a poco, se da cuenta de lo que hay que hacer, sabe que es ella la que tiene que hacerlo, quiere hacerlo y confía en su capacidad para hacerlo. El empowerment favorece la autonomía sobre la heteronomía. De esta manera, las personas inmersas en este proceso van sintiéndose cada vez más protagonistas de sus vidas, de sus acciones y de los resultados que obtienen con ellas.
Ayudar a que alguien desarrolle esa madurez, que le va a permitir ser autónomo, precisa de una gran generosidad y de una clara voluntad de servicio. En el fondo se trata de “dar raíces para crecer y alas para volar”. ¡Qué distante esta actitud de la que escuché en una ocasión a un directivo, cuando durante un programa de formación comentó que para qué iba a potenciar a alguien de su equipo, si a lo mejor luego esta misma persona le quitaba el puesto! Cuando alguien piensa así, es muy comprensible aunque no justificable que no quiera desarrollar a su gente. Muchas personas en las empresas se quejan de que no las ayudan a desarrollarse y esto les resulta profundamente frustrante. De hecho suele ser este un elemento esencial para que, si surge la oportunidad, se marchen a otro lugar donde se sientan más queridos y valorados.
Cuando lo que más nos importa es demostrar que somos los que más sabemos y los que mejor hacemos las cosas, no es fácil que nos arriesguemos a delegar, no sea que alguien demuestre que es capaz de hacer las cosas mejor que nosotros. Tener poder implica una gran responsabilidad, la de ejercerlo con justicia y generosidad. El poder no ha de servir para atrincherarnos en nuestro puesto, para reforzar nuestro estatus y para consolidar la sensación de dominio sobre otros. El poder nos da la oportunidad de ayudar a los demás a desplegar todo su potencial y esto, sin duda, requiere de una combinación de humildad y de generosidad. La autosuficiencia no nos deja compartir y la arrogancia siempre nos pone a la defensiva.
Cuando en un colectivo no hay una cultura que favorezca esta maduración de las personas vemos que la gente no toma decisiones y no se atreve a proponer iniciativas. Hay alguien que manda y el resto simplemente obedece.
Del arte de la navegación a vela he aprendido algunas de las características que son necesarias para favorecer que la gente crezca como profesionales y como personas.
1. Dar instrucciones claras y asegurarse de que han sido entendidas perfectamente por todos. Recordemos que la ciencia de comunicar no se basa en el hablar, sino en el llegar. No somos nosotros los que decidimos si comunicamos bien o mal, sino que lo deciden aquellos que nos escuchan.
2. Animar a la gente del equipo a que intente cosas nuevas y mostrarse cercano y disponible si se precisa ayuda para llevarlas a cabo.
3. Ante los errores, no ser duros con los que los han cometido. Se puede hacer un enorme daño cuando se es duro con alguien que está pasando por un mal momento. Los errores cuestan caro, pero pueden transformarse en valiosa experiencia si se reflexiona sobre ellos para obtener el necesario aprendizaje. No es realista que alguien dedique tiempo a reflexionar sobre un error cometido, si a la vez se siente avergonzado o humillado.
No es motivo de orgullo saber que cuando uno no está en la empresa o en casa, nada funciona bien. Conozco a unas cuantas personas que “van con la lengua fuera” a todas partes porque no dedicaron suficiente tiempo a desarrollar a su gente. La diferencia fundamental que hay entre los grupos y los equipos es que en los grupos no se han creado conexiones emocionales potentes y en los equipos sí. Por eso su nivel de eficiencia es tan distinto. Cuando con nuestra conducta estamos añadiendo valor a la vida de otros, de manera natural estamos creando unos vínculos emocionales sólidos. El elemento clave para que una empresa o una familia salgan adelante en un momento de dificultad puede ser la fuerza de los vínculos que se han creado, porque son estos los que unen a las personas para trabajar juntos en medio de la dificultad. No solemos olvidar con facilidad a aquellas personas que nos animaron y nos acompañaron en el proceso de superar nuestros propios límites.
Autor Mario Alonso Puig