Revista Cultura y Ocio

Tres de K

Por Calvodemora

I
A Siva le ofrecían el tributo del estiércol. El culto de Crepitus idolatraba al pedo. La orina de vaca sirve de líquido purificador en las abluciones del hindú. Luego está la coprofagia y hasta la mutilación de ciertos miembros. Hay adoradores del fuego y de la luna. Algunas tribus del Amazonas consienten que los varones forniquen con animales en la creencia de que el espíritu del animal penetrará en quien se aviene al acto y recibirá, en premio al afecto demostrado, los dones de la bestia. Hay hasta adoradores de zapatillas distraídamente olvidadas en el camino (La vida de Brian) o incluso quienes anulan el raciocinio y la limpia visión de las cosas cuando entran en las aguas de cierto río o miran a los ojos a la talla de la Vírgen de turno. Quienes bizquean de placer cuando entran en un bar y pillan una señal wifi. Los hay también que se declaran limpios de fe, a salvo de dioses y de pequeños amuletos. No sé yo, a estas alturas, cuál es la postura más beneficiosa para una buena digestión de las horas. Me conformo con levantarme con la sonrisa puesta. Como decía el de Tequila. Las ganas de bailar las dejo para ocasiones de más fuste lúdico. La sonrisa, si puedo, no me la quita nadie. Pero ay, cómo se obstinan algunos (sin conocerme siquiera) en borrármela. Asuntos que K. achaca al relativismo moral. Creo que se va a ir a Castel Gandolfo a hacerle compañía a Ratzinger.
2 Me comenta K. que este revuelo religioso, un poco pastoril y un poco camarlengo, conviene siempre. A fe revuelta o a templo abierto, ganancia de pastores. El hablen de mí, incluso mal. El tweet más leído del siglo. El trending topic del mes. El mayor espectáculo del mundo. Va a ser un festín óptico. Esos rojos despampanantes. Toda la pompa. La circunstancia. Las palomas. El lacre. La evidencia de que en realidad hay cosas que verdaderamente no son de este mundo. No lo son. Por más que me esfuerce en entenderlas, por mucho que mi voluntad se obstine en allanar el camino hasta ellas. Serán de otro y pasa que la representación en el nuestro hace que chirríe algo dentro de uno. Chirría una barbaridad.
3
A los pobres con recursos se les ocurre a veces contar lo que no tienen. Amenizan así sus estrechuras. Convocan el numen de las cosas y lo pasean. En cierto modo, suecede lo mismo con la literatura. Uno escribe cuando está pobre. En la riqueza, en el territorio de la opulencia, se resiste el ingenio a someterse a la disciplina de la escritura.  Solo contamos lo que nos perturba. Incluso la literatura de índole más feliz, la que no deja entrever fisuras morales ni brilla por el dolor o por la denuncia de sus letras, sale de ese precario estado de las cosas. K. sostiene que lo poco mío que le guste viene de los días de bajón. Que cuando advierte que irradio alegría, no doy con el tono, carezco de la hipotética bondad a la que soy capaz de alcanzar. K., queriéndome bien, no entiende que ni siquiera en el desencanto me siento cómodo escribiendo. No sabe uno nunca qué necesita. Si la alegría o la tristeza. Al cabo de ambas, revisada la obra, tal vez ninguna.


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