Revista Opinión
Volver al pasado.
Tras una estancia de tres años en Francia como emigrante hispano y el paso de casi medio siglo –periodo en el que tuvimos tres hijos, hoy ya mayores y desarrollé mi actividad en el periodismo–,vuelvo a París con la compañera que allá tuve la oportunidad de conocer y convivir. De ella me enamoré desde el primer momento y con ella he vivido 44 años. Vuelvo, pues, a París, aprovechando este aniversario de nuestra relación, para revivir esos días que marcaron mi vida. Fueron 16.000 días y 16.000 noches convividos/as. Por esa sencilla razón decidimos volver sobre nuestros pasos y recordar nuestros primeros encuentros en París, recorriendo las mismas calles en las que nos paseábamos y visitando los mismos lugares de antaño, aunque sólo fueran durante tres días y medio.
Deambulamos por sus calles, visitamos las mismas casas y respiramos el mismo aire, en el ambiente en el que nos encontramos por primera vez. Cuarenta y cuatro años más tarde de nuestros primeros pasos en el París convulso y revolucionario de los años 66-69, quisimos recordar nuestra vida de entonces. Una vida que, desde esa perspectiva, me parece una eterna repetición del pasado aunque bajo signos diferentes. Hoy ya no trabajamos para vivir ni vivimos para trabajar. Conocemos esas circunstancias y las vueltas que ha dado la vida, dejando un futuro, tal vez distinto al que nos encontramos, para nuestros hijos, pero, afortunadamente, preparados para enfrentarse a los problemas de hoy, en medio de la preocupación por el ambiente irrespirable de paro, miseria y falta de trabajo generalizado.
Pero, volvamos a nuestro regreso al pasado durante estos tres días y mediode mayo, a 1.268 kilómetros de Madrid. Es noche con negruzcos nubarrones y 16 grados de temperatura que, durante un largo trayecto en tren, baja a unos grados sobre cero. Una noche parecida a la de hace 44 años. Y, si bien el “tren estrella” de entonces tenía otro aspecto, diferente al del “tren hotel Francisco de Goya” actual, la larga travesía Madrid-París durante las mismas 15 horas, guardan cierto parecido pero con formato diferente. Entonces los viajeros, varones o hembras, compartían el mismo espacio. Y los asientos eran para seis miembros, convertibles en seis camas. Ahora teníamos que viajar, por normas de RENFE, en coches de cuatro asientos-cama del mismo sexo, aunque formaran parte de la misma familia, excepto si estábamos dispuestos a pagar bastante más para viajar en el mismo compartimiento.
La primera noche vivida por mí, en 1966, mientras circulaba hacia París fue diferente. Entonces avanzaba en un tren desconocido hacia un lugar desconocido, sin conocer mi futuro, sin dinero, sin trabajo y sin permiso de residencia. Hoy me dirijo hacia el mismo lugar con 44 años de experiencia, sabiendo a dónde me dirijo y pagando religiosamente lo que me cuesta –la vida sigue sin regalarme nada, excepto el amor–, pero con un terrible dolor de espaldas o de riñones. No puedo hacer el mínimo movimiento para que éste desaparezca, pudiendo desplazarme con cierta dificultad al vagón comedor y pudiendo pedir una cena o un desayuno confortable. Pero sé que sigue habiendo gente que se desplaza a la fuerza por la situación de paro generalizado en la España de hoy, en busca de un trabajo que no ha encontrado en el país que abandona, pese a estar plenamente capacitado para cubrirlo. En este sentido, me pregunto qué diferencia hay entre los viajeros emigrantes de aquella España y la de hoy.
Mañana: continuación.