Monstruos
Un fantasmita, un zombi, una novia cadáver y una momia llamaron a la puerta.Les abrió otro monstruo. Éste tenía un ojo más alto que el otro, la frente prominente, las mejillas hundidas y la piel color de aceituna aliñada.Los niños se encogieron un poco, y el adulto que los acompañaba otro poco. Pero al instante todos se echaron a reír y los niños levantaron sus cestitas. El monstruo grande fue poniendo caramelos en todas mientras los niños le daban las gracias con voces cantarinas.Después el hombre monstruo se quedó en la puerta viéndolos marchar, tan contentos y risueños y diciéndole adiós con la manita.
Cuando entró y se sentó en su sofá de tres inútiles plazas pensó que ojalá fuera Halloween todos los días. Así él sería normal.
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¡Corre!Yo corría al límite de mis fuerzas, pero se acercaban cada vez más.Estaba seguro de que alguno de ellos me alcanzaría en cualquier momento.Pero una voz me decía: “Corre y no pienses. ¡Corre!”. Pero ya no me quedaban muchas fuerzas.No quería mirar hacia atrás, por miedo a ver cómo avanzaban hacia mí, pero necesitaba saber si aún tenía alguna posibilidad de librarme de ellos. Volví la cabeza un instante y vi que alguno se había quedado rezagado, pero los demás seguían ahí, acortando la distancia.Hubo un momento en que estuve a punto de rendirme. Estaba agotado y sólo quería dejarme caer, abandonar, rendirme. Pero la voz me dijo: “Si te han de cazar, que te cacen, pero no te entregues tú mismo”.Así que hice un último esfuerzo, no sé cómo, y conseguí distanciarme algo más, un par de zancadas que podían ser vitales.Entonces me caí, me hice daño, y al mirar al suelo me eché a llorar. Miré hacia atrás otra vez y través de las lágrimas los vi llegar, pero ya no importaba. La medalla de oro era mía.
💦💦💦La página cienEn una revista literaria Nicolás encontró una especie de juego: “Coge el libro que tengas más a mano. Ábrelo por la pagina cien. La primera frase que leas marcará el resto de tu vida”.—Menuda tontería —pensó.Pero la curiosidad lo había atrapado sin que él se diera cuenta, de modo que al cabo de unos minutos se encontró con que la tontería no se le iba de la cabeza. Así que acabó alargando la mano hacia la estantería que tenía al lado, y sin mirar, dejando trabajar al azar, como tiene que ser, cogió el primer libro que tocó. Lo abrió por el final, sin querer reconocer que estaba realmente ansioso por saber qué le deparaba la página cien.Lo malo fue que el libro que el azar le había puesto en las manos era una novelita breve de noventa y nueve páginas.