Revista Coaching

Tres lecciones de los grandes hombres

Por Candreu
Tres lecciones de los grandes hombresPara poder estar en Madrid, Barcelona, Zaragoza y Sevilla, esta semana me han tocado unos cuantos aviones y aves. Uno de los vuelos, debido a la climatología adversa de estos días se retrasó unos 30 minutos, y uno de los pasajeros gritando a la azafata de tierra le espetó: "A esto no hay derecho. Se le va a caer el pelo. Usted no sabe quien soy yo!". Ese episodio me trajo a la cabeza una deliciosa historia que cuenta Stefan Zweig en su autobiografía. 
Con apenas 20 años un amigo le invitó a visitar la casa del escultor Rodin, que por aquel entonces ya era una eminencia en el mundo del arte. Visitar a aquel prohombre impresionó fuertemente al escritor y estuvo cohibido y cortado durante casi toda la visita. Quizá por ello, Rodin le ofreció invitarle a comer a su estudio de Meudon, en las afueras de París, al día siguiente y poder charlar más relajadamente. Stefan había recibido la primera lección: los grandes hombres son siempre los más amables. 

Al día siguiente en el estudio, Stefan aprendió la segunda lección. Los grandes hombres casi siempre son los que viven de una forma más sencilla. En aquella casa se comía con la misma sencillez que en la de un campesino. Esa sencillez y normalidad generaron en Stefan la suficiente confianza para hablar de forma cordial y desenvuelta, como si aquel anciano artista y su esposa fueran amigos suyos desde hacía años. 

En la sobremesa, recorrieron todo el estudio y el escultor le mostró la última obra en la que estaba trabajando. Era una figura humana de proporciones casi naturales situada sobre un pedestal. El artista se quedó inmóvil delante de la escultura mirándola una y otra vez. Pidió disculpas a Stefan y se acercó a la obra para, con una espátula, retirar un poco de material del hombro de la figura. Dio un paso atrás y volvió a contemplar su obra. Se volvió a acercar y con la espátula, de nuevo, modelo un poco mejor un detalle de una de las manos. Avanzaba, corregía y volvía a mirar. Rodín ponía todos sus sentidos en lo que estaba haciendo. Aquí estaba la tercera lección: cualquier obra humana ha de ser el producto de la suma de concentración, fuerzas y sentidos. 

Y es que la humildad, la sencillez y la capacidad de trabajo son características innatas a los grandes hombres. Aunque lamentablemente andamos rodeados de personas que se creen grandes pero que sólo son personajillos altaneros que caminan como si fueran almas especialmente elegidas e inteligentes tratando de demostrar su falsa superioridad menospreciando al prójimo. 

Empecemos a aplicar desde principios de este año estas tres lecciones para que consigamos convertirnos en grandes hombres.

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