Edición: Salamandra, 2012 (publicado por primera
vez en 1993)
Páginas: 9788498384864
ISBN: 384
Precio: 20 € (e-book: 10,44 €)
En una ocasión le preguntó a Edward por qué quería escribir. No por qué quería ser escritor, sino por qué quería escribir. Sus respuestas eran diferentes cada día: Es un alimento para mí. Escribes porque todo muere, para salvar lo que muere. Escribes porque el mundo es un caos en el que sólo puedes ver cuando trazas un mapa con palabras. Te fallan los ojos y escribir es como ponerte gafas. No: escribes porque lees, para rehacer a tu modo las historias que hay en tu vida. Escribes porque tu mente es una confusión de ruidos y abres una senda en ella para orientarte acerca de ti mismo. No: escribes porque estás encerrado en la cápsula de tu propia cabeza. Envías sondas a otras personas que están en sus cápsulas craneales y aguardas una respuesta. En fin, la única forma de mostrarte por qué escribo es mostrarte lo que escribo. Pág. 140.
Imagina que una
noche de verano estás conduciendo. Te llamas Tony, eres un hombre de mediana
edad, profesor de matemáticas, una persona sensata que viaja con su esposa y su
hija. Todo transcurre con normalidad hasta que unos matones se fijan en tu
coche y empiezan a molestarte. Los quieres evitar, pero ellos insisten,
insisten, insisten, hasta que sales del vehículo. Tú, tu mujer y tu hija, los
tres salís del vehículo, porque tenéis miedo, porque no os queda otra que
seguirles el juego. Luego ya nada vuelve a ser lo mismo. No, espera. En
realidad no eres ese hombre; Tony solo es un personaje del libro que estás
leyendo. Un libro escrito por tu ex marido, Edward, al que no ves desde hace
veinte años. Él siempre quiso ser escritor y ahora te envía su manuscrito,
porque tú, Susan, eres su lectora más exigente. Lo lees con avidez, en tres
noches, porque quieres saber qué le ocurre a Tony, porque mientras lees no
piensas en lo que está haciendo tu actual marido, el cirujano, tan cauto, tan
responsable, tan diferente a tu ex. No, miento: en realidad sí que piensas en
él, piensas en tu relación más de lo que querrías, capítulo tras capítulo, página
tras página, hasta el final. Luego ya nada vuelve a ser lo mismo. De verdad.
Quizá para ti,
lector, tampoco nada será lo mismo después de leer Tres noches (1993), un magnífico thriller psicológico
recuperado por Salamandra después de que se reeditara en inglés en 2010 —¿he
dicho ya que las recuperaciones se están convirtiendo en una parte
significativa de mis lecturas?—. Como he tratado de explicar, la novela narra
una historia dentro de otra historia, metaliteratura
en estado puro: por un lado, el manuscrito sobre lo que le sucede a Tony en ese
trayecto; por el otro, la experiencia de Susan al leerlo, que la lleva a hacer
balance de su vida. Todo en tercera persona omnisciente, una narración seria de
palabras precisas y diálogos contundentes. El interés principal recae en Tony, por el
espacio que ocupa y por ser quien provoca reacciones en Susan. En esta trama la
intriga es tan importante como la introspección, porque tiene un ritmo vertiginoso
y a la vez ahonda en la psicología del protagonista, un hombre que después de
lo ocurrido en la carretera no puede volver a ser el mismo, un hombre que se
consideraba equilibrado y ahora es incapaz de asumir que a una persona
equilibrada también se le puede cruzar el Mal, un Mal contra el que no sabe
cómo reaccionar.
La obra invita a
ponerse en la piel de Tony, a compartir sus indecisiones, a pensar en lo que
haríamos nosotros en su lugar. El autor desafía a su personaje, pero también al
lector, porque las situaciones a las que se enfrenta son de todo menos fáciles.
Es difícil comentarlo sin desvelar el argumento, pero digamos que, cuando uno
lee una novela de intriga, espera encontrar una serie de pistas que terminan
encajando para descubrir un secreto o inculpar a un sospechoso. Tres noches no va así. Tiene elementos
propios del género (sucesos, persecuciones, interrogatorios); no obstante, también
se burla de algunos puntos clave (es capaz de narrar al final de la primera
parte lo que otros se reservarían para el desenlace) y juega con lo políticamente incorrecto. Demuestra
valentía, maneja los hilos con inteligencia y tiene perfectamente delimitado lo
que quiere contar en cada momento (se nota especialmente en la segunda parte,
cuando alterna capítulos centrados en la introspección con capítulos dedicados
a la acción). Ha construido una estructura
original, tan adictiva como reflexiva (sí, estas palabras pueden aparecer
en la misma frase), que cautiva por completo al lector.
Lo mismo le
sucede a Susan, que a medida que avanza va planteando unas interesantes reflexiones sobre escritura, porque
ella, como buena lectora, analiza lo que lee, señala los puntos débiles y nota
ese contraste entre vida interior y vida exterior que produce la lectura. Compartir
esta experiencia con un personaje resulta enriquecedor; en ocasiones su punto
de vista coincide con el nuestro, pero en otros aporta un nuevo enfoque muy
útil para aprender a leer la historia desde diversos ángulos. Por lo demás, su
trama personal es más tranquila que la de Tony, y ahí está su gracia, en inquietar
a alguien que vive en la apacible monotonía de una familia normal. Su papel también
desconcierta y hace pensar en cuestiones como el modo de encauzar nuestra vida
con el paso de los años y la forma en la que nos enfrentamos (o dejamos de
enfrentarnos) a lo que nos asusta. El paralelismo que establece el autor entre
Tony y Susan, pese a no resultar evidente a simple vista, constituye un gran
ejercicio literario.
Con todos estos
ingredientes, no debería sorprender a nadie que el libro culmine con un desenlace impactante, un final cerrado
pero con múltiples interpretaciones, por lo que lo considero idóneo para
comentar en clubes de lectura y demás. No es complaciente ni previsible, da el
peso oportuno a cada personaje y hasta tiene cierta significación simbólica; aplaudo
el atrevimiento del autor para poner al límite a Tony y dar la vuelta a lo que
se esperaba de Susan. Austin Wright (Nueva York, 1922 – Cincinnati, 2003) me ha
parecido un escritor muy leído —fue profesor de literatura en la universidad y
publicó algunos libros más—; sin embargo, no pretende alardear de sus
conocimientos, sino que los camufla en una buena técnica y no cae en la
pretenciosidad. Sabe que el lector quiere una historia fácil de leer y que lo
atrape, y le da exactamente eso, aunque con un trasfondo suculento que la sitúa
por encima del entretenimiento superficial. Curiosamente, Wright comparte
generación, nacionalidad y profesión con John Williams (Stoner), otro excelente novelista redescubierto en los últimos
años.

Austin Wright
Sé que cuando eche la vista atrás recordaré Tres noches como una novela inquietante y sorprendente, una novela que bajo la capa de la intriga trepidante hace reflexionar bastante y demuestra que los géneros carecen de límites en manos de un autor que trata con inteligencia al lector. No hace falta ser un gran amante del misterio para disfrutarlo, porque lo fundamental está en todos los temas vitales que plantea, no en el suspense. Además, los comentarios sobre escritura le dan un plus que gustará especialmente a los lectores críticos, como los que opinamos sobre libros. En suma, una lectura altamente recomendable para todos los que quieran disfrutar y pensar al mismo tiempo (la diversión no siempre está reñida con la calidad literaria, por supuesto que no).El libro se ha acabado. Susan lo ha visto consumirse ante sus ojos a través de hojas, párrafos, líneas, palabras, hasta el capítulo final. No queda nada, se ha extinguido. Ahora ella es libre de releer o revisar fragmentos, pero la novela está muerta y nunca volverá a ser la misma. En su lugar, por la grieta que ha dejado silba una ráfaga de viento semejante a la libertad. La vida real, que vuelve para poseerla. Pág. 361.
